Santiago se despierta temprano. No pudo dormir casi nada, apenas un par de horas, pero el día ha comenzado y no puede permitirse seguir en la cama. El olor a comida recién hecha llena el apartamento, Hamel ha olvidado usar la campana, otra vez. Lo primero que hace al salir de su habitación es mirar por la ventana. Le encanta la vista, los edificios que se pierden a lo lejos, trazando la línea del horizonte. Y lo segundo que ve, es a Hamel en la cocina.
—Buenos días —dice, tomando su típico asiento. Y suspira al no recibir respuesta—. Parece que estamos de malas el dia de hoy.
Hamel coloca la taza sobre el mesón, y la desliza con lentitud hasta dejarla frente a él.
—Sin hablarme, ¿no? —Sostiene su cabeza con su puño, haciéndose preguntas—. ¿Qué te molesta?
—¿Yo si tengo que aguantarte? —Le da la espalda.
—Por favor Hamel, ¿cómo te vas a molestar por eso?
—No estoy molesta, solo pido que no me molestes.
—Fui honesto, no quería recibir un regaño de tu parte.
—Fuiste grosero.
—¿Esperas que me disculpe? ¿Por decirte que no quería escucharte?
Lo mira con desprecio, mientras él mantiene una calma inexpresiva.
—Buenos días —saluda Andrés, se acerca, apoyando las manos sobre el mesón. Hamel se gira, sin responder—. ¿Qué está pasando aquí? —pregunta, al percibir la tensión.
—Nada —responde ella, tajante—. Ahí tienen la comida lista, sírvanse. —Se retira, encerrándose en su cuarto.
—¿Qué pasó? —ríe Andres—. Pocas veces la he visto así, ¿cómo lograste enojarla?
—No importa. —Se levanta, revisa la sartén y busca un plato para servirse—. ¿Podrías aclararme en qué quedamos ayer?
—¿No recuerdas nada? De borracho eres agradable y chistoso.
—¿Te sirvo?
—Por supuesto. —Toma asiento—. Ayer hicimos una apuesta, tú, Omar y yo tendremos que montar tus versiones, mientras que los otros, harán las suyas. Y las chicas votarán en nuestro debut privado. ¿No suena emocionante?
—Demasiado infantil para mi gusto. Pero si con eso se entretienen las niñas, tocará hacerlo.
—¿Qué niñas?
—Las divas.
—¿Qué divas?
—Olvídalo y come. Dentro de dos horas comenzamos a ensayar.
Se queda encerrado dentro del carro en silencio. El garaje nunca se había sentido tan sofocante, paralizando los sentidos. Pero las preguntas en la cabeza se llevan el protagonismo. Insistir en hurgar la herida, se hacía fácil la idea, pero la realidad es otra. Encontrarte renuente al cambio, dejando una versión de ti áspera y frustrada. Rylan cierra los ojos, y en un intento de suspiro pretende dejar toda esta sensación que lo abruma. Las versiones de Santiago no están mal, mas no puede dejarlas pasar, porque le sirve como excusa para retrasar lo que debe enfrentar. «Un juego, es solo algo pasajero» susurra, sin querer abrir los ojos. La imagen de Alicia le viene a la mente, ella esperándolo, atenta a escuchar de qué fue la reunión. Y gracias a eso, sale del auto y del garaje oscuro y silencioso.
—Amor —lo recibe sonriente, verlo le ha quitado la ansiedad de la espera.
Lo abraza, se esfuman las ideas catastróficas que tanta angustia le hacían vivir. No pudo quitarse ese sentimiento constante de que en cualquier momento lo puede perder, y su regreso, significa mucho más de lo que es.
—Lo siento, no quise hacerte esperar, estuve dando vueltas por ahí.
—Lo sé, me lo imaginé. —Se adentra en la cocina, descubriendo la cena—. Se enfrió.
—No te dije, se me olvidó, pero ya comí.
—Bueno… —La expresión triste vuelve a asomarse en su rostro—. Lo guardaré para luego.
—¿No deberías estar dormida a estas horas?
—Recuerda, no puedo dormir si no me das las buenas noches —sonríe, de manera frágil.
—Vamos, debes estar cansada.
La acompaña hasta el cuarto. Alicia lo observa desvestirse desde la cama; como le gustaría eliminar ese tatuaje de ruinas en su espalda. Una marca constante de lo que cree que es su vida.
—¿Y cómo te fue en la reunión? —le pregunta al tenerlo a su lado, ya en la cama.
—¿Quieres saber? Pensé que te dormirías apenas tocaras la cama —ríe, acariciando los largos mechones.
—No, quiero escucharte.
—Bueno… hemos quedado en hacer varias versiones de una misma canción, creo que todo se complicó más de lo que debería.
—Debe ser difícil que todos se pongan de acuerdo.
—Supongo… no sé que voy a hacer.
—¿Por qué lo dices? ¿Qué tienes que hacer?
—¿Cantar? ¿Música? —bufa—. Seré todo lo que no debía ser, según mi padre.
—Ser músico no significa ser un vago ni mucho menos un drogadicto.
—Pero lo fui… y tiene las pruebas para acusarme de ello.
—Que importa, ya no te habla y te echó de la familia.
—Pero tu mamá… no quiero que me siga odiando.
—Es que… —Se sienta, rompiendo la atmósfera romántica—. Ella no va a cambiar de parecer, lo siento, pero Olivia le contaba todo porque son amigas.
—Qué posibilidad había de que tu madre fuera tan cercana a mi madrastra. —Suspira, con la mirada perdida en el techo, ahí las ideas se organizan mejor—. Imagínate tener un prometido, que pospone la boda por medio año, para luego enterarte que embarazó a una cualquiera en un pueblo perdido en medio de la nada. Maestra de música, por supuesto, los artistas y su forma impulsiva de ver la vida.
—No generalices así a los artistas.
—Para que luego esa mujer, se fuera con otro, con un cantante famoso que llegó al pueblo buscando una especie de retiro espiritual. Por supuesto, te aprovechas de la situación porque no puedes perder tan buen partido, aunque hayan pasado más de diez años. —Mueve el brazo en círculo, como dibujando algo en el techo—. Recuperas a tu prometido y te aseguras de limpiar su pasado. Convirtiendo a su hijo en su sobrino, un niño que salió de una hermana que hace años que no sabes de ella.
—Que injusto…
—¿Injusto? —ríe sarcástico—. Creo que eso es poco, mi mamá también abrazó la idea.