«Hamel, necesito un favor tuyo muy urgente. ¿Te acuerdas del cuaderno de canciones? ¿Podrías conseguirme al menos una canción? La necesito para hacerle una sorpresa a Rylan» escribe Alicia.
Busca por todos lados, en vano. La abuela se encargó de desalojar la casa, ambas habitaciones han quedado vacías. Hamel es la única a la que le quedan pertenencias en esta casa. Intenta redactar un mensaje para avisar sobre la trágica noticia de que ese cuaderno ya no existe, pero no encuentra las palabras adecuadas.
Ha sido un día largo, solo quiere llegar a casa y echarse un baño. Aprovechar al máximo que mañana es su día libre. Abre la llave y se sorprende que no salga agua. Revisa sus reservas y suelta un pequeño lamento al comprobar que no tiene. Revisa en su celular si hubo algún anuncio, y sí, pasó por alto que cortarían el servicio para arreglar una avería en la avenida principal. «No puede ser», se dice, mientras se frota el cuello con la mano para comprobar la capa de mugre que tiene. Deja el móvil en la mesa, ya que le queda poca carga. «Yo solo quería un baño» ruega a la tubería, como si de esa manera pudiera hacer volver el agua.
Vuelve a casa luego de conseguir con éxito una cubeta de agua de la vecina. No es mucho, pero será suficiente para un baño rápido y lavar algunos platos sucios en la cocina. Sale de la ducha con mejor humor, dispuesta a cocinar una cena sencilla. Quizás un huevo revuelto con verduras picadas para reponer las proteínas que ha perdido hoy. Con pan y queso crema, un gusto que no sabe cuando podrá volver a darse. Pica la cebolla, las lágrimas no faltan para un día que no puede ya empeorar. Al menos eso creía, hasta que todo queda completamente a oscuras. «Esto tiene que ser una broma» dice mientras da cortos pasos en busca del celular. Con las manos toca por aquí, por allá, confiando en su memoria. Tiene diez porciento de bateria, la cocina que usa es eléctrica, ya que no puede reponer el gas por su cuenta. Juntas las manos y, en medio de la oscuridad, contiene las ganas de llorar. Sola, sin luz y sin agua, con el estómago vacío y cansada de una larga jornada de trabajo. En el cuarto todavía queda el aire fresco que dejó el ventilador. Se tira en la cama y mira las estrellas brillar en el techo. Es lo único que tiene luz en este momento. Estira la mano, soñando que alcanza una de ellas.
—Mira el espacio, un lugar especial —susurra, con la voz suave llena de melancolía. Extraña lo que tenía, y quiere irse de este lugar que ya no es su hogar—. No es tan difícil escribir una canción, puedo hacerlo.
Escribe en las notas del celular, vuelve a caer en la cama, mira las estrellas que poco a poco se van apagando. Deja que la imaginación complete la escena.
—Incluso, si el mundo se detiene, quiero seguirte —susurra, luego escribe y vuelve a mirar en silencio el techo—. Ahí quiero estar, tu calidez hallar, tu ojos… ¿sinceros? —ríe, pues no sabe lo que está haciendo—. Aquí me quiero quedar —dice, recordando ese momento al que quiere volver.
Se despierta con la luz del sol. La electricidad volvió a mitad de madrugada, estaba tan adormilada que solo recordó poner a cargar el celular. Toma asiento en la mesa, aún con sueño. Revisa la nota que escribió, sonríe al leerla.
—En qué estaba pensando —ríe. Como si escribir una canción fuera algo sencillo. Pero como poema no suena mal, y la excusa de hacer un viaje repentino toma más forma que un simple delirio—. Quizás… si lo completo. —Puede hacer pasar estas palabras como una vieja canción de Rylan. Es lo que le han pedido “al menos una”. Y aunque no le pidieron que la lleve en persona, quiere hacerlo.
Ser impulsiva nunca ha sido parte de su personalidad, pero a veces hay que ceder a ciertos arranques, es mejor que quedarse estancado en el mismo lugar hasta quién sabe cuándo. Toma un bolso y lo llena con algunas prendas, camina con rapidez de un lugar a otro recolectando los objetos que son necesarios para viajar. No sabe cuándo va a volver, no le gustaría que sea pronto, pero una renuncia a ambos trabajos es un hecho inevitable. Ya no hay manera de que saque esta idea de su cabeza. Sin comer, sin verse al espejo, sale de casa rumbo a la estación de tren.
Ya tendrá tiempo de explicarle a Alicia lo apresurado de su viaje, por ahora solo le avisa que va de camino. Mira por la ventana el mar que se ve a lo lejos. «Sin suelo, sin piedras, un soporte que aguante todo» piensa, y antes de que las palabras se vayan de la cabeza las escribe. Relee una y otra vez, conecta las oraciones en busca de un sentido, hasta acabar. Sonríe satisfecha, tiene la letra lista. Por ahora no hace falta saber quién lo hizo, mientras tenga el nombre de Rylan, va a funcionar.
Santiago llega al bar, como siempre, pero esta vez se ha presentado en pleno mediodía. Manuel lo mira desde la oficina con asombro, no debería estar aquí, o al menos no a estas horas. Desde la distancia le hace una seña para que espere. Termina de hacer el chequeo antes del siguiente turno. Se quita los anteojos, se sacude el pantalón, siente que el polvo se acumula y que quizás no limpien bien la oficina. Mira a su amigo desaliñado, quien tiene la vista perdida en las botellas que tiene enfrente.
—¿Qué te ha hecho resurgir de las cenizas? A estas horas deberías estar muriéndote de la resaca.
—Lo estoy —asiente—, sufro silenciosamente.
—No me digas, ¿por fin te han denunciado y tienes un citatorio?
—¿Por qué me denunciarían? —Santiago pregunta con ligera molestia.
—No estás tan mal, creo que ni te hubiera importado si así fuera. —Lo observa de nuevo—. Pero en verdad luces fatal.
—Alicia me escribió, quiere verme dentro de —mira su celular—, una hora en su tienda.
—¿Y por qué estás aquí?
—Me quedaré dormido si espero en casa.
—Buen punto. —Manuel se cruza de brazos—. ¿Y vas a esperar así? ¿Mirando a la nada?
—Podría tomar un trago mientras…
—No lo sé, creo que hay una cantidad de cuentas que revisar, presupuestos que aceptar. Si mis cuentas no me fallan, nuestro socio no revisa nada desde hace… ¿meses? ¿Un año?