Mar de Sales

Despertar

La noche avanza en silencio y oscuridad. La pantalla del portátil, como única fuente de luz, alumbra con penuria la sala. Rylan suspira al sentir el estrés. Le cuesta entender el curso que hace en línea, o por lo menos, le molesta no conseguir avanzar más rápido. Se levanta y comienza a caminar de un lado a otro. Con los dedos peina su cabello en diferentes direcciones. Necesita relajarse, antes de que las preguntas lleguen a su cabeza, antes de comenzar con la tortura mental de cada noche. Regresa a la computadora, busca alguna música que le ayude. Recuerda una canción en específico que le gustó hace tiempo. Escribe el nombre de Elú en el buscador, pone a sonar en los auriculares “Cuentos”. Vuelve a retomar su caminata en círculos. El lugar es pequeño, pero eso no impide que consiga dar vueltas, pasos desde la entrada hasta el sillón bajo la ventana, pasando frente al mesón de la cocina.

La melodía triste y la letra melancólica llaman su atención. Siente una conexión escondida detrás de las palabras.

—Regocijo y calidez de saber, que he de despertar otra vez —susurra.

Para él, el despertar es un momento de choque. Se encuentra aturdido cada tarde, con el amargo sabor de pensar que ha perdido todo el día. La noche no rinde tanto como la mañana. Eso sin agregarle el peso que siente por fallarle a Alicia. Está consciente de que no es el hombre que ella merece. La música sigue sonando, se reproduce de manera automática. Escucha atento la letra de la siguiente canción.

«Mis noches son eternas, y la luz de la mañana trae consigo mis dudas. Y es que sin ti existe un vacío» escucha. Dentro de él reside un sentimiento, sabe que no puede solo con esta lucha. No es nada nuevo sufrir por el insomnio, o por el vacío de sentir ser nadie. Nunca ha podido llenarlo, y el temor de no hacerlo lo hunde cada día. Como una daga en su corazón, que se clava más con cada segundo.

—¿De verdad existes? —pregunta al aire. Se quita los auriculares, como si esperara a escuchar una respuesta. Pero no hay nada más que el silencio. Escoge un puesto en el sillón.

Mira el amanecer desde la ventana. Se desploma, derrotado por la idea de otra madrugada perdida. Si no fuera por el dolor en el pecho, que le comprime hasta el alma, sería algo que podría aguantar sin quebrarse. Tiene una lista de fracasos que suele enumerar cada vez que se siente así. Un recuento que hace decaer todavía más su estado de ánimo. Los años perdidos, los sueños rotos, los intentos en vano, las relaciones arruinadas, vicios y adicciones consumidas, miradas decepcionadas, corazones afligidos. Pero ninguna de esas duele tanto como ver la sonrisa cansada que le rompe el alma cada mañana.

A excepción de esta mañana, es diferente. Alicia sale del cuarto directo al baño, no lo saluda. Retoma su asiento delante del portátil, sin dejar de mirar la puerta. El nudo en su estómago toma fuerza. No saber si está molesta o si decidió comenzar a ignorarlo, como al inicio, le llena de temor. Observa con atención al escuchar la puerta abrirse; se sorprende al verla desnuda.

—¿No quieres aprovechar la mañana? —dice con una sonrisa traviesa.

Rylan ríe. Es un alivio refrescante ver que ella nunca decae. Admira con fervor su fortaleza.

—Ven —lo llama con el dedo, mientras entra con lentitud al cuarto—. Pero asegúrate que la puerta esté cerrada —dice, estando ya adentro.

Desde su posición se nota que la llave está colgada en la cerradura, es el “seguro puesto”. Ninguno de los dos quiere volver a tener visitas inesperadas. La madre de Alicia tiene las llaves y la costumbre de llegar cuando quiere. Sucedió meses atrás, cuando no sabía que su hija tenía compañero. Una mañana desagradable de recordar. Rylan se debate si dejar que el recuerdo le oprima. Es débil, cualquier detalle le hace detonar y cuestionar sus acciones.

—Rylan —escucha que lo llaman. Cierra los ojos y respira profundamente. Se convence de que estar entre los brazos de Alicia, le traerá la paz que necesita en este momento. Ella es lo único que tiene, y le resulta molesto no poder demostrarlo. Entra al cuarto, verla sonriente y animada le ayuda a apagar las preguntas y temores.

Para Rylan es similar a vivir y construir sobre la arena. Partículas desprendidas, todo se vendrá abajo si no se construye sobre una base sólida. Sabe que esa inconstancia lo destruye de manera lenta y sigilosa. No es un efecto que parezca inmediato, por lo que vuelve a cometer el mismo error. Por costumbre, a veces por no querer desechar tanto y nada. Por huir del temor a comenzar de nuevo. El terrible caos que le deja ver el cero, y la pena de perder cualquier otro progreso. Pero él todavía no entiende que no se pierde, que es solo una sensación, pues la experiencia siempre permanece. Quizás lo olvide, no solemos recordarlo todo, sin embargo, todo tiene su momento en que vuelve, y nos ayuda. No hay porque atormentarse por un mañana que aún no llega.

Alicia sale de la ducha. Peina con cuidado su cabello delante del espejo. Se sienta en la cama, todavía con la toalla puesta. Revisa con curiosidad sus mensajes. Como siempre, Hamel le deja un texto largo para responder las preguntas. Alicia no duda en consultar con la hermana cuando tiene alguna duda sobre Rylan. Pero esta vez añade algo, un favor: le pide que insista, él nunca revisa su celular. «Los chicos preguntan mucho por él, hasta le escriben para jugar algunas partidas pero no contesta». Deja el celular a un lado, en la mesilla, antes de responder. Cambia las sábanas de la cama.

—Listo, para que duermas cómodo —le dice sonriente al verlo entrar al cuarto.

—Gracias. —Busca el pijama dentro del armario.

Alicia suspira al verlo cambiarse, el tatuaje de unas ruinas antiguas sobre su espalda se ha vuelto un recordatorio. Una construcción destruida, olvidada entre la maleza, una descripción gráfica de sí mismo. A ella le molesta que así se considere, y no piensa parar hasta demostrarle lo contrario. Nadie merece ser juzgado por su pasado.




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