Mar de Sales

Emboscada

El sonido de la voz de Rylan y los instrumentos llenan la sala de ensayos.

Conozco este sentir

Desvanezco tu realidad

Te mantuve cerca de mi corazón

Y cuando el miedo se va

No queda nada

Te has llevado todo de mí

Doy vueltas entre un lado a otro

Porque siempre esperé por ti

Santiago asiente, anota en una libreta cada detalle, a la vez sostiene la guitarra para componer arreglos sobre lo que escucha. En un momento dado, toca un acorde discordante y fuera de tiempo, deliberado, con el propósito de hacer detener al resto:

—Desde arriba, otra vez —dice sin dejar de escribir.

Los demás se miran las caras con molestia y suspiran, están cansados de repetir la misma canción, pero sobre todo, de la amarga forma de ser del ahora director.

Una alarma en el celular de Omar les recuerda que es hora de terminar. Este deja las baquetas en el acto y de un brinco llega hasta su móvil. Apaga la alarma, y con una sonrisa muestra la hora:

—¡Es momento de fiesta! —dice con emoción.

—Por lo menos acá no terminamos bañados en sudor —ríe Uno—, podemos ir de una.

—Parece que estaban esperando con ansias terminar con esto —agrega Rylan, va directo a las botellas de agua en la mesa.

—No se puede comparar una fiesta con un ensayo —Manuel se une con humor—. Además, hoy cierta persona está más pesada que de costumbre.

—Sí, sí —mueve la mano, aún sumergido en su libreta—, lárguense.

—¿No vas a venir? —Omar sonríe incrédulo—. Te prometo que te conseguiremos una buena acompañante.

—De hecho —Manuel le quita la libreta—. Ellos eligieron un lugar interesante…

—¿Tú vas a ir? —Santiago no lo puede creer—. Al que nunca le gustó ese tipo de ambientes, a pesar de que toda tu trayectoria se basa en un extenso repertorio de música disco.

—No es disco, es electrónico pero ese no es el punto. —Suspira—. Supe que Jeremías suele pasar las noches ahí, podríamos ya sabes, “cruzarnos con él por casualidad”.

—Ah… —se cruza de brazos—. Con que quieres aplicar las viejas tácticas de emboscada.

—Agendé una cita con él… para su próxima fecha disponible y será dentro de cinco meses…

—¿Quién rayos es Jeremías? —ríe Uno—. ¿Cinco meses?, por favor.

—Es el dueño de este edificio —responde Santiago—. De esta disquera, con la que nos gustaría conseguir un contrato para ustedes, vagos.

—¿Una emboscada no podría terminar en sacarnos de este lugar? —pregunta Rylan con ironía—. Si yo fuera él, lo haría.

—Nah —Santiago procede a recoger su portátil—. Lo conocemos, y sabemos que le encanta poner excusas porque “adora las sorpresas”. Y si quiere una, se la daremos.

—Eso suena a amenaza —comenta Uno, disimula los nervios con una risita torpe.

—Tranquilo —le asegura Manuel—. Es nuestro humor.

—Cosas de viejos —finaliza Omar—. ¿Y tú? ¿Por qué estás tan callado? —le da una palmada en la espalda a Andrés.

—Procesando mi soltería.

—¿No estabas soltero?

—No mentalmente.

—¿Si te confesaste? —Uno se acerca.

—No, le tomaré el consejo a Santiago, sigamos como si nada hubiera pasado.

—Por supuesto, si no fuera por cierta ranita risueña que anda por ahí… —Omar ríe—. ¿La invitaste verdad?

La noche es fría, ajetreada y animada, perfecta para una salida nocturna en grupo. La música del sitio se escucha desde afuera, y la luz azul que inunda la entrada hace que Manuel y Santiago se detengan un momento, antes de entrar, para reflexionar. A ninguno de los dos le gusta la idea. Les hace sentir como los tíos mayores de unos jóvenes, aunque solo sean menos de diez años de diferencia.

—Tú hace poco venías a este tipo de sitios —le grita Manuel en el oído a Santiago.

—Sí pero entraba ebrio hasta más no poder.

Consideran que en este tipo de lugares solo se viene a conocer a alguien con quien pasar una noche fugaz. Y siendo dueños de un bar cinco estrellas, se refleja en ellos como una mancha en el historial, al menos eso piensa Manuel, a su amigo le viene un poco igual, pero lo comprende, de cierto modo cree que ya pasó su etapa de desahogar las penas en antros.

Se adentran, pasan entre la gente que baila, en medio de todo, hasta llegar a su mesa. Donde se encuentran con la sorpresa de las chicas, que ya los esperaban: Hamel, Alicia y Elena.

—¡Amor! —Alicia se abalanza sobre Rylan—. Tenía mis dudas si ibas a venir —le alza la voz, por lo ruidoso del lugar toca hacerlo.

—Quedamos en venir, ¿por qué no lo haría? —le responde con curiosidad, puede percibir lo raro de esta muestra de inseguridad.

—Por eso detesto este lugar —dice Santiago, tomando asiento en la mesa—. No se presta para hablar…

—Y a ti que te encanta hablar —comenta Hamel con ironía. Lo saluda con una sonrisa forzada por sentarse al lado de ella.

—Muy bien mis reinas —Omar llega con un cubo lleno de cervezas en hielo—. Dense el gusto, porque aquí solo se viene a beber o a bailar.

—¿En serio no hay menú? —pregunta Manuel con horror—. Al menos algo para picar, mientras…

—Ah sí, pero no los recomiendo, me revuelve las tripas.

—Gracias por el consejo…

Santiago sonríe por la actitud de “delicado” de su amigo, pero su expresión cambia por sorpresa cuando siente a Hamel muy cerca:

—Pensé que no ibas a venir. —Ella se acurruca a su lado para que la escuche—. ¿Qué te hizo cambiar de opinión?

—Cosas de la vida.

—Que respuesta es esa, no puedes decir… —Corta sus palabras, se da cuenta de la cara de desconfianza de su hermano, quien los observa desde el otro extremo de la mesa. De inmediato toma distancia, Rylan le hace señas de estarla vigilante.

—¿Qué fue eso? —pregunta Santiago, con curiosidad.

—Nada, se traduce en: “no molestes a la gente”.

—¿Gente? ¿Qué gente? ¿Yo soy gente? — se señala y ríe.

—No, es que… es algo entre nosotros… —responde avergonzada.




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