Mar de Sales

Reglas

Desde la escalera se escuchan las voces. Abren la puerta; Papu los recibe con un maullido. De inmediato Rylan se adelanta para rellenar el plato de la mascota, mientras Alicia lo sigue, suplicando.

—Amor, perdón. —Suspira, Rylan se detiene frente a ella—. Pensé que no irías, por eso no quería tener el celular a la mano, para que Santiago no estuviera presionando.

—De verdad pensaste que te dejaría sola con ese montón de… —Mira a Hamel, quien se voltea con vergüenza de estar presenciando la discusión—. Ya no importa, más bien. —Se acerca hasta su hermana—. ¿Estás segura de mudarte a ese lugar? Si logro concretar un trabajo podría ayudarte a pagar alquiler.

—¿Qué trabajo?

—En línea —contesta Alicia—, hace circuitos a domicilio —dice a modo de broma pero Rylan suspira.

—Que mal chiste. En fin, que no tienes por que mudarte ahí.

—Si voy a cocinar para los chicos, sería mejor quedarme allí mismo, ya que supongo que sería desayuno, almuerzo y cena.

—Que pesar, y encima el trabajo de mascota…

—Exacto, además que un alquiler cerca de esa zona debe ser inalcanzable para mí.

—¿Qué mascota? —Rylan las mira a ambas reírse.

—Tuve una entrevista esta mañana y me contrataron como el pollo del granero. —Su hermano la mira con asco—. Ya, pero no me salió otra opción, tuve que aceptarla.

—No deberías sobrecargarte, creo que un solo trabajo es suficiente, ya no estamos en esas edades.

—No, pero —contesta con duda y tristeza—... yo tengo que construir algo para mi futuro.

La pareja se mira con preocupación, pues comprenden a que se refiere.

—Lo sé, no rinde vivir en la ciudad con un solo sueldo, pero en este caso tendrás techo, ¿por qué no lo tomas con calma, como un respiro? —La voz de Alicia ayuda a despejar la tensión.

—Igual no sé por cuánto tiempo será, he podido descansar gracias a ustedes, que me tuvieron un par de semanas en este sillón —añade con una sonrisa.

—Vamos, te llevo —Rylan toma las llaves.

Santiago despide a su amigo en el ascensor, quedaron en reunirse mañana temprano con el abogado para llevar todo el registro por la parte legal. Están acostumbrados a cubrirse las espaldas, porque no les gustan los dramas o historias mal contadas. Regresa junto a los jóvenes reunidos en los sillones. Jóvenes adultos de treinta años, aunque aún se les trate como veinteañeros, no lo son. Santiago tampoco es tan diferente, solo les lleva ocho años, pero estar cerca de los cuarenta lo ayuda a tomar una decisión: prefiere vivir haciendo cualquier cosa que le parezca entretenida que esperar la vejez, aburrido y en soledad.

—Bien —dice, llamando la atención del grupo—. No quiero pertenencias regadas por la casa, para eso están sus cuartos. Los horarios de comida se cumplen, el que no se adapte le espera el plato frío.

—No, amor no me dejará comer comida fría por despertarme tarde —ríe Andrés.

—Seré estricto con ella, no será su niñera. —Suspira, detesta ser interrumpido—. ¿Por qué le dicen “amor”?

—Ah, una historia tonta…

—Y muy vergonzosa para ella —vuelve a reír.

—No me importa en realidad, solo les pido que no la llamen así. Es incómodo y se presta para malas interpretaciones. Además de arruinarle la vida amorosa a esa pobre chica.

—Lo siento, es que tenemos tiempo llamándola así, sale automático.

—Sigo —retoma las reglas—. Nada de mujeres, a menos que sean oficiales, una visita nada más. Si quieren pasen su noche afuera, pero aquí no.

—Lo mismo aplica para ti, me imagino —comenta Omar, irónico.

—Justicia e igualdad ante todo —responde sereno, sin perder la calma—. No quiero escándalos después de las diez de la noche, si van a reunirse como nenas a hablar durante horas que sea durante el día. Ya que la norma del condominio es intensa con esos detalles, y sé cómo van las convivencias entre amigos.

—Vale, decirnos por la cara que somos ruidosos —Uno asiente, sarcástico.

—Las mañanas, entre las seis y las ocho, quiero absoluto silencio, mi día depende de que nada ni nadie me moleste en ese tiempo.

—Comprensible, a esas horas deberíamos estar durmiendo —ríe Omar—. Ya que no tenemos que madrugar para trabajar.

—No te acostumbres, cada uno tendrá un horario para recibir clases.

—¿Y quién nos va a enseñar?

—Yo. —Los tres lo miran con asombro ante la seguridad que muestra.

—Bueno, supongo que peor es nada.

—Primero, averigüen quien soy antes de hacer algún comentario, solo les digo, que muchos allá afuera mueren por una oportunidad como esta. —Santiago sonríe complacido ante el silencio, tiene un punto, y ellos lo saben—. Si hay algo más que se me escape, se los haré saber luego. Al final de ese pasillo hay tres habitaciones contiguas, todas suyas. —Se retira a tomar un vaso de agua en la cocina, creía que el día había terminado hasta que escucha el ascensor de nuevo.

Rylan y Hamel entran. La chica se une a sus amigos, mientras que el otro se acerca directamente a Santiago.

—Cuidado con Hamel —dice, con tono serio—. Es lo único que te digo.

—Tranquilo —muestra una sonrisa de arrogancia—. Soy bueno con todos mis empleados.

—¿Lo dices por ella o por nosotros? A ver cuánto te dura tu capricho.

—Ya te lo dije, el que pierde soy yo. —Deja el vaso en el mesón—. Puedes dejar de estar a la defensiva, no tienes que desconfiar tanto de mí.

—Lo haré, hasta que me convenzas de lo contrario.

Suspira al verlo marcharse, y espera a la chica, meneando el vaso en la mano, como si fuera un trago de whisky.

—Ya estoy aquí —dice Hamel, con una sonrisa incómoda en el rostro.

—¿Cuál es tu relación con cada uno de ellos?

—Ah… —mira hacia atrás, los sillones vacíos—. Amigos, casi hermanos.

—¿Y Rylan?

—Él es mi hermano… —responde con duda, nunca ha podido decirlo con seguridad.

—Con razón… —piensa en voz alta—. Mañana formalizaremos el contrato, por ahora tengo la nevera vacía…




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