Al abrir la puerta son recibidos por los maullidos de Papu. La gatita se pasea entre las piernas, pide atención. Rylan la carga, de inmediato la abraza y la lleva hasta el plato de comida.
—Mi mamá me llama —dice Alicia—, de seguro quiera hablar sobre la casa, dijo que tenía “planes” por contarme. —Atiende la llamada.
Recorre la casa mientras habla. Su esposo la observa desde el sillón. Busca el lápiz y la hoja en blanco que dejó sobre la mesa. Escribe una línea, luego otra, observa la cabellera negra danzar de un lado a otro, y vuelve a escribir.
«Desde atrás, tu cabello juega» lee lo que escribió, sonríe y suspira a la vez. Podría funcionar como canción, pero no para la banda. Dobla la hoja y comienza de nuevo a escribir frases sueltas. Le cuesta recordar ese día. «A dónde se fueron las ideas» se pregunta, dando golpecitos en el papel. Cierra los ojos y se masajea el ceño. «Recuerda» repite en su cabeza una y otra vez, como si con eso logrará traer claridad a su memoria.
—Amor… —Alicia toma asiento, deja el celular en la mesa—. Tengo dos cosas que contarte, una no te va a gustar, y la otra te gustará un poco menos.
—La menos tediosa primero —respira profundo, hunde su espalda en el sillón.
—Mi mamá me quiere vender la casa en pequeñas cuotas, no está interesada en que le pague todo de inmediato, y pensé que podríamos tener un lugar más grande…
—No.
—Pero, piénsalo un poco, ¿no crees? Creo que nos urge más espacio. —Señala a su alrededor—. No puedo ni estirar los brazos.
—En la cocina si puedes.
—Tiene un patio, que podemos cerrar con una malla para que Papu esté. —Se acerca, con una sonrisa nerviosa—. Piénsalo, no tendríamos que recoger sus cosas.
—Tu madre vive a dos cuadras de mi padre, ni loco voy a vivir ahí.
—Podría cambiar…
—¿Qué podría cambiar?
—La segunda cosa que no te gustará tanto es… que tu papá tuvo un ataque al corazón y… —Alicia deja de hablar al notar el cambio brusco en la expresión de Rylan—. Tranquilo, está estable, recuperándose en el hospital. Pero… estaba pensando que podrías aprovechar, ya sabes, estos momentos de vulnerabilidad para ir a verlo.
—No. —Se inclina hacia adelante, se tapa el rostro con las manos—. Yo ya no soy parte de esa familia.
—Tonterías, eres su hijo, y sé que en estos momentos es cuando más se recapacita sobre la vida.
—No lo conoces, amor, no va a doblegarse ni aunque su vida dependiera de ello.
—Creo que tú eres bastante terco. —Suspira—. Está en el hospital central, no está muy lejos de aquí, por si decides ir. Y… con respecto a la casa, la voy a comprar.
—¿Por qué?
—Porque es mi mamá y es su manera de dejarme las cosas, lo demás solo es una ayuda monetaria que ella no sabe pedir. Quizás no nos mudemos ahí, pero puedo rentarla, y si en algún momento termina esa maravillosa relación que tiene, ojalá que no, después quien la aguanta; podrá volver a su casa.
—En ese caso, haz lo que quieras.
—Ah sí, el más comprensivo —sonríe sarcástica. Su rostro decae, copia la mirada inexpresiva de su esposo—. Lo siento si te arruiné la noche al hablar sobre tu papá.
—No… —Quisiera mentir, y decir que no es así, pero no puede—. No importa. —Se pone de pie—. Ya comienza mi horario de hacer nada.
—¿Hacer nada? —ríe incrédula—. Estudiar es hacer algo, además que tú no tienes la culpa que no te salga trabajo, es la desventaja de ser autónomo.
—Sí… no es mi culpa, ¿qué otra cosa podría hacer? —se pregunta a sí mismo con ironía.
—Ya verás —se levanta con ánimo, dándole un beso—. Me ayudas a pagar la casa cuando la banda sea un éxito, ¿si?
—Por supuesto. Será un éxito —exhala—, con un cantante peculiar y depresivo; además, será tan bueno que no me volveré a deprimir, porque todo se va a arreglar con eso. Eso era todo, ¿por qué nunca lo pensé?
Alicia respira profundo, deja salir todo el cansancio acumulado:
—Ya entiendo porque la terapeuta quiere empezar las sesiones conmigo. Es que tú no te ayudas.
—No, claro que no. Sé lo que debo hacer, sé que me tiene mal, sé que me cuesta perdonar y dejar todo atrás; y no, no lo voy a hacer porque ¡no sé hacer nada! —alza la voz.
Ella lo observa en silencio con obvia tristeza en su rostro. Y él, con la respiración acelerada, se contiene de las palabras.
—Algún día vas a entender el daño que causas, no solo a mí, sino a ti. Y entonces sentirás vergüenza, pero bien acompañada del alivio.
—Ruego porque ese día siquiera exista.
—Empieza por aceptar que no es una condena. Nada de lo que vivimos es lo suficientemente perpetuo para encarcelarnos de por vida, excepto que tú lo permitas. —Abre la puerta del cuarto—. Ahora, tengo que dormir, ¿podrías, por favor, cambiarte el interruptor y ser mi amado esposo? Si es posible, antes de que termine de bañarme.
Rylan mueve el cuello en círculos, procede a tumbarse en el suelo, estirando los brazos y piernas. Cierra los ojos, el frío del piso lo reconforta. Papu se le acerca, se le acuesta a un lado, acurrucada en su axila.
—Se nos fue otro día Papu… —acaricia el suave pelaje—. ¿En algún momento dejará de sentirse así? —Los nudos dentro de su cabeza se acentúan—. La depresión nunca se irá, ¿verdad? Es una parte de mí… ¿tengo que aprender a convivir con ello? ¿Acaso tengo que pretender que algo en este mundo tiene valor, y que la vida superficial no es un asco? —La mascota suelta un maullido, antes de estirar las patitas y comenzar con el ronroneo—. Lo sé, ella no se refiere a eso… Ella quiere que sea un poco más normal. Aunque… creo que un trauma es difícil de superar hasta para alguien normal… quizás en realidad quiera que sea…
—Humano —dice Alicia, quien sale del cuarto y abre la puerta del baño—. Quiero que seas humano, y así como te permites sentir, quiero que te permitas sanar. Y fracasar, y volver a intentar, sin ser tu peor enemigo. ¿Si? —Le regala una sonrisa, desaparece detrás de la puerta.