Mar de Sales

Inquebrantable

Alicia mira la lluvia desde la ventana. Abraza sus piernas, sentada en el sillón. Sus pensamientos van y vienen, como las gotas que se deslizan en el vidrio. Intenta construir un hogar agradable para él. Quisiera ayudarlo a ver el mundo de una forma distinta. Pero es difícil cuando se está acostumbrado a ser apartado, rechazado desde el inicio.

«Rylan se deprime mucho cuando no tiene trabajo, él necesita ocupar su tiempo» recuerda las palabras de Hamel. Es una excusa, un escape continuo. ¿Qué pasa cuando se vuelve desesperante no poder huir? Quiere ayudarlo a cruzar ese desierto, ojalá pudiera acompañarlo tomado de la mano. ¿Qué tanto puede tener alguien en la cabeza para querer huir de sí mismo? ¿Por qué existe la necesidad de apagar los sentidos? Hace lo posible por comprender. Ha leído libros de autoayuda, consumido contenido relacionado con la psicología, malos hábitos, pensamientos intrusivos. Cada semana, en su tiempo libre, mira videos a solas, otras veces con Rylan. En algunos han conseguido consejos útiles, pero con el tiempo se olvidan. Vuelven a recaer en la misma situación, Rylan no deja de sentirse atascado. Se llama inútil, se considera poca cosa o hasta miserable. Un vagabundo, un expirante que no existe por nada. Ella suspira cansada, no entiende cuál es el sentido de hacerse tantas preguntas difíciles de responder. ¿De qué le sirve tratar de encontrar el propósito de la vida? ¿Por qué no vivir sin cuestionar? Como los demás, nadie se detiene por no saber que hacer, solo siguen. Así es ella, no se detiene a valorar si lo que hace tiene alguna trascendencia más allá de lo inmediato o no. Solo vive, con lo que puede, con lo que tiene. Y agradece a la vida por las buenas oportunidades que aparezcan en su camino. Sabe que si se hubiera puesto a pensar en cómo llegar a ser lo que es ahora, no lo habría logrado.

Mira la hora, ya no puede ocultar la preocupación que tiene. Ruega porque él vuelva a casa, y que las imágenes de accidentes solo sean su imaginación. Revisa por décima vez su celular. «Las noticias malas son las primeras en llegar» susurra como consuelo, al ver su pantalla vacía, sin mensajes ni notificaciones.

Salta de alegría al escuchar la puerta, pero pierde la sonrisa al ver a Rylan empapado.

—¿Qué pasó? —Se acerca con temor.

—Nada, solo quise caminar un poco por el cementerio…

—¿Bajo la lluvia?

—Me agarró cuando ya estaba ahí. —Se quita la ropa en la entrada.

—Con razón tardaste tanto… —Busca un recipiente y una toalla—. Existen mejores lugares para caminar.

—Sí, lo sé, pero ninguno está tan solo.

—Eso es deprimente. —Lo mira con cara triste.

—Lo siento, sé que no te gusta ese lugar, pero a mí sí. —La abraza—. Te prometí que no volverá a ocurrir, ¿si?

—¿Seguro?

—Sí, yo cumplo mis promesas.

—¿Qué tal te fue con el médico?

—Fue rápido. —Enreda sus dedos en la cabellera negra, larga y lisa de ella—. Solo fueron algunas preguntas.

—¿Nada más? —Lo observa con incredulidad.

—Si, me organizó una cita con un psiquiatra.

—¿Qué? —Se suelta del abrazo.

—Tal parece que mi condición es un poco más… ¿Cómo decirlo? ¿Especial?

Alicia reconoce la angustia en ella, de inmediato oculta su preocupación con una sonrisa:

—Eso es algo bueno —dice—. Quiere decir, que no todo es tu culpa.

—Es… una forma de verlo… —responde con duda.

—Ve a bañarte, no quiero que te enfermes. —Le acaricia el rostro—. No te presiones, todo saldrá bien, además, pediré una pizza para celebrar —ríe.

—¿Celebrar qué?

—Qué te amo. —Le deposita un tierno beso en la palma de la mano—. ¿Acaso no es suficiente para ser feliz?

—Si… —No tiene nada que decir, lo que piensa va a arruinar el momento.

—Ya verás —vuelve a comentar con una sonrisa—. Todo va a mejorar.

—Quiero creerte.

—Tal vez, si pudieras sonreír más seguido, no lo sé, tal vez así puedas aliviar tu pobre corazón. —Le toca el pecho.

—Tal vez… —Toma su mano, pensativo.

—Tal vez una ducha caliente te ayude a aliviar la tensión… —Desliza la mano por la piel mojada, sube hasta el cuello—. Tal vez, una noche de película te ayude a relajarte.

—Bien, me has comprado con esa mirada hipnotizadora que tienes —sonríe.

—Ve, antes de que mis ganas de ayudarte se conviertan en deseos por devorarte —sonríe con picardía.

Han pasado tres días desde que Rylan comenzó con la rutina de mover la guitarra de lugar. Cada mañana, antes de que Alicia despierte, guarda el instrumento en un hueco formado entre la biblioteca y el sillón. Sabe que ella la deja sobre el sillón cada noche, con la esperanza de despertar sus ganas. Su relación con la música ahora es extraña, hundida entre el amor y el odio. Necesita de ella, de la melodía que encuentra. Muchas canciones durante la madrugada han sido su ayuda, su manera de drenar lo que no entiende pero sabe que existe dentro de él. Otra cosa es tomar el instrumento y crearlas, eso no está permitido.

Tocar para sí, tocar para otros. Su pecho se comprime entre la rabia y el anhelo. Durante mucho tiempo siguió con la música, con la ayuda de una guitarra eléctrica que le dejó su madre. Un hilo invisible lo mantenía atado a los recuerdos. Logró sentir un aire de libertad cuando vio el instrumento partirse en dos. Con sus propias manos acabó con la tortura de años. Cada momento triste, cada tarde amarga. Noches largas de pensamientos. La guitarra escondida en su armario era su pañuelo de consuelo. En ella dejaba que sus dedos se dejaran llevar por la improvisación, aunque el sonido era muteado, podía escucharlo con claridad, su imaginación llenaba el vacío. Hasta entender, que no iba a avanzar si no quemaba las cadenas de la espera. Guardó la guitarra con amor, entregado a la esperanza de volver a ver a su madre. Esperó, ansioso y lleno de temor. Nunca encontró al culpable de su partida. Y no volverá a ser él quien lleve el peso muerto, ese que a nadie le interesa.




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