Los minutos transcurren con lentitud para Rylan. Con todos los demás perdidos en las pantallas de sus móviles. Siempre ha tenido la costumbre de no estar apegado a su celular, considerándolos innecesarios. Desde su infancia, ese aparato ha significado una angustia, solía recibir llamadas y mensajes negativos. La aversión que ha desarrollado lo llevó a tenerlo siempre en silencio, pues el sonido de un simple mensaje le hace revolver el estómago.
—Bien, gracias a “la ranita”, volvemos a ser relevantes —dice Omar, guarda su móvil en el bolsillo.
—No lo sé —Uno sigue husmeando en las redes—, la cosa se está desviando hacia la relación de Rylan y Alicia.
—¿Qué? ¿Por qué hacia mí?
—Ah, la gente, ya sabes lo fáciles que son para hablar y opinar.
—¿Qué están diciendo?
—Que te calza mejor está chica que Alicia —Andrés prefiere ser directo—. Y no entiendo por qué, ¿si me habrá reconocido a mí o solo a ti?
—¿Y eso qué importa? —pregunta Rylan agitado.
—Ey, ofendes —Andrés le muestra la palma de la mano—. Son solo comentarios, hablaré con ella… ya que me dio su número a mí —sonríe.
—No uses a la banda para sacar información —advierte Santiago—. Supongo que tienen uso de la lógica y la razón, ¿verdad? No me hagan añadir más reglas.
—Pero ya va —pide Omar—, me estoy perdiendo, no estabas por confesarte a… ¿Marta?
—Sí, y lo haré para que me rechace de una vez y seguir con mi vida.
—Una lloradita y a seguir, ¿no? —ríe Uno—. Sin hielo y directo el trago amargo.
—Lo mejor sería que no te confieses, ¿por qué dañar una relación, si igual estás dispuesto a desaparecer? Es muy de imbécil de tu parte —dice Santiago—. Deja a esa mujer en paz y a esta otra también, que ya veo que no paras de escribirle.
—Ya va, ¿por qué va a dañar? —Omar muestra su curiosidad—. Si todo está bien, ¿qué va a dañar?
—Las dudas, eso carcome de manera horrible —le responde—. A veces ustedes parecen que no saben conectar las neuronas, por favor.
—No ya veo, el más sabio y filósofo ahora, ¿qué más nos puedes enseñar?
—Tengo mucho por enseñar.
—A ver —Andrés junta sus manos, indicando seriedad—. Vi un video que decía que: si codicias a la mujer de otro, estas deseando el trabajo de este otro. Decía algo así como que: en una pareja se trabajan mutuamente, y lo que ella es hoy, es por las experiencias que ha vivido con él. ¿Qué de cierto hay en esto?
—Tiene sentido, ¿nunca has convivido con alguien? ¿Al menos un año? —Suspira al ver la negación—. No me refiero a vivir con alguien, si no, tener una relación por más de un año. —Vuelve a suspirar al ver el no como respuesta.
—El punto es —agrega Manuel—, que el ser humano es cambiante, nos amoldamos a nuestro entorno. Y si tenemos una pareja, la manera de ver las cosas cambia según lo que vives en pareja. Puede que esa mujer sea muy diferente si la hubieras conocido antes de estar casada, ¿y cuánto tiempo llevan? Mientras más lleven, más formas van a compartir, semejanzas pues…
—¿Pero decir que estoy codiciando el trabajo de otro no es una manera de menosprecio? ¿Acaso esta mujer no tiene mérito propio por lo que ha vivido? ¿Le debe todo lo que es a su esposo?
—Por supuesto que no, pero su sesgo está empañado de la otra persona, de manera positiva o negativa, no se puede evitar, eso pasa cuando convives.
—Necesito un par de tragos más para seguir con tanta charla —dice Santiago al acabarse su último trago—. El consejo es que no lo hagas. La infidelidad no es un juego y es bastante doloroso, no vale la pena sembrar dudas por una confesión ridícula.
—¿Lo dices por experiencia? —pregunta Rylan.
—Efectivamente —alza el vaso vacío.
—Ah, entonces si son ciertos los rumores —comenta Uno, no parecía estar prestando atención—. Ella te engañó.
—No, yo la engañé a ella. No es algo que debería estar comentando tan a la ligera… pero si les sirve, tomen el consejo. —Se levanta—. Iré por otra botella.
—Pero… ¿si va a volver con el chisme completo?
—No lo creo —responde Manuel—. Creo que terminamos la reunión por hoy.
Rylan regresa a casa. Al abrir la puerta es sorprendido por la gatita, que lo esperaba con impaciencia. Le sonríe y la carga, acercándola a su cara para escuchar el ronroneo.
Deja las llaves del auto en su debido lugar. Se sirve un vaso de agua, tomó una sola copa de vino, rompió su larga racha de no consumir alcohol, al menos así lo quiere hacer para cuidar la voz. Y sentir la casa vacía le hace caer en la pregunta: «¿dónde está mi esposa?». La busca en el cuarto y no la consigue ahí. Intenta abrir la puerta del baño pero se sorprende al encontrarla con la cerradura pasada.
—¿Amor? —Insiste en abrir la puerta, pero solo es para hacer notar su presencia. Es raro encontrarla encerrada en el baño.
—Ya salgo.
—Bien —expresa preocupado.
Saca la guitarra del estuche, y se acomoda en el sofá para improvisar algunas melodías. Murmura algunas palabras, las que rimen con el sonido, o lo que podría estar oculto y no lo sabe. «¿Qué siento?» se pregunta y mira el techo, mientras sus dedos siguen danzando sobre las cuerdas.
—Bueno, ¿qué tal me veo? —dice Alicia, da vueltas luciendo un vestido negro de cuero. Además de un peculiar mechón blanco entre su larga cabellera negra.
—¿Y eso?
—Tenía planeada una ruta, en la que llevo semanas trabajando y pensaba darte una sorpresa… pero todo ha quedado arruinado —sonríe para ocultar su molestia—, por ti.
—¿Qué? ¿Qué hice?
—Estaba pensando en retomar mis consejos de costura para darle publicidad a una nueva línea… de este estilo —se señala—, liso, brillante, agresivo, inspirado en Mar de Sales…
—¿Y entonces? Suena bien, ¿por qué yo no te dejaría hacer eso?
—No sabes quien es ella, ¿verdad?
—¿Ella quién?
—¡Ay Rylan por favor, te acabas de tomar una foto con la primerita que empezó a tirarme basura cuando comencé a salir contigo! —Sacude las manos, entra al cuarto y cierra la puerta de un golpe.