Después de mostrarle a Rylan la versión de la canción que cree es la correcta, Santiago se sienta en la batería y marca el tiempo para comenzar. Y así, entre arreglos, ajustes, y repetir el primer verso y coro varias veces, se les ha ido el día. Una vez quedan de acuerdo con el estilo, dan por finalizada la sesión.
—Es similar a “Ahí estás” —dice Rylan, observando la letra en el celular.
—Es la esencia que debería tener la banda. —Apaga los equipos—. Al principio es normal que tardemos tanto, ya luego cuando nos adaptemos las canciones saldrán con fluidez.
—La esencia que te gusta, porque no piensas doblegarte a nadie, ¿eh?
—Cederé, en algunas, supongo.
Afuera, en la cocina, se encuentra Hamel y Omar, conversan alegremente. El chico se levanta con emoción:
—Hermano, ¿estabas aquí? —estrecha la mano con Rylan.
—Sí, los domingos estaré por aquí.
—¿Todos los domingos? —Hamel sonríe—. Entonces haré una comida especial, hoy solo me dio tiempo de hacer galletas, aunque si hubiera sabido que tardarían tanto podría haber preparado otra cosa…
—Hacer un compartir no es parte de tu trabajo —dice Santiago, acercándose para agarrar un par de galletas.
—Será fuera de costo… —responde ensanchando más la sonrisa para ocultar la molestia—. Solo que, la comida si será puesta por ti…
—No esperaba otra cosa.
—Tan predecible, ¿no? —Ambos se miran con desprecio por un segundo.
Omar y Rylan se dan cuenta de la rara tensión entre estos dos, pero también saben que alguien con poca paciencia no podrá tolerar a Hamel a la primera.
—¿Y Andrés y Uno?
—Fueron al pueblo —responde Omar—, el martes regresan y yo me voy el miércoles.
«¿Hola?» se escucha una voz femenina distorsionada.
—Mierda… —Omar se lleva la mano al pecho—. Me asusté.
—Es Alicia. —Hamel se acerca a la pantalla en la entrada.
«¿Hola? El portero me dijo que hablara por aquí, para que me dejen entrar».
—¿Cuál es que era el botón? —mira indecisa el panel.
Santiago se acerca demasiado, y presiona el dichoso botón, haciendo que Hamel se sonroje.
—Debe haber venido. —Rylan mira la hora—. No pensamos que tardaría tanto.
—Pues es perfecto, un domingo aburrido se puede convertir en una buena noche, vayamos por las cervezas. —Omar le toca el hombro a Rylan, espera por su aprobación.
—Son las seis, estamos a tiempo para preparar la cena —Hamel saca cuentas.
Y del ascensor sale la peli negra, acompañada de Manuel.
—Me encontré a este en la entrada. —Se acerca a su esposo.
—¿Me perdí de una reunión?
—Ya estamos completos —dice Omar sonriente—. Te dije, Hamel, que le encontraría uso a esos juegos de mesa.
—¿Qué haces revisando mis cosas?
—Nosotros vamos por las bebidas, jugaremos mímicas, ¿quién es bueno haciendo señas? Les advierto que Hamel y Rylan son malísimos.
—No me perdí de una reunión, sino que vine justo a tiempo para la fiesta —ríe Manuel.
—¿Tú qué haces aquí? —le pregunta Santiago invitándolo a un lado.
—Vine a ver como te va en la guardería… parece que ellos tienen el control —vuelve a reír, mientras mira a los demás organizarse.
—Déjalos que sean felices, que luego no tendrán tiempo para payasear. —Saca el celular—. Ahora déjame pedir algo para comer, no puedo poner a la señorita a trabajar un domingo.
—Pero si lo hace porque quiere, en ningún momento se lo pediste.
—Igual, se supone que es su día libre.
Santiago interrumpe la charla de las chicas para avisarle a Hamel que no cocine nada, y se retira.
—¿Qué tal te llevas con tu jefe?
—Terrible —suspira—. No sabía que estaba tan desactualizada de la vida. ¿Cómo es posible que esta caja limpie los platos? Aunque me ahorra bastante el trabajo pero soy terrible con los electrodomésticos.
—Rylan es bueno con ellos y tú lo contrario —ríe—, es que ustedes no paran de darme sorpresas.
—Ay no, no sabes lo tonta que me he sentido con Santiago.
—Bueno, es que tú eres bastante única.
—Ni me lo digas —se queja imitando un ligero llanto—. Creo que no me afectaría tanto si no fuera guapo.
—¿Guapo? ¿Santiago? Por favor Hamel, que mal gusto.
—¿Por qué? —Ambas lo detallan desde la distancia—. Tiene buen gusto, y se ve mejor con barba.
—¿Te gusta? —Alicia sonríe con picardía.
—No, por favor, ¿cómo va a gustarme?
—¿Y lo de hace rato que fue?
—Siempre lo hago, a donde quiera que voy, siempre voy a tener un amor platónico —ríe avergonzada.
—Eso es lamentable.
—Lo sé. —Suspira otra vez—. Ojalá no fuera tan tonta.
—Vamos Hamel, no lo eres, solo son de diferentes mundos…
Rylan y Omar llegan preparando las bebidas. Se reúnen en los sillones para comenzar con el juego mientras llega la comida.
La noche transcurre llena de risas, al menos las tres horas que duró el juego. Cada uno pudo relajarse y mostrar una faceta amistosa, dejando salir el lado competitivo, creativo y chistoso.
Las horas se hacen largas, Rylan lo sabe, todas sus noches se vuelven una búsqueda interminable de un sentido. Observa las curvas de Alicia, acostada en la cama. Duerme tan profundo, de espaldas a él, inspira tanta tranquilidad. Ojalá pudiera sentirse parte de este ambiente. En la oscura habitación no le queda de otra que salir, aunque lo intente, el sueño no llega durante la noche. Papu lo sigue hasta la cocina, acostumbrada a las rutinas de acompañar a su dueño durante la madrugada.
Abre el portátil. Pasan las horas, y Rylan trata de encontrarse entre los cursos que sigue, pero su mente está en otro lugar. Cierra el video, convencido que no va a prestar atención. Se revuelve el cabello, lleno y entregado a la frustración. Y es cuando piensa: «tienes mucho que contar» recuerda la voz ronca de Santiago. Busca el documento e inserta un salto de página. Comienza a escribir y borrar frases, nada le resulta interesante ni memorable para una canción. «Ni para esto sirves» dice la voz en su cabeza. Se cubre los ojos, ocultándolos entre sus manos. No quiere pensar, ni escucharse, ¿por qué otro si quisiera hacerlo? Al descubrirse el rostro queda hipnotizado delante de la pantalla, mirando el cursor titilar. Hay tanto y a la vez nada. Hay un mar que golpea con cada ola y a la vez no se escucha nada. Una tormenta que azota las imperturbables madrugadas, y Papu no parece inmutarse porque en realidad no ocurre nada. Todo está en su mente. De pronto el cursor se mueve. Como obra de magia comienzan a salir palabras en la pantalla blanca: «eso estaba bien». Rylan procesa lo que acaba de ocurrir, pero Santiago no espera para volver a escribir. «Escríbelo de nuevo, vas bien».