Mar de Sales

Nunca es suficiente

Era una noche tranquila, con los alrededores de la casa en aparente silencio. Ella levantó la mano al techo, mientras reía, acostada en la cama. Él sonrió, a su lado, le encantaba verla feliz. La poca luz que entraba por la ventana era suficiente para apreciar su rostro, bañado con el tenue resplandor amarillo. Nunca se puso a pensar de dónde venía la luz, pero siempre disfrutaba de ver lo bien que sus facciones se dibujaban bajo esta.

—¿Pensaste alguna vez que tus canciones serían escuchadas? —le preguntó, sin dejar de contemplarla.

—No en realidad —contestó, su mirada seguía perdida en el techo. Imaginaba sus emociones como una ola de colores moviéndose entre el blanco.

—Y ese sentimiento desgarrador de entregar un pedacito de ti al mundo. ¿Se calmó? —Santiago estaba convencido de que esa sensación desaparecía con el tiempo.

—No, eso sigue ahí. —Se giró, encontrándose de frente.

—No sabes lo difícil que era hace un tiempo poder compartir algo. —Hace un gesto con la mano, como si sostuviera algo muy pequeño entre sus dedos pulgar e índice—. Lo más mínimo era una lucha constante para lograr que algún medio te diera a conocer.

—Y hoy en día es tan sencillo… —Elú compartió una sonrisa, cargada de tristeza—. Así como también es fácil criticar y juzgar, si supieran lo complicado que es exponerse.

—Charlatanes siempre existirán.

—El mundo es un lugar horrible, lo mejor sería no decir nada, y solo observar en silencio, a lo lejos.

—Tonterías, ¿si nos callamos, como llegamos a aquellos hundidos en su oscuridad, que viven siempre de esa manera, observando de lejos y en silencio? —Le apartó con delicadeza un mechón que le cayó en el rostro—. Si nos callamos, sería peor.

—Al menos no estaríamos expuestos a tanta maldad.

—¿Y dejar que el mundo sea para los tontos cabeza huecas y corruptos? —soltó una risa, suave y calmada—. Me rehúso completamente.

—¿Quién tiene tanta fuerza emocional y mental para luchar contra eso?

—¿Y quién necesita fuerza? —Ella mostró su asombro ante la pregunta—. No se necesita de nada cuando hay amor en lo que haces.

—¿Amor? Tú estás hablando de eso. —No logró ocultar la risilla traviesa.

—Nunca escuchaste que al amor todo lo sufre, lo espera, lo soporta. —Giró el cuerpo, extendió la mano al aire—. Cuando amas lo que haces, no importa quien lo critique, alguien siempre va a necesitarlo.

—¿Y cuándo no se ama lo que haces?

—La verdad sale a luz, en algún momento se conocen las intenciones. —Bajó la mano, volvió a buscarle el rostro. Le encantaba perderse en esos ojos grises, llenos de nostalgia.

—Ojalá me amaras como amas la música —su voz salió como un último suspiro, llenó la habitación de dolor.

—Yo te amo, ¿por qué dices eso?

—¿Serías capaz de faltar un día al trabajo por mí?

—Estoy aquí contigo, ahora.

—Pero este es tu tiempo libre.

Santiago miró bien la escena, como los mechones castaños se alborotaban cada vez que el aire del ventilador llevaba el viento en esa dirección. El sonido del silencio, penetrante ante la amargura escondida dentro de ella. Esa impotencia de no poder hacer nada para callar las dudas.

—No puedo —respondió con sinceridad.

—Ya lo sabía —sonrió—. Esa emoción y felicidad que cargas en el estudio… Envidio eso, quisiera verte igual de feliz cuando vuelvas a casa.

—¿Por qué arruinar la noche con eso? Ya lo hemos hablado tantas veces. —Se sentó al borde de la cama—. Detesto tu estúpida depresión. Estás bien, hemos pasado un buen día y de pronto te pones así.

—Lo siento, no lo puedo controlar. —Se incorporó, al tomar asiento en el otro extremo.

—No, deja de usar tu enfermedad como excusa para refugiarte. —Alzó su cuerpo, impulsado por la rabia—. ¿Por qué siempre tiene que ganar la melancolía? ¿Por qué te encanta refugiarse en los recuerdos tristes?

—No lo sé. —Miró al suelo con dolor.

—Sí que lo sabes. —El silencio que interrumpió abruptamente la conversación fue suficiente para apagar el furor. Santiago suspiró, lleno de frustración—. Amor —dijo, arrodillado frente a ella—. Yo soy feliz al verte, y disfruto de llegar a casa, sabes que adoro cuando me recibes con comida —sonrió, agarrandola de las manos—. Quizás no sea la misma euforia que vez cuando logro lo que quiero en el estudio, pero si te amo.

—Pero no lo suficiente como para casarte. —De una sacudida soltó las manos y las guardó bajo sus brazos al cruzarlos.

—Es que… —Se levantó, llevándose las manos a la cabeza—. Hablas del matrimonio tan a la ligera.

—Llevamos tres años, ¿qué tan ligero te parece eso?

—Es complicado. —Detuvo los pasos ante la puerta, huir ante una discusión era la primera opción—. Te dije que deberíamos mudarnos juntos antes de eso.

—Sabes que deseo cumplir con mi creencia. —Dejó caer los brazos, soltándose de la postura que tenía—. No me acostaré contigo, ni viviremos juntos antes de casarnos.

—Es una tontería.

—Lo sé, en algún momento te vas a aburrir de mí.

—Cómo puedes decir eso.

—Ya hablar de esto te vuelve hostil, sabemos que tu paciencia no aguantará.

—No, te equivocas. —Volvió junto a ella, arrodillándose—. No me cansaré de ti, deja de inventar tonterías. —Besó su mano, apretó con preocupación su muñeca.

—¿Seguro que puedo confiar en ti? —Deslizó la mano libre, hundiéndose por los vellos de la barba. Santiago respondió con una dulce mirada, apretó ambas manos para volverlas a besar.

—Por supuesto —añadió con seguridad.

Manuel regresa. Observa a su compañero mirar su copa vacía, luce perdido en otro lugar. Dice un par de veces su nombre, con la intención de hablarle pero este sigue sin escuchar. El alrededor está tan ruidoso, la mezcla de las conversaciones deja ver la ajetreada noche que le espera al bar. Manuel toma el pañuelo, procede a secar las copas mientras intenta descifrar en donde tiene la cabeza Santiago.




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