Estaciona el auto y apaga el motor. En el lugar están los otros carros. Aún no se acostumbra, no sabría si vivir en una casa inmensa sería el mismo sueño que alguna vez tuvo. Puede que las complicaciones de la vida le hayan ayudado a Rylan a ver lo innecesarios que se vuelven algunos sueños.
Cruza el extenso jardín hasta llegar a la puerta principal, no sin antes detenerse un minuto a observar la ciudad a lo lejos. «La mansión en la colina» piensa con ironía. Nunca se le habría pasado por la cabeza que vendría con frecuencia a un lugar así. Toca el timbre, de inmediato escucha pasos acelerados y detrás de la puerta se asoma Samanta.
—Hola —dice la joven—, sabía que tenías que ser tú —abre la puerta, sonriente.
—¿Tú?
—¿Puedo tomarme una foto contigo?
—No.
—Ay por favor —actúa dramática haciendo un puchero.
—Primero aprende a saludar —Rylan entra directo a la sala dedicada a los ensayos.
—¡Mamá! —cierra la puerta de un golpe—. ¿Por qué los artistas que papá trae a casa son aburridos?
—¡Sam! Te dije que no molestes —contesta Manuel desde la cocina—. Ni se te ocurra grabar los ensayos, ya hablamos de esto —le señala la escalera para que suba a su habitación.
La adolescente obedece y sube las escaleras haciendo muecas burlonas.
—Te vi —le dice desde abajo.
Manuel suspira y continúa hacia la sala de ensayos, donde la música se escucha, no es un área insonorizada por lo que el eco es incontrolable. Se encuentra con Rylan en la entrada, quien presta atención al sonido antes de entrar.
—¡Ey! —Manuel sonríe, habla alto para que se le escuche—. ¿Qué haces ahí?
—No sabía de esta… —señala la puerta.
—Ah, el otro día que no viniste se pusieron a discutir. Y a Uno se le ocurrió anotar lo que decían para convertirlo en una canción, ¿cómo estás? ¿Bien?, ¿quieres entrar?
Rylan asiente. Al entrar se ubica a un lado de la puerta, y se cruza de brazos mientras los observa.
—Todos caminan con máscaras, y nadie está dispuesto a quitársela —canta Santiago, y señala con el índice a Rylan apenas lo ve llegar—. Que escapen las voces, de todas formas nadie escucha…
Acaba la canción y los instrumentos paran de sonar.
—¡Hermano!… —grita Omar desde la batería.
—¡Pero si es la reina del drama! —agrega Santiago desde el micrófono.
—Oye, le queda, ¿no? —Uno no pudo resistirse a la risita de Andrés.
—¿Quieren drama? —pregunta Rylan—. Yo los veo bien, encontrándome reemplazo.
—Hay que resolver, ¿no crees?
—Si te ausentas por dos días, ¿qué pretendes que hagamos? —Santiago toma agua—. Igual, fue buena idea arrancar siempre improvisando un poco, ayuda, como dice este ser de luz —señala a Manuel—, a “limar asperezas”.
—Fueron solo dos días, no una eternidad —protesta—, además, tengo dos canciones más por añadir.
—¿Dos más? —Manuel saca cuentas—. En teoría tendríamos suficientes para ir grabando el álbum…
—¿Un álbum? ¿Ni siquiera un sencillo para tantear el terreno? —Andrés se muestra confundido.
—No —responde Santiago—, queremos tener el repertorio completo para proceder.
—¿Y cuál es el proceder?
—Rascarnos las nalgas y los huevos, será —Omar se levanta con frustración—, porque acá deciden todo sin nosotros.
—Pensé que tendríamos que decidir una de las canciones para que sea el primer sencillo, lanzarlo a redes y ver que sale de ahí, ¿no? —explica Uno.
—Demasiado básico. —Santiago respira profundo y se toma un par de segundos para organizarse—. En realidad no tenemos muy claro que vamos a hacer, solo tenemos una lista de contactos a quienes vamos a perseguir para colarnos en lo que sea que salga.
—Esperas demasiado de una banda fantasma —Omar vuelve a su asiento—. Creo que lo mejor sería volver a activar las redes, no se, dar señales de vida, que se alborote el avispero a ver si todavía tenemos chispa.
—Bien, ¿quién maneja eso?
Todos miran a Rylan.
—Alicia —responde—. Pero la última vez que me asomé en esa cuenta, el público mayoritario es femenino, porque el tema de la subasta fue más relevante que el tributo.
—¿Qué subasta? —pregunta Manuel.
—Esa tarde divertida donde nos subastamos para una cita y tocamos canciones románticas bien pesadas, nada cursis —dice Andrés con tono sarcástico—, definitivamente va de la mano con lo que trabajamos ahora.
—Sí, eso fue un error, pero se puede sepultar —afirma Santiago.
—Creo que es considerable darle un vistazo a esas estadísticas —Manuel insiste.
—Hombre, ¿seguimos con el ensayo? Me agobia tanta charla. —Toca el bombo para hacer presión.
—De hecho, deberíamos ir al nuevo lugar para los ensayos.
—¿De qué hablas?
—Agendamos un estudio, también tiene sala de ensayos —Santiago mira a Rylan—, y clases de coreografía, presencia escénica y esas cosas.
—Por supuesto.
—¿Y por qué no fuimos allí directamente?
—Porque este otro ser especial —señala a Rylan, de nuevo—, no contesta y tenía que esperar a que viniera para notificarlo.
—Ni modo, vamos a conocer el nuevo nido. —Uno desconecta la guitarra.
—¿Nido? Olvida eso, allá tienen instrumentos.
De regreso a los carros. Manuel se sube de copiloto en el auto de Santiago, mientras que los demás prefieren ir con Rylan. Este conduce detrás del otro, ya que no le dieron la dirección de a donde van.
—La verdad que la camioneta de Alicia está bien cuidada —dice Omar, acaricia la tapicería—, ¿no me la vende? De seguro está pensando en comprarse otro auto, este va quedando viejo.
—No lo sé —responde con la vista por sobre el volante y una obvia frustración creciente.
—Y acá siendo honestos —Uno se asoma por el medio, desde los asientos traseros—, ¿qué te pasó? ¿Al menos un mensaje podrías responder?
—Nada relevante, solo me enfermé…
—Sí, sabemos cómo son esos “malestares” —agrega Andrés, desde el asiento de atrás, mira por la ventana sin mostrar mucho interés.