Mar de Sales

Te escucho

—¿Si supieras que el mundo se acaba hoy, qué harías de diferente? —pregunta Alicia, sentada en el sofá bajo la luz del mediodía.

—Nada, en realidad, no creo que haga nada diferente —Rylan responde, mueve la pierna de manera incesante sin dejar de ver la hoja en blanco sobre su otra pierna.

—He leído tantas veces lo mismo. —Apaga la pantalla del celular, agotada de leer el libro que lleva por la mitad—. «Vive tu día como si fuera el último», «no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy». Todos intentan dar un mensaje motivador pero también puede ser estresante y agobiante, porque demanda aceleración.

—En realidad si, creo que lo mejor es no pensar. —Suspira, coloca el cuaderno sobre la mesa.

—Es contraproducente, no pensar es escapar.

—Entonces quiero escapar.

—Amor —sonríe—, no te agobies.

—No sé qué escribir, no tengo nada para decir.

—Podemos empezar por lo básico —se acomoda, sentándose de lado para mirarlo de frente—. ¿Qué sientes?

—Qué no sirvo para nada… —Responde, enfoca su atención sobre el florero en la mesa—. Qué el mundo entero me va a consumir… —«Soy como el polvo, siempre escondido en cualquier rincón» piensa al ver las hojas de plástico sucias en el centro, de donde nacen—. Qué me aferro a una vida, y no sé el valor de ello, ni entiendo la necesidad.

—Cuánta complejidad… —vuelve a sonreír, pero esta vez avergonzada—. Te confieso que me siento tonta a tu lado, porque no sé nada. —Entrelaza las manos, nerviosa—. Tu buscas un significado en todo, vives analizando; yo solo actúo. Puede que se vea como una maldición, quizás solo estás mal direccionado en la búsqueda. Pienso que tus virtudes pasan desapercibidas delante de ti.

Rylan la observa jugar con las manos.

—Eres fuerte aunque te veas débil. Admiro tu forma de aprender, tienes esa rapidez para captar lo que se expone. Y te soy sincera, no me hago la boba cuando te pido una explicación, es que tú siempre lo entiendes de una forma más sencilla. —Desliza la mano izquierda hacia él, buscando entrelazar sus dedos—. Deja de hacerte daño, diciendo que no sirves para nada; tú sola existencia me ayuda un infinito para vivir, amor.

—Lo siento, siempre pensando en mí, y meto la pata todo el tiempo.

—Justo eso es lo que digo —ríe con timidez—. No estás metiendo la pata, no cometes un error al expresarte. A mí me encanta que lo hagas. —Suspira, su esposo mantiene un rostro inexpresivo que puede ser síntoma del desánimo—. Mira, vamos a deconstruir, ¿si?

—¿Por qué?

—Es parte de la terapia para la gestión de emociones y ayudar a quitarle el peso, ¿no? —sonríe nerviosa.

—No, no me refiero a eso, ni me interesa. —Su voz es pesada y su mirada insistente—. ¿Por qué te soy útil?

—Qué frío... —siente el choque eléctrico que le deja los pelos de punta—. Digo, sé que no lo haces con esa intención, pero amor, eso sonó cruel.

—O quizás tú no quieres hablar sobre eso.

Papu se sube al sillón, interrumpiendo la conversación y llevándose las miradas.

—¿Por qué insististe en casarte? Si no nos conocíamos del todo, apenas un mes, ¿qué te hizo estar segura de querer estar conmigo? —pregunta Rylan, mientras sumerge sus manos en el pelaje de la mascota.

—Tú fuiste el de la idea —vuelve a suspirar, pero esta vez de alivio.

—Era una broma, y te empeñaste en hacerla real —le recuerda.

—A ver —ríe—, me estás volviendo una bola de nervios por nada. —Le toca el rostro, masajea sus mejillas, obligándolo a sonreír—. ¿Podrías mostrar alguna reacción? Si lo haces, te respondo.

—Ya… —Aparta las manos de su cara, suspira, intenta sonreír… pero no puede—. No sé, no me nace.

—Creo que esto de forzarte a escribir algo te tiene muy tenso. —Mira a la gatita—. ¿Verdad, Papu?, parece que el señor acá necesita una de dos cosas.

—¿Cuáles?

—Algo, no sé. —Levanta la vista al techo, hurgando entre los pensamientos—. Se me ocurre una salida, apagarse un rato paseando por un parque…

—O un cementerio.

—O la segunda opción —sonríe con falsedad—: caerte a golpes hasta que muestres una cara diferente.

Rylan cierra los ojos y aprieta los labios, incapaz de contener la risa que rompe la tensión.

—Bueno —Alicia ríe con él—, no hicieron falta los golpes.

—No… —Respira con dificultad—. Eres… —le mira de frente, desliza su mano por su rostro, admirando su belleza—. Eres perfecta, y te amo, aunque no lo parezca.

—Yo también te amo.

—Lo siento por ser tan crudo. —Se levanta, sacude su pantalón—. Entonces, salgamos, y demos ese paseo por el parque. Sé que también necesitas un respiro para los diseños en los que trabajas.

—Oh sí, la dichosa creatividad se ha esfumado de esta casa por tu culpa —ríe.

—Ey, yo soy el que menos la ha usado el último mes.

—Pero, prométeme que si te reconocen no te harán querer regresar a la casa, ¿si?

—Te lo prometo, estoy dispuesto a hasta que me pidan una foto, siempre y cuando disfrutes esta tarde.

—Claro que lo haré, ¿hace cuánto que no salimos? —se levanta con alegría—. Todo siempre es ir a ensayos o a la casa de Santiago.

—Y a la tienda…

—Tú no pasas por ahí.

La tarde está nublada, atravesada por tragaluces: ráfagas de sol concentradas como focos de atención. Rylan los mira con curiosidad, mientras maneja. No dice nada, solo lo piensa, el clima se presta para una lluvia repentina, lo único que podría arruinar el paseo. Observa a su esposa reír con el celular sin prestar atención al clima. Sabe que ella detesta la lluvia, le recuerda que no puede tener el control y se frustra cuando sus planes quedan arruinados. En los días lluviosos todo cambia: la humedad, el vapor que sube, se multiplican los insectos, el tono gris que apaga el mundo, muchos clientes que no saldrán de casa y tiendas que cerrarán por lo mismo.

Llegan al parque, van directo al área central, donde la feria tiene lugar. Pero los juegos están cerrados y solo quedan abiertos los puestos de comida. Aunque Alicia lo sabía, su objetivo principal son las barquillas, le encantan las que venden aquí. Con sus helados en las manos, comienzan la caminata, lenta y pausada, entre los caminos de piedras. Se dirigen a la parte botánica, para encontrar entre los diferentes colores de las plantas la susodicha inspiración.




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