Hamel abre el refrigerador en busca de qué preparar para esta mañana. Queda congelada al darse cuenta del estado de los vegetales. Mientras estaba enferma, olvidó por completo que algunas cosas estaban por dañarse si no se aprovechaban cuanto antes.
—¿Qué no tiene sentido? —exige Santiago, quien cambia el rostro al verla inquieta—. ¿Hamel? ¿Estás bien?
—No… —suelta un pequeño suspiro disfrazado de un llanto lastimoso.
—¿Qué pasa? —Se levanta, acercándose para verificar.
Hamel comienza a llorar con intensidad. Retomar la rutina, junto a la imagen de la comida perdida, hace que el cansancio vuelva a su cuerpo, y es suficiente para romper todo lo que tanto contenía en su pecho. Se cubre el rostro, encima le ataca la vergüenza de llorar frente a Santiago.
—No entiendo qué está pasando… —dice él, en un intento fallido de querer sonar comprensivo.
—Se dañó la comida —responde en medio del llanto.
—Ah, es eso… —Mira dentro de la nevera, aún abierta, y la cierra, acompañado de un suspiro de frustración—. Qué ridiculez, por un momento pensé en algo peor.
—No… no entiendes… —Se deja caer lentamente hacia el suelo.
—No es el fin del mundo, ¿sabes?
—No, no lo es —intenta limpiarse las lágrimas con las manos.
—Es normal, enfermaste y no pudiste usar la comida… cosas que pasan.
—Sí, soy la culpable —vuelve a retomar el llanto.
Santiago respira profundo, rodea los ojos con obstinación. Se agacha, acercándose a ella.
—Tú no decidiste enfermar, no es tu culpa.
—Déjame —dice entre lágrimas—, ya se me pasará.
—Sabes, dicen que nuestros pensamientos son nuestro carcelero, mientras más tiempo permanezcan ahí, por más tiempo nos tendrán cautivos.
—¿Qué dices? —Respira—. ¿De qué rayos estás hablando?
—Que es mejor soltarlo, decirlo, antes de sepultarlo.
—Ya, ¿insinúas que lloro por otra cosa?
—No lo sé, dímelo tú. —Ambos se observan, en medio minuto de silencio.
—¿Nunca dejas de hablar? —susurra Hamel.
—Una vez —comenta con seriedad, también susurrando—, hablé largo y tendido… por mucho rato… con una paloma.
Hamel sonríe, y niega con la cabeza mientras crece su risa. Y se vuelve un caos, entre las lágrimas y las carcajadas. Oculta su rostro, otra vez, rogando por retomar el control de sí misma.
Santiago la observa sorprendido, como falla en respirar con calma y se rompe, regresando al llanto. Una extraña mezcla, una explosión de emociones.
—Ya no sé si estás triste o…
—¿Cómo… —inhala, exhala—, puedes ser un estúpido, y a la vez decir cosas tan… profundas?
—Porque soy un estúpido entrenado.
—¿Por quién? —sonríe, aunque siente y sabe que tiene los ojos ardidos y rojos.
—No te lo puedo decir, tu rostro va a cambiar si lo hago.
—Ah, entiendo —comprende que habla de su ex.
—E igual te cambió el rostro…
Hamel se pone de pie, lo primero que hace es echarse agua en el rostro. Le cuesta manejar todo lo que él le hace sentir, pero debe hacerlo, si quiere conservar el trabajo.
—¿Sí sabes que es lamentable de tu parte seguir hablando de tu ex? —dice tajante.
—Lo sé —recupera su asiento—. Pero no puedo evitarlo.
—Yo no tengo experiencia en relaciones, no he tenido el disgusto de tener una. —Saca un bol de vidrio—. Pero Rylan sí, y lo acompañé en su despecho muchas veces. —Rompe tres huevos—. En su última relación, fue con una tatuadora, una puta… ya sabes, por su trabajo tocaba a hombres, y ese no hubiera sido tanto el tema de discusión, si ella no subiera fotos tan junto a sus clientes, casi que abrazados de caderas… —Bate los huevos con energía—. El punto es, que terminaron y luego empezaron a llegar los rumores, que al final se convirtieron en confesiones.
—¿Querías chismosear o qué? —pregunta, impresionado por todas los cambios de actitud que muestra tener en un instante.
—Tú escucha. —Prende la estufa, coloca la sartén, saca la bolsa de pan integral—. Era obvio para todos que ella lo engañaba, y no sólo con uno. Pero mientras él estuvo en la relación no tenía ojos para darse cuenta. Luego, la odia como no tienes idea. De hecho tiene un tatuaje que ella le hizo, y gracias al cielo que está en la espalda, si hubiera sido en un lugar a la vista, estoy segura que se hubiera quitado esa mancha con un bisturí.
Remoja la rebanada en el huevo para luego dejarla dorar en la sartén.
—Rylan cambió después de eso, se volvió más cerrado y menos dispuesto a mostrar sus sentimientos. Antes de salir con ella, estaba pasando por una etapa, podría decirse que de restauración. Y todo ese trabajo fue sepultado bajo el dolor, y todavía me pregunto si ha podido recuperarse de eso.
—Entiendo…
—No, no entiendes. —Abre el frasco de mantequilla de maní—. Cuando engañas a una persona de esa forma, todo cambia. —Unta la mantequilla a la rebanada—. Elú no es la misma que conoces. De seguro el odio que te debe tener es más grande de lo que crees; deja de pensar en ella y asume el error que cometiste. —Le sirve un par de rebanadas con café.
—No la conoces.
—No, es solo una suposición… pero más daño te haces queriendo buscarla para pedirle un perdón que no vas a recibir… por lo menos, no ahora.
—Qué desayuno tan simple…
—Y sin embargo es rico en fibra y proteínas —sonríe con falsedad—. Hay que hacer mercado.
—Buenos días amor. —Andrés se acerca a la cocina—. Me alegra tenerte de vuelta.
—¿Amor? —pregunta Santiago.
—Si, si, la costumbre —responde Hamel, sirviendo otro plato—. Lo siento si es poco, más tarde preparo algo mejor.
—Descuida. —Andrés se retira.
—¿Tienes tatuajes? —pregunta Santiago, luego de dar su primer mordisco a la tostada.
—No, pero porque estoy acomplejada con ese tema.
—¿Cómo así?
—Para mí, rayar mi cuerpo tendría que tener un significado extremo de importancia, que exprese algo especial, o algo que me marcó… ya que cada día se va a deformar delante del espejo y puedo odiarlo si no tiene el valor suficiente para estar allí.