Mar de Sales

La vida

El anfiteatro es enorme. Se escucha el eco de las voces que envuelven la sala. Las sillas se cierran en semicírculo hacia el escenario, sentarse en las primeras filas se siente más íntimo y cercano. Es un privilegio, ya que puedes imaginar que el concierto es solo para ti. Pero también es cierto que la mejor vista en general es desde atrás, en los lugares altos donde se ve el panorama completo, aunque no se logren apreciar los detalles.

Santiago llega primero, es bien recibido y llevado directo a detrás de la tarima. Muchos se le acercan para saludar y expresar su admiración, reconociendo su exitosa carrera como productor, por algo el ego lo tiene en las nubes. También lo aprecian por su pasado como profesor de instrumentos clásicos, cuando trabajaba enseñando violín, violonchelo, o contrabajo; incluso llegó a impartir clases de instrumentos de viento, como el saxofón. Esta vez parece el que antes fue, vestido formal, la barba afeitada y peinado con fijador, es irreconocible. Regresa a los asientos, ubicados en la primera fila. Alicia le escribió con tiempo para pedirle uno a Hamel, y para encomendar la tarea de no decirle nada a Rylan sobre la reunión y la canción. Todo muy sospechoso para él, pero esto le refuerza su idea sobre las mujeres, que así funcionan, entre misterios y enredaderas que solo ellas pueden descifrar.

Al llegar se saludan con una sonrisa. La música está por comenzar. De manera apresurada se organizan, Alicia queda entre Rylan y Santiago, para permitir a Hamel sentarse al lado de su hermano, siempre velando por la comodidad de todos. O al menos eso intenta.

Las luces se apagan, dejando solo el escenario iluminado. Los aplausos se escuchan estruendosos en todo el salón al recibir a los músicos, mientras estos se ubican en sus lugares.

Santiago siente como la nostalgia recorre su cuerpo, dejando los pelillos de punta. Sus padres son médicos, su papá es cirujano y su mamá es especialista integral, ambos son dueños y directores de su propia clínica. Son personas aficionadas al arte y a las subastas, habiendo conseguido con el tiempo colecciones invaluables, que exponen con orgullo en su casa. Han asistido a miles de conciertos, y el primero para Santiago fue a los ocho años. Fue cuando conoció la magia que se puede crear a través de la música. Quedó fascinado al ver cómo ese grupo de personas pudo transportarlo a lugares que no sabía que existían en su cabeza, la imaginación voló con libertad mientras la música envolvía sus sentidos. Fue en su adolescencia cuando descubrió que allí estaba oculta una parte de su vida. Desde niño sus padres lo apuntaron a todas las clases de instrumentos musicales que estuvieran a su alcance, emocionados con la idea de ver a su hijo convertido en un gran artista, lo que ellos siempre anhelaron ser. El amor, comprensión y cariño nunca le faltó en su casa. Para él era difícil entender a Elú, quien vivió una vida contraria. Y durante su noviazgo con ella fue que conoció el dolor y sufrimiento que te lleva la depresión; de no saber qué hacer, de no sentirte parte de algo, de llorar cada noche, de hablarle al aire y desgarrar tu corazón sin nadie que te escuche, o preguntar sin obtener respuesta.

El repertorio de esta noche no es tradicional. En las primeras canciones el protagonista y centro de atención fue el piano, con los demás instrumentos acompañándolo y dejándose guiar por sus teclas. Luego, se subió una mujer, con vestido blanco como si fuera una novia de fantasía, con la cabellera larga y entrelazada con algunas flores. Le acompañó un hombre enmascarado, de traje negro. Ambos entonaron varias canciones, dándole un giro diferente e inesperado a la noche. Instrumentos clásicos, vientos y percusión, con guitarras eléctricas, acompañaron a los cantantes que llegaban a notas altísimas, y detrás, un coro de voces, respaldando la atmósfera de cuentos de hadas. Hasta que los cantantes se despidieron y, luego de un silencio, dar paso nuevamente a la música, llevando por sí sola a la audiencia en una dirección distinta.

Para Rylan el evento se vuelve triste y desesperante. No puede negar que una parte de él se siente rota, como ver a tu familia frente a tí y no poder acercarte porque sabes que no eres bienvenido. Siente el hueco, el anhelo por querer ser parte de este hogar, de este mundo lleno de música. Ahí quiere estar, pero los pensamientos aparecen para hacerlo desistir y evitar que pueda soñar. «Es una pérdida de tiempo», «¿cuándo harás algo bueno por tu vida?», «vive soñando y nunca lograrás nada». Cierra los ojos, escucha la música que le grita y le exige sumergirse en deseos que no debe traer de nuevo. Su padre le enseñó, de pequeño, que un hombre debe trabajar día y noche, que irse por el camino de la música solo traerá desgracia y terminará como su madre, soñando con una realidad distorsionada, haciendo locuras a su paso solo porque así se lo piden sus sueños y anhelos.

Alicia no se complica la vida con preguntas, muy poco se las hace. Para ella es hermoso lo que ve y lo que oye. Nunca había asistido a un concierto de este estilo, la música nunca había tenido tanta relevancia en su vida, hasta que conoció a Rylan. Ahora presta atención a los detalles, intenta ser comprensiva y explora nuevas opciones. Mira a su esposo cerrar los ojos mientras escucha la orquesta, sin saber en qué está pensando. Ojalá no hubiera dicho aquellas palabras egoístas que ayudaron a Rylan a exiliarse. Por celos, no quiso imaginarse una vida a su lado mientras él fuera un cantante. Recordar a las chicas que lo miraban desde abajo de la tarima la hace suspirar. «Qué tonta» se susurra a sí misma. Como si unas simples desconocidas lograrían alejarla de su chico. Los aplausos la hacen volver, mirando con atención al escenario, dando comienzo a la última canción de la noche.

Hamel mira fascinada la escena. Para ella las notas toman vida y vuelan por todo el teatro. Siente que el lugar se envuelve, como un mar, que va y viene con cada ola. Golpea con rudeza cuando se agita y acaricia con suavidad cuando sopla con ligereza la brisa. «Este mundo es espectacular» piensa. Dan ganas de cerrar los ojos y perderse con cada cuerda, tecla, viento. Desaparecer en medio de un delirio, expresado con entrega y amor. Dejar esta existencia con la felicidad con la que se nace. Así siente los acordes. Nacen con esfuerzo y sudor, y se disfrutan con pasión, para deleitarse en su fugaz y eterna esencia. Ahí quedan, con el tiempo se olvidan, muchos no sabrán lo que aquí pasó, pero dejó una huella, enterrada entre miles. La vida va y viene, a veces lo damos por hecho, aquí estamos, mañana no sabemos. Hamel intenta vivir en constante agradecimiento por todo, siempre dando su mayor esfuerzo, aunque viva navegando entre la tristeza de la soledad. Quiere ser como una de esas notas, aunque efímeras, son hermosas y llenas de vida, de regocijo y sentimiento. Le encanta como explotan en sus oídos cada uno de los detalles, que alcanzan su máximo potencial antes de desaparecer. Este recuerdo, siempre va a vivir en su memoria.




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