Mar de Sales

Soñar

Un relajante mediodía, preparando el almuerzo en la cocina, es arruinado por el aroma a cigarro que llega desde el ascensor. Hamel arruga la frente y siente como le pica la nariz, pero no puede rascarse porque tiene las manos cubiertas de tomate.

—Apestas —le dice, sin siquiera dirigirle la mirada.

—Bueno, como a cierta dama no le gusta que fume, tuve que hacerlo en la plaza, en la única área para fumadores, lo malo es que no era el único.

—¿Ese lugar no está lleno de indigentes?

—Sí, ahí mismo es. —Se quita la sudadera, la deja caer en el suelo, quedándose con la franela que lleva debajo—. Tenía tiempo que no iba a saludarlos.

—¿A los indigentes?

—Sí, de vez en cuando pasaba por ahí y les daba algo, aunque siempre preferían los cigarros. —Toma asiento y cruza los brazos sobre el mesón de la isla—. Mi oficina quedaba al otro lado de la plaza en ese entonces.

—Qué considerado.

—Sabes… —sonríe sorprendido de la confianza que ella le genera—, fui indigente por un día. —La chica lo observa incrédula, antes de comenzar a picar la lechuga—. En serio, fue una extraña experiencia.

—¿Por qué tú, señor de semejante mansión, serías indigente?

—Hace años estuve en una relación complicada, terminó mal. —Alcanza un pedazo de tomate y se lo come—. Esta persona quería ensuciar mi nombre, acusándome de lavar dinero y tal, ya sabes, verme tras las rejas o hacerme pagar una fianza millonaria y dejarme sin nada.

—¿Cómo cuentas esto tan relajado?

—El punto es, que no pasó porque siempre que hay dinero de por medio meto papeles. —Sonríe satisfecho—. Pero me puse a pensar, ¿qué pasaría si hubiera perdido esa vez? Entonces, busqué mi ropa más vieja y me colgué encima varias camisas, no sé porque siempre usan tanta ropa, pero así me fui a ese punto de la plaza a pasar un día junto a ellos.

—¿Me estás viendo la cara de tonta? —ríe—. ¿Cómo te voy a creer semejante historia?

—De verdad lo hice, pasé un día mendigando, hasta dormí en el suelo debajo del puente. —Ríe, le cuesta mantener seriedad al ver la cara de Hamel—. Conseguimos dinero suficiente para comprarnos tres hamburguesas, la mitad para cada uno. —Suspira al recordar—. Fue la primera vez que alguien me escupe, por lo menos tuvo la decencia de no hacerlo en la cara.

—Estas demente, no te voy a creer esa historia.

—Eres libre de no hacerlo.

—¿Por qué no los ayudas?, si tan cercano eres.

—Porque hay veces, que la ayuda económica no es la que resuelve el problema, sino, más bien lo agrava. Lo intenté, con el menor de ellos, me dio tristeza verlo joven en esa situación, pero no se puede ayudar a quien no quiere ser ayudado.

—Que triste… —Mira sus manos, ya no queda más nada que picar, está lista la ensalada—. A mí los indigentes me dan miedo. Siempre me dicen cosas y me piden cuando yo tampoco tengo nada, y se molestan si no les doy.

—Bueno, la próxima vez que veas uno, piensa que podría ser yo.

—No por favor, más terrorífico aún —trata de ocultar su risa. No quería mostrarse con esta confianza, pero no pudo evitarlo.

—¿Entonces, si me crees?

—Anda a bañarte, que no es solo tu ropa la que apesta.

—Estoy cómodo.

—¿Te gusta observar a la gente cocinar?

—Dicen que en la cocina hay uno que hace todo y el otro solo habla, ¿si lo has escuchado? Bueno, yo siempre fui el que habla.

—¿Así va esto? ¿Yo no debo hablar mucho pero tú sí puedes estar parloteando todo el rato? —pregunta sarcástica, él solo se limita a sonreír—. Ya está, ahora voy a servir y por favor no puedo comer con ese olor.

—Lo que pidas. —Recoge la sudadera del suelo, antes de retirarse a su habitación.

Desde que ya tiene lista la mayor parte de las primeras tres demostraciones de las canciones, se mantiene de buen ánimo, y se le nota. Rylan lo sorprendió dejando un tercer título en el documento compartido: “Tormenta”, seguido de una letra, esta vez separada en versos, como la primera canción. Han quedado, mediante el grupo que crearon para comunicarse los seis, que Santiago tomará la iniciativa en mostrarles una pista de cada canción, hasta que ellos tengan la capacidad o alguna idea que aportar. Que de seguro surgirán luego de escuchar las canciones.

—Mi querida Hamel, ¿con que nos vas a deleitar hoy? —La voz de Omar se escucha en todo el apartamento.

—¿Por qué tienes que ser escandaloso? —dice Andrés, toma asiento.

—A nuestra dama no le importa, ¿o sí?

—En realidad me inquieta, pero tú siempre has sido así —sonríe nerviosa

—Hamel, me ofende que nunca has tenido las pelotas de decírmelo.

—¿Tienes pelotas? Creí que te habían capado de chiquito —ríe Uno, uniéndose a la mesa.

—¿Por qué tienen que hablar de pelotas en la mesa? —También se une Santiago, recién salido de la ducha—. Con ustedes no se puede tener una comida decente, y eso que hay una dama presente.

—Ah no pues, rímame esta —ríen todos, menos Santiago, quien se ríe después de fingir seriedad.

—¿Saben qué?, descubrí una academia con buenas ofertas —dice Andrés mientras se sirve—. Vi por encima que tienen cupos para nutricionista, Hamel, podrías hablar con ellos para hacer equivalencia y quizas te metan de una a hacer las prácticas.

—Por ahora no estoy pensando en volver a los estudios.

—¿Qué otra cosa tienen? —agrega Omar con interés—. No estaría mal aprender algo para aprovechar el tiempo que tenemos acá.

—¿El tiempo libre que yo les estoy proporcionando? —Santiago se ofende—. No van a inscribirse en cursos, quedamos en que se van a centrar en la banda.

—No creo que choque, hay tiempo para ambas cosas, además, así nos queda algo de provecho.

—Es increíble que todavía no puedan visualizar esto por lo que es. —Sonríe con sarcasmo—. Nunca conocí a músicos tan deplorables como ustedes.

—No me considero un músico —añade Andres—. Esto de la banda nunca fue idea de nosotros.

—Tampoco nos vimos dedicándonos a la música, es chevere y me encanta tocar pero hay que ser realistas —dice Uno—. No creo que lleguemos a mucho.




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