La mañana ha sido estresante para Santiago, entre diligencias que debe hacer y correos que revisar y enviar. La chica ganó un punto con él, temprano, al sorprenderlo con el desayuno preparado, por su cuenta se las arregló para bajar y comprar ingredientes en la tienda más cercana. Ahora, al mediodía, pierde el dichoso gesto al no ser puntual.
El ruido del ascensor anuncia su llegada, por lo que toma las llaves del auto y decide salir ahora, para ahorrar tiempo. O al menos eso pensaba, hasta que se abre la puerta y se encuentra con un pollo, tamaño real, delante de él.
—Que diablos… —dice, con las llaves en la mano sin entender lo que ve.
—Soy yo. —La voz de Hamel sale desde dentro del traje.
Santiago suspira, aguanta la respiración, pero finalmente no puede contenerse y estalla en carcajadas.
—Lo sé… —ella hace un intento por detener el ataque de risa, pero no funciona.
El hombre, ahora rojo, toma aire, y escupe de nuevo la risa.
—No puedo verte —alcanza a decir, se tapa la cara—. Cámbiate, haz algo.
Hamel regresa, con su típica ropa. Baja la cabeza al verlo recompuesto, si pudiera explicar la vergüenza que siente. Entre los dos crece un silencio incómodo dentro del ascensor.
—Un pollo —dice él entre suspiros—. Nunca me había reído tanto en un día. —Mira el número descender.
—Lo siento, no quería llegar tarde pero…
—¿Pero?
—Es que mi turno es hasta las tres de la tarde, pensé que tendría un poco de tiempo a la hora del almuerzo…
—¿Eso quiere decir?
—Que me escapé del trabajo y no he comido nada —susurra, como niña regañada.
—Ahg —vuelve a exhalar, de forma pesada y molesta—. Hamel, Hamel… —Menea la cabeza—. ¿Alguna vez te han dicho que eres especial?
—Ay, demasiado, más de las que me gustaría —contesta con pesar.
Santiago sonríe, no quiere admitir que le ha hecho gracia.
—¿Es necesario ir formal? —pregunta, al ver la camisa bien acomodada y los zapatos pulidos.
—Tengo una reunión más tarde, y tuve que arreglarme antes porque cierta señorita nunca llegó.
—Pero aquí estoy.
—Sarcasmo Hamel, existe el sarcasmo.
Caminan entre la hilera de carros, en el estacionamiento subterráneo del edificio. Llegan al auto de Santiago, cubierto por un forro protector. Un modelo deportivo, gris, moderno, de dos plazas y techo desplegable. Un lujo que poco o nunca exhibe. Ruega por que funcione bien, hace meses que no lo usa.
Para su suerte el auto arranca con normalidad. Apenas sale del estacionamiento, Santiago hace replegar el techo; el día está nublado, un buen clima para recibir el viento en la cara.
—¿Quieres que te recomiende cuales son los lugares más económicos? Conozco un par. —La chica alza la voz, para que la escuche. Pero él finge no hacerlo, y le sube volumen a la música.
Llegan a un supermercado que, por su apariencia, es obviamente costoso. Es evidente para Hamel que Santiago lo hace a propósito, para que deje el tema, pues cerca de casa quedaban mejores opciones.
—Bueno —suspira resignada—, ¿podrías decirme el presupuesto para hacer una lista?
—¿Hace falta? Agarra todo lo que necesites. —Se aleja por su lado, señalándole el reloj en su muñeca.
—Que pesado —susurra para sí misma.
El sueño de muchos: llenar un carrito de compras sin un precio límite. Basta meter el tercer producto para sentir el remordimiento. Hamel se debate en si debería sacar cuentas, o dejarse llevar por lo que quiere. Rechaza lo segundo, para ella, correr el riesgo de mal acostumbrarse a vivir así es un desliz que no se puede permitir.
—¿Qué es todo esto? —pregunta al volver—. ¿Te di veinte minutos y lo único que has agarrado son granos y verduras?
—No estoy segura de las porciones, estoy acostumbrada a cocinar para tres.
—Somos hombres, con el doble de eso será suficiente.
—Puede ser, estuve pensando en una dieta que podría ayudar, es difícil porque somos diferentes tipos de cuerpos…
—Vámonos.
—¿Perdón?
—Dejé en la caja dos carritos de estos llenos, en casa te tocará resolver con eso.
—Será difícil trabajar contigo…
—¿Ah sí? ¿Te parece más cómodo ser un pollo y hornearte bajo el sol? —Se contiene, procede a sonreír—. Si queremos funcionar, será de la siguiente manera: habla menos, escucha más.
—De acuerdo, así será. —Le extiende la mano.
—No hace falta.
Hamel se queda atrás. Necesita un poco de espacio para procesarlo. Aún le cuesta marcar en su cabeza que Santiago es su jefe, no un amigo, ni mucho menos como los otros, que siempre le han demostrado paciencia e interés.
Se acerca de nuevo, pero al ver el número que crece en la caja registradora decide salir primero y esperar en la entrada.
De nuevo en casa, se encarga de acomodar todo en la cocina, mientras Santiago regresa el carrito del condominio a su lugar. De regreso se acerca a la cocina, y observa a la chica en silencio. Ella cumple su palabra de no volver a decir nada, y eso a él le gusta, pero a la vez siente algo extraño e inconforme.
—¿No tenías una reunión? ¿O es tu costumbre observar a tus empleados? —comenta con seriedad, se le nota el cambio en la voz, hasta su apariencia es distinta cuando se molesta.
—No sé porque alguien en su sano juicio quiere tener dos trabajos, pero el horario te va a chocar.
—Ya lo sé.
—Pago servicio de limpieza dos veces por semanas, es obvio que tengo que agregar más días, si te interesa puedes tomarlo.
—¿Todos los días?
—Seis días, no puedo darte los siete.
—¿Cuánto quedaría al mes? —Santiago le muestra la conversación con el servicio, donde muestra el pago—. ¿Eso por un día nada más?
—¿Tenemos otro acuerdo? —Asiente con emoción—. Bien, iré a la reunión, más tarde nos ponemos al día con el papeleo, y regresa ese traje de pollo, no quiero volverlo a ver.
—Pero si te dan descuento por bailar con el pollo —ríe sarcástica.