Mar de Sales

La reunión

Ha pasado una hora desde lo acordado. Se podría decir que se han entretenido y pasado un buen rato entre charlas y risas, pero no es el caso para todos. Santiago sigue con la mirada fija en el ascensor, con su bebida a medio acabar en la mano. Todavía le cuesta creer que Rylan no se presentará, dejando a Alicia sola. Las ideas se le han agotado. ¿De qué manera puede lograr que este chico se interese en el proyecto?

Manuel mira con extrañeza su celular, una empleada del bar lo llama. Contesta, y se asombra con lo que escucha. De inmediato le toca el hombro a Santiago.

—Rylan está en el bar —dice sin colgar—. Dale mi número, que me escriba para enviarle la dirección.

—¿Qué hace ahí?

—Parece que Alicia le dio mal la ubicación y tampoco le contesta el celular. —Cuelga, y mira atento la pantalla, esperando el mensaje.

—Así que esas tenemos. —Santiago observa a Alicia, entretenida con la charla—. Me parece increíble.

—¿No será que se arrepintió y está inventando una excusa?

—Sea lo que sea, lo importante es que venga, antes de que termine ebrio y ya no pueda decir ni medio.

—Ya me escribió —señala Manuel.

—Ahora toca esperar un poco más.

—Mientras, ¿por qué no te unes a la conversación? —ríe—. Tenemos muchas anécdotas que contar.

—No tanto como ellos. —Niega incrédulo—. Lo que menos pensaría que pasa en un pueblo, es lo que realmente pasa. —De un trago se acaba su bebida—. Pero si que voy a aprovechar un poco este caos. —Ríe, levantándose de su asiento.

—¿A dónde vas?

Manuel lo sigue. Su compañero se detiene al lado de Alicia y carraspea, llamando la atención de la chica..

—Así que… —dice Santiago, sarcástico con una media sonrisa—. ¿Divirtiéndote mientras ignoras a tu hombre?

—¿Cómo? —Alicia se levanta en busca de su bolso, que dejó en el mesón de la cocina.

En un momento atraviesa hasta el otro extremo del apartamento, pues los sillones grandes donde están reunidos quedan del otro lado de la cocina. La expresión en su rostro cambia, de la confusión al horror. Se tapa la boca, silenciando el corto lamento que deja escapar al ver las llamadas perdidas.

—Que malo eres —dice Manuel, observa a su amigo sonreir.

—¿Qué pasó? —Omar se acerca, todos guardan silencio, a la espera.

Alicia marca el número de su esposo, y suspira al escuchar el último repicar. Vuelve a llamar, esta vez escucha el sonido del celular saliendo del ascensor. Bastó con poner un pie fuera, para que ella corriera a recibirlo con un abrazo.

—Perdón —le susurra.

Rylan le acepta, envolviéndola entre sus brazos. Suspira para apaciguar la angustia y frustración que tenía encima; esta no es la primera vez.

—No puede ser, el fantasma apareció. —Uno se asoma, invitando a la pareja a entrar.

Rylan sonríe, deja a Alicia atrás para saludar a cada uno de sus amigos.

—Hermano, ¿dónde te habías metido? —añade Andrés con alegría, antes de darle un fuerte abrazo.

Santiago y Manuel se miran las caras. Creían que las noticias eran simples rumores, ahora se dan cuenta de que eran ciertos, y este chico en verdad estaba escondido de todo el mundo, hasta de sus conocidos.

—Oye pero te ves mejor, como que tendré que encerrarme también a ver si me baja la panza. —Uno se soba su pequeño pero abultado estómago.

—Eso es por tener novia —comenta Omar—; que cocine rico no te ayuda.

—Pero si haces un buen menú no engordas —defiende Hamel.

—No, amor. —Andrés le muestra el dedo índice—. Tú sabes lo que no engorda, pero este señor se traga todo; si le das un mantel con forma de pizza se lo traga.

—A ver, no exageremos, que no soy así.

—¿No fuiste tú el que se comió el plástico de una torta pensando que era una cobertura? —se nota el tono sarcástico en Rylan.

Todos ríen, Uno intenta defenderse pero no tiene sentido, no lo van a escuchar. Desiste, uniéndose a la risa.

—Recuerdo ese día, era el cumpleaños de Hamel, ¿no? —Omar suspira—. Para payasos estábamos hechos.

—Bien. —Santiago se para en medio de todos—. Me encantaría seguir recordando cosas interesantes pero ya perdimos bastante tiempo y de verdad estoy interesado en cerrar los detalles.

—Ajá. —Omar toma asiento, estira los brazos en el espaldar del sillón y reposa su pierna por sobre la otra—. Deléitanos.

Los demás hacen lo mismo, se acomodan en los sillones que forman un semicírculo. Santiago queda en medio, hasta su compañero se ha sentado.

—Imagínense a Mar de Sales, ¿nunca se preguntaron qué pasaría si dieran el siguiente paso? Dejar de tocar canciones de otros en bares, por algo más que solo necesidad o diversión, cual sea.

—Es que nunca tuvimos esa intención —confiesa Andrés—. Todo era pasar un rato, ¿sabes? Después de estar una semana entera metidos en el trabajo, era reconfortante reunirnos a tocar.

—A pesar de que teníamos un público fiel —recuerda Uno, se le nota en el rostro la melancolía.

—¿Pero nunca pensaron en hacer algo más que eso? —pregunta Manuel, y se sorprende al ver la negación en cada uno de ellos—. ¿Entonces qué hacen aquí?

—Nos gusta hacer perder el tiempo a otros —bromea Omar, pero las risas se apagan ante la mirada inexpresiva de Santiago—. Es broma, obviamente que ese no es el caso.

—El punto es, que si están aquí es porque les pica la curiosidad. Y para mí eso es suficiente. —Aplaude, lo cual sirve para espabilarlos—. Haremos esto; el trabajo duro y compromiso siempre es bien recompensado. Quédense en la ciudad, si no tienen donde, se pueden quedar aquí —señala el alrededor—. Dispongo de tres cuartos para ustedes.

—Oh… —A los tres chicos les brillan los ojos, pero Uno, se levanta para mirar el espacio con mejor atención—. De verdad me encantaría vivir aquí.

—Y puedes, a cambio de recibir clases.

—¿Clases?

—Lo poco que vi en los videos es un desastre, prometedor, pero un desastre igual. En cuanto a técnica y postura son un caos, necesitan aprender de verdad a tocar esos instrumentos.




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