Mar de Sales

Lo sabes

Pasea entre los pasillos, viendo que tipo de chucherías llevar. Cuando habló de comer algo no estaba pensando en esto, como si fueran a tener una pequeña fiesta para beber. Le estresa lo obstinado que puede ser Rylan, y más frustrante que el chiste de ser una diva se haga cada vez más real.

—¿Abre tus alas ante mí? —pregunta Hamel, quien se armó de valor para acercarse con la duda, llevaba un par de minutos observando de lejos.

—¿Qué? —pregunta Santiago, importunado, deja las bolsas en el estante.

—En la canción, agregaste esa línea, quería saber el significado.

—¿En serio?

—Sí, me causa curiosidad.

—A ver, te responderé si me ayudas a elegir. —Hamel mira el estante por dos segundos, agarra cuatro bolsas—. Bien, eso fue eficiente.

—Solo faltan las bebidas, que deberías escoger tú, porque si es por mí, llevaré refresco.

—Que sincera, se aprecia. —Se da la vuelta y camina hasta la nevera.

—¿Y bien? Faltó la respuesta. —Lo sigue.

—¿Sabes qué? —Abre la nevera y agarra cuatro botellas—. Te lo dejaré como tarea para la casa.

—Oye, eso no es justo. —De nuevo lo sigue hasta la caja—. Acabas de jugar sucio.

—¿Si? No me di cuenta, lo siento. —Saca el efectivo y paga.

Hamel lo mira con molestia al salir de la tienda. Se nota que solo le interesa caerle bien a Rylan y cuando mucho a Alicia.

—Así que eres ese tipo de gente —le dice al alcanzarlo.

—¿Qué tipo?

—Te lo dejo como tarea —contesta, sin dirigirle la mirada, y da la vuelta al auto para entrar por el otro lado.

Ambos suben al mismo tiempo. Santiago muestra las bolsas, para indicar que el objetivo se ha logrado. Rylan enciende el carro, lo pone en marcha hacia la casa.

Al llegar se bajan del auto, pues la cochera no es lo suficientemente grande, es cómodo bajarse afuera. Santiago los sigue sin dejar de mirar el alrededor. Tiene pinta de un vecindario tranquilo, aunque no le encuentra sentido a que la puerta de entrada esté a un costado de la casa, subiendo unas pequeñas escaleras, casi escondidas, como si se tratase de una entrada secreta. Una vez dentro, se queda parado por un momento

—Es increíble lo apretado que es este lugar.

—Para cuatro sí, pero haremos un milagro, ya verás. —Alicia lo invita a pasar—. ¿Qué tal si preparan algún cóctel? —Se acerca a la cocina.

Hamel y Rylan se miran las caras, ambos fijan su atención en las bolsas.

—Se puede hacer algo decente —dice Rylan.

—Yo haré una salsa para las tostadas —agrega Hamel.

—Perfecto, los dos hacen buen dúo —aplaude con emoción—. ¿Quieres agua? —Le pregunta al invitado, que ahora espera en el sillón.

—No, estoy bien —responde, paseando minucioso la vista por el lugar, el bolso de Hamel está a un lado, en el suelo.

La gatita se asoma al escuchar las voces, pero se detiene en la puerta del cuarto al detectar al extraño. Huele con curiosidad, lentamente y con precaución, da cortos pasos hasta la estantería de la sala, desde ahí se instala, a observar al intruso.

—Papu —dice Alicia, quien se sienta en el sillón individual, al lado del invitado.

—¿Papu? Qué nombre. —La gatita mira atenta y levanta la cola.

—Así le pusieron en el refugio, hace caso.

—Ven Papu —Santiago le extiende la mano. El animal se acerca para olfatearlo, de inmediato restriega sus mejillas y bigotes contra los dedos a su alcance y comienza a pasear de un lado a otro entre las piernas del nuevo humano.

—Parece que le gustas —ríe, impresionada por el interés de la gata—. Creo que prefiere a los hombres. Papu, le vas a dejar pelos en la ropa.

—Déjala. —Santiago la acaricia—. Todavía es pequeña, aún no bota mucho pelo.

—¿Tienes gatos?

—Mis padres sí, adaptaron un santuario en casa.

—Debe ser caótico.

—No tanto, cuando quieran pueden ir, está abierto al público, para que la gente se entretenga con los gatos, o los gatos con ellos. —Santiago suspira, recuerda que a Elú le encantaba ir.

—Hoy estás muy amable. —Alicia lo observa con detenimiento, el hombre sigue entretenido con la mascota, ni volteó ni se inmutó por el comentario.

—Digamos que tengo una cuota mensual de gentileza, estamos comenzando el mes, dentro de poco se agotará.

—A mí no me engañas, eres amable, aunque quieras demostrar lo contrario.

—¿Qué?

—Yo me entiendo.

—Mujeres.

—¿Disculpa? —pregunta ofendida.

Hamel los interrumpe, dejando los platos sobre la pequeña mesa. Detrás aparece Rylan con los vasos en las manos.

—Qué regalada —dice Hamel.

—Papu. —La gatita de inmediato cambia de piernas al escuchar a Rylan—. No te voy a dar merienda por traicionera. —Camina al cuarto, con Papu detrás.

—Tenía hambre —ríe Hamel—, por eso andaba así.

—¿Y supongo que ustedes todavía no le han dicho nada a ese hombre, no? —Ambas niegan—. Déjenme decirles, que son terribles personas.

—Y tú de seguro eres el mejor de todos —agrega Hamel, quien le sostiene la mirada fulminante a Santiago, de manera desafiante—. ¿Quieres salsa? Quedó divina.

—Paso, tengo una ligera sospecha de que me va a caer mal.

Rylan regresa, e invita a todos para que tomen sus tragos. Han quedado bien y de agradable sabor a pesar de tener pocos ingredientes, resuelto con ron y limón.

Las horas pasan mientras hablan sobre el concierto. Exponiendo cada uno su punto de vista, mientras siguen llenando los vasos. Alicia no tiene mucho que aportar, los conocimientos teóricos sobre la música son otro idioma para ella. Así que, mientras los demás comentan, procede tomarse un buen trago y a perderse un poco en sus pensamientos. Rylan la encuentra sonriente, con la cabeza tambaleante. La conoce, sabe que está cansada, ya pasó su hora de dormir y tiene varios cócteles encima.

—Ven amor. —La ayuda a ponerse de pie—. Vamos a dormir.

—No, yo aguanto un poco más. —responde, luchando por mantener los ojos abiertos.




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