La noche está oscura y nublada. Alicia mira preocupada por la ventana. La calle está sola y silenciosa. Respira profundo y contiene el aire, infla sus mejillas, señal de lo ansiosa que se encuentra. Con el celular en la mesa, a la espera de que suene o se ilumine la pantalla. Su esposo no contesta las llamadas, hace horas que lo espera y no sabe nada de él. La incertidumbre le pone los nervios de punta. Ruega que sea por cualquier cosa, excepto un accidente. Papu sube al sillón, se acuesta a los pies de su dueña, quien está acurrucada, abrazándose las piernas. «¿Dónde estás, amor?» se pregunta repetidas veces en su cabeza.
Empieza a caminar de un lado a otro. Son las doce de la medianoche, y aún no sabe nada de él. Entra al cuarto, decidida a salir a buscarlo, a dónde sea que esté. Se cubre con el abrigo más grande que encuentra, de Rylan; revisa por la ventana de la habitación, la noche luce fría. Unas sombras inentendibles se mueven por el cementerio, y ella no tarda en sentir un escalofrío. «Por favor, dime qué no estás otra vez ahí…» como si pudiera hablarle mentalmente, como si una súplica pudiera cambiar la dirección. Ese es el primer lugar donde debe buscar.
Cruza la calle, avanza con sumo cuidado y a oscuras para no llamar la atención. «Esto es peligroso» saltan las alarmas en su cabeza. Hay un lugar en concreto donde puede estar: sentado sobre la tumba del sr. Matías. Un viejo que fue conocido en las cercanías por su amabilidad. Alicia de pequeña lo conoció, y le contó a Rylan sobre sus cruces con ese señor, sobre todo la curiosidad que sentía al verlo siempre solo. Es la única tumba que no recibe flores, ni una sola vez le han visto una flor, aunque sea marchita, como en las otras. «¿Cómo alguien tan bueno, puede quedar solo?» se preguntaba ella constantemente. Ahora, conoce ese lado oscuro, ese vacío donde alguien puede caer y morir en silencio.
Se congela delante de una figura, un hombre, sentado sobre dicha tumba.
—¿Rylan? —pregunta temerosa. Se acerca con cautela—. Eres tú, ¿verdad?
No recibe respuesta, la sombra ni siquiera se mueve ante su presencia. Ella se agacha delante de él y saca el celular para alumbrar con la pantalla.
—¿Qué haces aquí? —sonríe aliviada—. ¿Qué pasó, como para traerte hasta aquí?
No contesta, incluso aparta la mirada para no verla.
Alicia guarda su celular, mira alrededor mientras se frota los brazos. El frío aumenta, la neblina comienza a comerse las tumbas a la lejanía.
—¿Podemos irnos a casa? —suplica—. Antes de venir, creo que ví entrar a un grupo de personas, y me da miedo encontrármelas.
—No deberías estar aquí… —Rylan susurra—. Por mi culpa estás…
—Amor, este no es lugar para hablar, ni mucho menos para pensar. ¿Vámonos, si?
Se pone de pie junto a ella. Sonríe agradecida y le toma la mano. Camina deprisa, ya no importa el ruido que puede causar, salir de ahí es primordial.
—¡Eeeh! —se escucha un grito a lo lejos, acompañado de risas—. ¿Qué hacían por ahí?, pervertidos —ríen.
—Ignóralos por favor —dice Alicia, aprieta su puño aferrándose con fuerza a la mano de Rylan. Sin mirar atrás, sigue caminando hasta llegar a la luz de la calle.
Se supone que debería ser un lugar custodiado, pero ni las rejas están cerradas. Este cementerio se presta para todo tipo de situaciones, en las que Alicia no quiere pensar, ni mucho menos saber.
—Bien —recupera el aliento, el miedo se lo quitó—. Ya salimos.
—Lo siento, otra vez yo… —mira atrás, hacia la oscuridad del cementerio.
—No, no. —Le sujeta ambas manos y lo obliga a dar dos pasos bajo la luz amarilla del poste—. Sé que la vez anterior me molesté y te grité. Y te dejé en ese lugar, pero está vez no. —Intenta sonreír—. Somos uno, ¿recuerdas? Y aunque duela —se le nubla la vista por las lágrimas—... Dolerá menos, después de enfrentarlo.
—Vamos. —Esta vez él le agarra la mano, y guía el camino de regreso a la casa.
Una vez cerrada la puerta, Alicia se rompe entre las lágrimas.
—Te dolería menos si me fuera.
Niega con la cabeza, se seca las lágrimas con las mangas, pero se le dificulta recuperar las fuerzas. Pelea contra una respiración entrecortada.
—Una vez te acostumbres a mi ausencia, estarás bien —él insiste.
—Basta. —Lo abraza—. Te quiero a ti, te necesito a ti.
Con fuerza cierra sus brazos. Necesita sentirlo, y que él también lo sienta.
—No te rechaces a tí mismo. ¿Por qué mereces un trato diferente? ¿Por qué no mereces amor? ¿Por qué para ti solo hay odio y destierro?
—Porque es lo que soy… —susurra, la respuesta es casi automática. «No tengo valor»—. No merezco nada de esto.
—No, mi vida, mereces esto y mucho más. Por favor, déjate querer… aprende a amar, nunca es tarde.
—Quiero dormir… —se suelta del abrazo.
—Pero es de noche. —Mira la comida tapada en la mesa—. Tú no duermes a estas horas.
Se encierra en el baño, a los minutos sale directo al cuarto.
—¿Rylan? —lo sigue—. ¿No vas a comer? Está fría, te la puedo calentar.
Acostado en la cama, le da la espalda. Una señal que le dice: No volveré a hablar.
Alicia regresa a la cocina. Come un par de bocados pero se le revuelve el estómago. Ni ganas de comer siente. Guarda todo en la nevera. Se sienta en el sillón a leer. Pero se detiene, pues no entiende las palabras. Mira la puerta del cuarto semi abierta. Es como la primera vez. El contador volvió a arrancar en cero, y todo el esfuerzo se ha esfumado.
—No, no —mueve la cabeza de un lado a otro. «Dale tiempo, mañana estará mejor» se dice, convenciéndose de que esta recaída no es más que un tropiezo. No significa que sea un derrumbe. Y la duda la carcome, ¿qué pudo pasar?
Existen este tipo de momentos, que para Rylan implica destruir todo. Si es un contador nuevo, no hay un punto medio. O estás bien, o estás mal. Para él, la felicidad no es más que una emoción que se apaga; siempre va a estar mal. No importa lo que haga, existe ese vacío que le habla. En momentos de soledad, o cuando la mente calla por una milésima de segundo, ahí está ese sentimiento. Le recuerda su valor, como si pudiera ver su precio: un cero, sin más. Los demás tienen valor, él mismo puede notarlo y apoya la noción en que lo encuentren. Solo por existir lo tienen, pero no aplica para él. ¿Traumas, marcas? La mente humana es compleja, una carrera incesante para conocerte y ayudarte. Rylan está cansado de eso, simplemente no quiere existir. No quiere luchar.