Después del mediodía. Hamel dobla la ropa recién sacada de la secadora. Sale, con la columna de tela sobre sus manos, se cruza con Santiago, quien entra por el ascensor.
—Tú —la señala—. Tú y yo pasaremos la noche juntos.
—¿Cómo? —se sonroja, pierde el equilibrio y deja caer la ropa al suelo. Suspira y mira con vergüenza la ropa.
—No seas mal pensada Hamel —ríe, viéndola recoger las prendas—. Después de la reunión, los vagos decidieron irse de fiesta, así que, tenemos el apartamento solo, hasta el amanecer.
—¿Y no quieres que piense mal con ese tipo de comentarios?
Santiago se vuelve a reír de ella, pero esta vez con más fuerza hasta llevarse la mano al estómago.
Hamel lo ignora, entra en el cuarto de Uno y sacude la ropa antes de organizarla sobre la cama. No hace el servicio completo, se rehúsa a ser la madre de estos seres. De regreso afuera, Santiago la espera de brazos cruzados, aparentando seriedad.
—¿Qué es lo que quieres? —le pregunta, con cara de obstinada.
—Necesito tu ayuda —baja el tono de voz—, ¿no crees que sería grato pasar una noche conmigo? —vuelve a reír, al verle la cara roja como tomate—. No te vayas —le sujeta el brazo—, ya, fue la última broma. —Respira profundo—. Quiero que me ayudes con la letra de una canción.
—¿Yo? —se señala, incrédula—. Por qué no vas con Rylan.
—Porque… —arruga la boca—, es algo privado, y tú eres más indicada.
—Ya, poniéndome nerviosa no vas a conseguir nada.
—Por eso digo, pasemos la noche juntos en esto, ¿te invito?
—¿Invitarme?
—Bajamos y compramos una montaña de golosinas, no se, pasemos una noche de chicas, ¿no te interesa?
—¿Noche de chicas? ¿Quién te dijo que se reúnen a comer papitas?
—Nadie me lo dijo, pero sé que les encanta.
—Bueno… te puedo aceptar un par de dulces…
—Ahí estás —ríe—, cámbiate, y bajamos por ellos.
—Puedo ir así… —Se estira la camisa, checando que no tenga alguna mancha de sucio.
A Santiago todavía le cuesta asimilar la sencillez de ella. Puede comprender que en casa quiera estar cómoda, pero que no le importe estar despeinada para bajar a una tienda, ubicada en una zona de lujo en la ciudad. Menea la cabeza y ríe ante la idea.
—Bajemos entonces.
En la tienda, pasean entre los estantes, cada uno por su lado. Santiago escoge rápido las botanas que le gustan, y un par de botellas, porque no pretende pasar una noche como esta en sobriedad. Si quiere tener una mejor participación, escudriñando sus sentimientos, será más fácil hacerlo bajo los efectos del alcohol. Camina entre los pasillos, buscando a Hamel. Se acerca, quedándose quieto a su lado. Observa atentamente cómo duda y tarda para elegir un cereal.
—¿Qué pasa? ¿No está el que te gusta? ¿Quieres ir a otro lado?
—No, es que… este me encanta —señala—, pero se ha vuelto muy costoso, hace años me compraba uno a diario.
—¿Es una broma? Agarra cinco, cuesta mucho menos que esta botella —le muestra su cesta.
—Que exagerado, no puedes compararlos. —Tuerce la boca—. Llevaré uno, es que tengo mucho tiempo sin probarlo…
—Haz lo que quieras. —Toma un par del mismo cereal y los mete en su cesta—. Ya me diste curiosidad.
—Son sabrosos, para comerlos como galletas —ríe con brevedad.
De regreso en el apartamento, dejan todas las bolsas sobre el mesón de la cocina. Santiago se acerca a su sala favorita y abre la cortina junto a la ventana. Apaga el aire, asegurando que esta noche habrá viento frío.
—¿No debería preparar la cena?
—No —le indica que tome asiento—, si nos da hambre pedimos algo. Acá lo importante será concentrarnos en las letras. —Desaparece por un momento dentro del estudio, y vuelve con la guitarra acústica entre sus manos.
—Luces animado —comenta nerviosa—. Creo que esperas demasiado de mí.
—Algo va a salir, tenemos toda la tarde, la noche entera y hasta la madrugada para sacar algo.
—¿No crees que podría considerarse como un trabajo? —suspira—. Es como exprimirse el cerebro buscando ideas… y eso agota.
—Tienes dulces, ¿qué más quieres? Pídelo sin vergüenza. —Comprueba que la guitarra esté afinada.
—No lo sé… no me siento muy cómoda.
—¿Cómo escribiste “ahí estás”? —Deja la guitarra a un lado, en el suelo.
—No tenía luz… y fui obligada a pensar en algo para quedarme dormida… además que Alicia quería una canción y yo… pues yo quería salir de ese lugar.
—Bien, te falta contexto… —Se rasca la barba—. Obviamente hay detalles que te haré saber, no te iba a pedir una letra de la nada… verás, quiero algo especial, para alguien especial. —Hamel lo observa con intriga—. Necesito sacar una canción que exprese lo que me carcome por dentro. En palabras más sencillas, quiero pedirle perdón a mi ex, pero tiene que ser de una forma, que ella entienda que la letra es por y para ella.
—Eso sí que es… íntimo.
—Lo es, y créeme que soy un inútil con las palabras. Pero de alguna forma siento que tú puedes dar con ellas, y yo sé cómo tiene que quedar. Además, que Rylan no me dejaría la autoridad entera y completa en decidir lo demás.
—¿Y yo si? —sonríe—, pues claro, no sé nada de eso.
—Pero sabes lo más importante, el sentimiento.
—Pedir perdón… —susurra.
—¿Ahora nos entendemos?
—Igual no viene nada a mi cabeza, lo siento, no funciono así.
—Es temprano, ¿por qué primero no nos distraemos con algo?
—¿Cómo qué?
—¿Quieres ver una película?
—¿En el cuarto? Porque no hay televisor acá afuera —vuelve a sonrojarse.
—Sí, en el cuarto, acostados en la cama —ríe—. No Hamel, no todo conlleva eso. Tengo una laptop, la ponemos acá en la mesa, no necesitamos de una pantalla gigante.
—Me parece bien —comenta con emoción—. Pero tiene que ser algo que nos transmita el sentimiento, por ende, veremos una película de romance.
—Es parte del proceso… todo sea por eso.
Así pasan la tarde, hasta la noche. De una película que ha dejado una emoción diferente al arrepentimiento, Hamel ha pedido ver otra. Y las caras aburridas de Santiago le hacen saber que su venganza ha funcionado. Tres películas en fila pasaron. Al terminar piden algo para comer. Y mientras disfrutan la comida, la conversación nace con más fluidez y sin nerviosismo.