El aroma a café inunda la cocina. Es una mañana tranquila, el silencio ocupa los espacios, mientras Papu toma un baño de sol sobre el sillón. Así era, hasta que la puerta se abre de golpe, asustando a la pobre gatita, quien corre de regreso al cuarto. Hamel llega a casa, sudada, estresada, cargando un par de bolsas de compras.
Con rapidez se desenvuelve en la cocina, prepara unos huevos revueltos con tostadas. Salió apresurada y ni tiempo le dio para comer. Con dolor de cabeza, y la mente llena de preocupaciones, se sirve una taza de café.
—Buenos días —dice Alicia, se asoma con los ojos entrecerrados.
—Buenos mediodías —responde Hamel, sonriente.
—¿Enserio dormí tanto?
—Ni pensar en la resaca…
—¿Tienes resaca? —Toma asiento en el taburete de la cocina—. Yo no tomé tanto anoche.
—Pero, ¿si parecías algo ebria?
—Así me pongo cuando tengo mucho sueño —ríe culpable.
—Yo soy la única con resaca, increíble. —Sirve la comida.
—¿Por qué tuviste que salir? Te escuché más temprano, antes de volverme a dormir.
—Me llamaron para una entrevista de trabajo, que pesado tener que asistir con este malestar, pero, estás viendo al nuevo pollo del granero.
—¡No!, ¿serás el pollo que reparte volantes en la entrada? —ríe con timidez—. Me muero de calor con solo pensarlo.
—Entregué la casa —Hamel suspira derrotada—. Ya la vecina sacó mis cosas y entregó la llave. —Alicia la mira con tristeza, sin palabras que añadir—. No sé si alquilar por aquí o regresar a buscar alquiler por allá, todavía no sé qué hacer.
—Descuida, nadie te está corriendo.
—Rylan sí, basta con su mirada.
—No le pares pelota a ese, que por cierto ¿qué hora es? —Mira su celular—. Que el señor este tiene cita con la terapeuta y yo todavía no le he dicho nada de la reunión.
—¿Qué reunión? —pregunta Rylan, pasando a la cocina a buscar su plato servido sobre el mesón, cubierto con otro.
—Cariño es que… cuadré con Santiago para otra reunión.
—¿Otra salida para un concierto o para beber? —dice mientras toma asiento, da un primer bocado y señala con el tenedor la pared en blanco—. No sé en qué momento Santiago se ha vuelto tan cercano…
—¿Sarcástico o celoso? —Hamel sonríe.
—Tú no hables que me tienes decepcionado.
—Amor, no seas malo con ella. —Suspira derrotada, de nuevo—. Todo el invento es mío, de verdad me gustó la idea de formar una banda. —Rylan bebe café, sin apartar la mirada de Alicia—. Lo sé, recuerdo bien el drama que te armé, pero esta vez es diferente. —Muestra su anillo—. Estamos casados, ya no podrás separarte de mi.
—¿Y los celos? Dónde quedó la parte de odiar que otras me vieran en una tarima.
—Prometo portarme bien —Levanta la mano derecha a la altura de su corazón—. No dejaré que me afecte, ni me desanime que otras mujeres comenten sobre ti.
—Da igual —vuelve a tomar otro bocado—. Sea lo que sea que quiera hacer Santiago… Eso no va a durar mucho, ni llegará tan lejos como piensas.
—Quien sabe, nunca está demás soñar.
—Come, que de sueños no se vive. —Alicia murmura ante el comentario, le frustra encontrar diferencias tan grandes, a lo que ella piensa, en Rylan.
—Comeré porque tengo hambre, no porque me lo pidas.
—Ustedes dos —Hamel resopla—, por cualquier cosa pelean y luego terminan más acurrucados.
—Y tú envidiosa.
—Rylan, cuanta maldad. —Alicia se contiene las ganas de reír.
—Ella se lo busca, quien le manda seguir aquí —dice hostil, pero a Hamel no le molesta.
—Pues ya le entregué la casa a tu madrastra —levanta los hombros—. Ya soy libre de alquilar donde quiera.
—Tardó en echarte; es que eres más terca. —Deja el plato en el fregadero—. Me tengo que ir, ¿me llevo el carro?
—Sí, yo estaré con Hamel y… —Se acerca para acomodarle la camisa—. ¿Nos vemos en casa de Santiago? Te pasaré la dirección, ¿si?
—Lo pensaré. —Le da un beso de despedida.
La música es un medio por donde puedes trasmitir los sentimientos más arraigados del alma. Puede ser algo tan casual, como sutil e íntimo. Hay experiencias que quedan marcadas, incrustadas en nuestro ser, y por más que raspemos para que no quede nada, siguen allí. Como si el tiempo no pasara en estas zonas prohibidas de nuestro subconsciente. Rylan siempre repite una frase, una que le permite respirar y recobrar el aliento: «nunca se pierde la fe». Sin embargo, más que un recordatorio se ha vuelto un cuestionamiento. ¿La fe a qué? A que mañana todo va a cambiar, que en algún momento llegará esa noticia que nos cambie la vida. ¿Qué es lo que tanto se espera, que nos hace seguir cada día? Para él, todo existe por inercia. Nada hace un cambio significativo, o al menos lo suficiente para demostrarle el sentido de vivir. Las charlas con la psiquiatra le han ayudado a entender el mundo, desde la perspectiva de otro, porque desde su punto, aún no entiende nada. Mantiene la calma porque ahora entiende que no todos se cuestionan la vida como él. Que para algunos no hace falta responder. Para otros ni siquiera hay que hacer preguntas. Basta con entender que cada cabeza es un mundo diferente, y lo importante es aprender a convivir en el tuyo. Mediante perdón, conciencia y empatía hacia nosotros mismos.
Llega a la misma hora de siempre, diez minutos antes de la sesión. Toma asiento delante de los ojos azul claro que lo observan llegar. Ahí está ella; ambos cruzan miradas. A Rylan le incomoda el contacto visual con cualquier persona que no sea Alicia, pero esta vez lo acepta, pues pretende hablar, y romper el silencio incómodo con el que suelen interactuar, el que a ella parece no importarle. ¿Por dónde comenzar?
—Si… —Traga y entona—. Si pudieras elegir, volver a grabar tus canciones, ¿lo harías?
Elú mira la puerta de entrada, como si fuera una opción de irse. A Rylan esto lo hace sentir todavía más nervioso. Quizás fue una mala idea exponer sus dudas ante ella.