Manuel revisa las cuentas, factura tras factura, regadas sobre el escritorio. Prefiere esto, juntar los números en silencio, a tener que lidiar con varias voces a la vez, como lo hace Santiago en su casa.
—Señor —entra una chica joven—, afuera lo busca el otro jefe.
—¿Otro jefe? —se quita los lentes—. Él no es otro jefe, se llama Santiago.
—Lo sé pero no le gusta que me refiera así, tampoco quiere que le llame señor…
—Entonces llámalo idiota, estará más que acostumbrado. —Vuelve a mirar los papeles sobre la mesa.
—Señor, no puedo hacer eso.
—No importa —Santiago entra en la oficina—. Puedes irte.
La chica sale lenta y visiblemente nerviosa, temerosa de haber cometido algún error.
—¿A qué viniste? ¿A poner nerviosos a los empleados?
—¿Por qué no me pueden llamar jefe? —Toma asiento—. En la última reunión se los dejé muy claro, ahora si no te gusta, no cuentes conmigo para otra de esas charlas de personal.
—Eres un caso perdido, ¿qué haces aquí?
—Nada, quería pasar a saludar, y tomar un trago.
—¿Mucha gente en casa? —Recoge todas las hojas, juntándolas en una rema.
—Demasiada… Necesito un trago.
—En la oficina no se toma.
—Estoy molesto y agobiado. —Su amigo lo mira con extrañeza—. Me ofende que me echara del cuarto… y no consigo entender por qué, si se supone que había confianza entre nosotros.
—¿Qué?
—¿Cómo hago para evitar este reinicio?
—¿Ahora qué se supone que estás consumiendo? ¿Ya se te terminó de ir la poca cordura que te quedaba?
—Estoy así —muestra una pequeña porción con sus dedos—, de perderla.
Manuel se levanta, busca en la repisa de atrás una botella. Mientras coloca los vasos en la mesa y destapa la bebida, pregunta:
—¿De quién estamos hablando?
—De Hamel.
—¿Qué? —grita incrédulo—. No, no, no y no. —Deja la botella en la mesa y se cruza de brazos.
—Deja de pensar mal, no entiendo cual es la tendencia de todos a pensar mal.
—¿No será porque todos tenemos un punto?
—Mira, pase la otra noche con ella…
—Cómo —interrumpe, la palidez se apodera de su cuerpo.
—No en ese sentido, fue algo normal, pero me gustó hablar con ella, y me resulta entretenido hablarle cada mañana y eso quiero, solo hablar, al menos hacerlo con alguien menos chocante que tú.
—Mantener una relación amistosa con una mujer, sin que cruce la línea, es algo muy complicado. —Suspira, toma asiento de nuevo.
—Con ella es diferente, puede convivir con los vagos sin problema.
—¿Quizás crecer con ellos ayudó a verlos como familia? Y este es el punto, Hamel es la protegida de la banda entera, y si te metes con ella, vas a echar a la basura todo el esfuerzo y el dinero que ya hemos invertido. ¿O necesitas que te recuerde la lista de cosas que tenemos pendientes?
—No va a pasar. —Santiago se sirve el trago—. Es demasiado tonta para mi gusto, pero tiene un punto de vista entretenido, y me resulta interesante esa sinceridad espontánea.
—No, no, no y no. ¿Es que no te escuchas? Así comenzaste con Elú, fingiendo que la querías persuadir para llevar un paso más allá sus letras.
—Es diferente… porque aún me pesa hablar sobre Lú.
—Podrías superar de una buena vez tu abstinencia a la soledad, deja de querer llenar los vacíos con cualquier ruido.
—Conseguí una buena canción con Hamel…
—Por favor… La gente no existe a tu alrededor solo para servirte de algo. ¿Si lo sabes, no? —Revisa el portátil—. Además, agregaré una cláusula al contrato.
—A ver.
—Para el día de mañana, cuando se te vuelvan a volar los tornillos. —Escribe—. “Solo podrás salir con Hamel, si estás dispuesto a casarte con ella”. Listo, de lo contrario serás expulsado de todo esto y nos libraremos de ti sin ningún problema.
—¿Serías capaz de continuar con ellos sin mí? —ríe sarcástico.
—Sí, lo haría, no voy a jugar con las ilusiones de nadie, y si hemos estado motivando a seguir adelante con este proyecto, es porque, al menos yo, me lo voy a tomar en serio.
—Bien, agrégala, no me importa porque nada de eso va a pasar.
—Eres peor que un dolor de cabeza.
—¿Podrías regresar conmigo a la casa? Haremos una reunión para aclarar algunos detalles sobre los siguientes pasos y Rylan tiene un par de canciones para mostrar. Ya que no puedo hacer lo que me nazca de los huevos, entonces deberíamos estar todos para dar nuestra humilde y tan necesaria opinión… —Sonríe de manera forzada.
—Tengo que terminar algunos pendientes aquí.
—Te espero —se levanta con el vaso en la mano—. Estaré dando vueltas por el bar.
En la casa se encuentran con el escándalo de los demás, jugando en la sala con la consola. Manuel ríe sorprendido, pues parecen niños, y se acerca con curiosidad a saludar. Santiago encuentra a Alicia en el otro sillón, en su lugar favorito.
—¿Y Hamel? —le pregunta, haciéndola sobresaltar del susto.
—Durmiendo, ¿dónde estabas? Ella se quedó esperando verte en la mañana.
—Estaba dormido a esa hora. ¿Se encuentra mejor?
—Sí, creo que mañana podrá retomar su trabajo. —Mira a los demás en el fondo—. Este lugar la necesita con urgencia.
—Tú deberías poner orden.
—¿Yo? ¿Por qué? Ni que fuera la madre de esos cuatro. —Lo señala—. Tú eres el jefe, así que ve, y diles que no hagan tanto ruido.
Asiente y sonríe; odia recibir instrucciones de otros, pero no puede refutar nada.
—Muy bien, cuerda de payasos. —Santiago apaga el televisor, que han sacado de uno de los cuartos—. Se acabaron las horas felices por ahora.
—¿Te dolió que no te invitemos? —pregunta Omar con tono de burla.
—A partir de ahora comenzaremos con los ensayos en casa de Manuel. Cuando estemos consolidados y tengamos más canciones, alquilamos una sala de ensayos, y por último, nos tocaría conseguir un estudio para grabar.
—¿Y eso que nos aporta ahora? Es solo un aviso —añade Uno con tristeza, todavía sostiene el control en la mano.