La impaciencia comienza a notarse. Alicia mira la pierna de Rylan, que sube y baja rápidamente.
—¿Todo bien?
—Un poco nervioso, ansioso, tal vez…
—¿Por qué? —ríe incrédula.
—Estoy oxidado, no he tenido mucho tiempo de práctica, ¿y si me pongo nervioso?
—Da igual, tu voz siempre suena bien, ¿qué es lo peor que pueda pasar? ¿Qué desafines un poco? —bromea, pero la expresión inquieta de su esposo la hace dudar—. Amor, tranquilo, es el cumpleaños de Uno, ¿qué más informal puede ser?
—Supongo que tienes razón.
La llegada de Uno se hizo esperar. Todos se acercan para felicitarlo y conocer a su pareja: Elena. En especial Santiago, quien la mira de lejos, mientras intenta deducir qué estilo musical le debe gustar. Finalmente suspira, recordando que Hamel sigue molesta con él, ni pudo comentarle que quería su voto. Mira con desprecio a Omar y a Andrés, riendo entre los demás. Justo tuvo que quedarse con los solteros. Aún sin haber comenzado, ya sabe cómo va a terminar. Siempre lo supo, la intención de Manuel es obvia. Golpear su ego, hacerlo moderar sus deseos, y bajar de la nube sus estándares. Y está consciente, sabe que las canciones que escuchará no le van a gustar, y no podrá refutar nada.
—Entonces, comencemos —dice Santiago, cansado de tanto esperar.
—Ah sí —Uno aplaude—. Guíanos, maestro.
—Aprovecha, gózalo cuanto puedas. —Se coloca la guitarra, prueba el sonido, se acerca al micrófono—. Buenas noches, a los que están dispersos, será mejor que se acerquen o yo mismo me encargaré de dejarlos sin canapés.
Andrés se coloca el bajo, Omar lo sigue, tomando el puesto en la batería.
—Arranquemos con lo pesado —les dice—, salgamos de esto de una vez, antes de que me de una acidez. —Se gira, acercándose el micrófono nuevamente—. Para las damas, con mucho amor.
Un par de caras se arrugan apenas inician con la primera canción: “Tormenta”. Los instrumentos suenan alto y fuerte, haciendo retumbar la casa. Detrás de los músicos se pueden ver las luces titilantes de la ciudad, a través de los ventanales. El escenario perfecto para un concierto privado.
Rylan respira profundo, se le hace un nudo en el estómago al escuchar su letra en vivo. Los nervios atacan con más fuerza, y su pierna vuelve a mostrar esa impaciencia. Se levanta del sillón, en busca del primer trago de la noche, aunque sabe bien que no debería. Mira a Hamel, parada justo al lado de la mesa de aperitivos. Luce entretenida, y esa mirada llena de ilusión frena su deseo de beber. Se detiene junto a ella, para observar a Santiago desde el punto de vista de su hermana.
Arranca la segunda canción, de golpe, ni dejaron espacio para los cortos aplausos. “Volveré”.
—¿Te gusta?
—¿Qué? —voltea asustada—. ¿Si me gusta él?
—No, las canciones… ¿te gusta Santiago? —pregunta con asco.
—No, como crees… —Su voz nerviosa la delata.
—¿En qué estás pensando?
—¿Qué tonterías insinúas? —Se cruza de brazos—, déjame disfrutar de la música.
—Hamel… cuidado con uno de tus caprichos, ¿bien?
—No será un capricho… —murmura triste—. No me regañes, ¿si?
—¿Por qué estaría regañándote? ¿Qué hiciste?
—Nada… —Suspira—. Olvídalo, no te preocupes por nada de eso, “deja de buscar donde no es…” —repite la letra de la canción que suena.
—Muy graciosa.
—¿No te toca cantar a ti? Anda, y deja de molestar.
—Te estaré observando. —Se aleja, haciendo una seña de advertencia.
Rylan camina entre aplausos. «Es solo un juego» se repite mentalmente.
—¿Qué tal estuvo? —le pregunta Andrés con emoción, le entrega el instrumento.
—Bien, aunque no deja de ser raro todo este asunto.
—Sí —ríe Omar—. Muy diferente al bar.
—Oye, por lo menos ya sabíamos cómo sonaban estas. Pero las siguientes si son sorpresa, Manuel no quiso compartir nada —Andres ríe con timidez—. Todavía sigo nervioso, y no tengo idea de por qué.
—Es que les dije, que mi Elena hace temblar al mundo.
—Vaya payaso. —Omar niega—. Mejor me alejo antes de que se me pegue la estupidez.
—Qué ánimos. —Llega Manuel, sonriente. Agarra el micrófono—. Préstame esto un momento. Sé que hay alguien por ahí, que no le gustó esta idea e hizo una presentación sacada de… ya saben de donde… —ríe al ver a su hija asomada en un rincón—. De partes nobles no tan nobles. —Todos ríen—. Pero esto, más que una banda picada en dos, y una excusa de cumpleaños, es una manera de descubrir hacia dónde va esto. E independientemente de lo que hoy se elija, que ya está bastante claro —vuelven a reír, esta vez no todos—. Hay que disfrutar el proceso, que al final es lo que más tiene valor.
Le entrega el micrófono a Rylan. Ajusta en la consola los efectos de sonidos ya programados, solo necesita activarlos; se acomoda en la batería a la espera de la señal del cantante.
—¿Con cual comenzamos? —Ni Manuel, ni Uno responden, ambos alzan los hombros—. Volveré otra vez…
Uno inicia la canción con la guitarra. Y la diferencia es obvia, las chicas muestran más reacción al intentar bailar al ritmo de la melodía.
Alicia sonríe con emoción, no le quita la mirada a Rylan, y él, tampoco a ella. Se le escapa alguna que otra sonrisa mientras canta. Su amada le ayuda a esfumar los nervios sin sentido que tanto le querían hacer dudar de si mismo. Y la confianza se nota, la energía que muestra anima al público a intentar cantar. Hasta Andrés y Omar se han unido al disfrute de la canción, y se lamentan cuando acaba.
—Antes de seguir —dice Manuel—, la siguiente se disfruta más con menos luces. —Con el control en su mano, hace bajar la iluminación en toda la sala, para continuar con la siguiente canción: “Tormenta”.
Santiago ríe incrédulo. Nada le hace sentido al meter estos ritmos dispares. Ahora entiende la postura de su amigo. Hacer lo que se quiere y no lo que se espera. Que la etiqueta que preceda a Mar de Sales sea la esencia del sentimiento, y no un patrón marcado ya con pautas a seguir, o una lista de requisitos a cumplir. En conclusión, algo que él llamaría: un desastre. Pero la idea está lejos de ser desagradable, y aunque no sea clara, está dispuesto a seguir, porque la curiosidad pica más.