«No me gusta tormenta, ni esa versión de volveré otra vez» escribe Rylan. «Ninguna de las dos las escribí para que sean lentas o pesadas».
Es lo primero que lee Santiago al despertarse. Olvidó que ese ser vive merodeando en las madrugadas y sería el primero en contestar, los otros han escuchados los audios pero por ahora se abstienen de comentar. Y este día sería igual que los demás, si no fuera por la reacción de Manuel al comentario de Rylan, dando un pulgar arriba.
—Qué traición —dice indignado.
—¿Perdón? —Hamel responde temerosa, no esperaba esa respuesta al servirle el desayuno.
—Nada, no es contigo. —Escribe y borra en su celular, sin prestarle atención a la comida que tiene enfrente, sentado en el mesón.
—Se va a enfriar.
—¿Y los vagos? ¿Aún no se despiertan? —Ella niega—. ¿Qué decidieron sobre la tontería de hacer cursos?
—No lo sé, pero no es una tontería, es una forma consciente de aprovechar el tiempo.
—Es una tontería no enfocarte en lo que estás haciendo, ahora, si dicen que harán cursos sobre música, entonces los apoyo. Mientras, cualquier otra cosa les será una pérdida de tiempo. —Hamel sonríe sin mirarlo—. ¿Qué es lo gracioso?
—Nada… —responde avergonzada—. Que… eres muy determinado, e… inquebrantable.
—En pocas palabras, que soy terco.
—Que tengas buen provecho —se retira, nerviosa, con la taza de café en la mano.
Al caer la tarde, Santiago sale en dirección al bar. Desde que tiene a parte de la banda en su casa, no ha salido ni visitado dicho lugar. No recordaba lo cruda y agobiante que se vuelve la sobriedad.
—Pero mira a quien tenemos por aquí —dice Manuel, recibe a su amigo en la barra.
—Sí, contigo quería hablar.
—Dime, soy todo oídos.
—Que pretendes con darle tu visto bueno a la diva aquella.
—Te dolió, ¿verdad? —Manuel ríe, y suspira antes de retomar la palabra—. Es que es demasiado tu estilo, no queremos que todo sea “la banda de Santiago”.
—¿Qué dices? Nadie presta atención a quienes están detrás, siempre recae en los artistas, en el cantante principalmente, y lo sabes bien.
—Creo que hay que dejar más de ellos que de nosotros.
—Mejor sírveme algo, que me va a explotar la cabeza con tu nueva postura de madre caprichosa.
—Yo solo digo —le sirve un trago—: que hay que dejar que ellos aporten.
—Pueden hacerlo, sobre la base que hice, porque ellos no saben nada, ni siquiera tienen idea de lo que hay que hacer.
—¿No sería mejor reunirnos y hacer sesiones libres? Déjalos tocar un poco y que fluyan. Es diferente pedir ideas que tener el instrumento en la mano.
—Tienen dos semanas conmigo, ninguno ha entrado por su cuenta en el estudio.
—No es lo mismo un espacio reducido a tocar todos juntos, y tu estudio no tiene mucho espacio para eso —Manuel mira con desprecio el vaso vacío—. Sé que te molesta porque implica un poco más de tiempo, pero es lo mejor para soltar las malas vibras.
—Vibras… —Suspira—. Sabía que Carolina te iba a pegar sus tonterías.
—¿Por qué no nos reunimos en mi casa? Tengo un espacio abierto, podemos instalar los instrumentos y hacer un pequeño concierto.
—¿Por qué no se quedaron en tu casa desde un principio? Al final esto parece más una idea tuya.
—Porque tengo mujer, y una hija adolescente a la cual no quiero que le perturben la paz un grupo de treintañeros.
—O que se enamore de uno de ellos y se nos pegue como un chicle.
—No creo que Sam se obsesione, al menos no de esa forma. —Manuel vuelve a servirle—. Ojalá no vuelva a pasar algo así, trabajar con artistas jóvenes y tener una hija no va de la mano.
—Mira el lado positivo, no hay vicios de por medio.
—El punto es, que deberíamos empezar a tener sesiones con más frecuencia, así sea tocar otras canciones. Cualquier cosa que ayude a romper el hielo.
—Yo no voy a sacar otras versiones de estos temas, si surgen variantes, las vas a editar tú. —Lo señala para remarcar su molestia—. Dedicar una semana entera en esto para que luego lo tiren a la basura…
—Hay cosas que cambiar en la letra, sé que se te da fatal pero todavía falta pulir mucho, más de lo que crees.
—Por qué no vas y tomas el té con Rylan, quizás compartan un par de galletitas y unas risitas, ¿no crees?
—El “post grunge” no es el estilo que pensaba para esto.
—¿Entonces qué? Sí estabas tan agusto editando siempre lo mismo en la disquera ¿por qué no te quedaste ahí?
—Porque no podía herir tu ego de esa forma… —Manuel sonríe ante la mirada fulminante de Santiago.
—¡Éxito!, tenemos otra diva en el grupo —dice sarcástico—. Aunque con lo sensible que está Omar, creo que en realidad son tres.
—¿Y nunca pensaste que la diva podrías ser tú?
—Nos vemos el domingo en tu casa, y espero que tengas las “nuevas versiones” listas para ese día.
—¿Una semana no es muy poco tiempo?
—Lo mismo que tardé en sacarle la melodía a esas letras. —Levanta el vaso vacío a manera de brindis—. Espero ansioso a ver que traerán.
—Tranquilo, ya tengo algo en mente, solo me falta hablarlo con Rylan.
—¿Y los otros? ¿No que cada uno tiene que poner de su parte? —Santiago finge sonreír.
—Hagamos una votación.
—Perfecto. —Aplaude—. Cítalos acá, que no tarden mucho, mientras me tomo aquella botella —señala.
—Te va a pegar fuerte el despecho. —Manuel le facilita la bebida.
—Estaré por aquella mesa.
Uno por uno comienzan a llegar los demás integrantes, después de una hora de avisarles sobre la improvisada reunión. Al estar todos, se unen a la mesa donde Santiago sigue sumergido en los tragos de su segunda botella. Como le dijo su compañero, le va a caer mal la ebriedad de esta noche.
—Pero qué mala gente eres —dice Uno, insinuando estar ofendido—. Tenías que esperarnos, ¿no sabes lo nocivo que es para la salud el beber solo?
—¿Y una botella de esas? —Andrés mira con curiosidad—. Por lo menos dinos que nos invitas a acabar esta.