Mar de Sales

Cuestión de ego

A medida que avanza la noche, el volumen de la música disminuye hasta llegar al punto que indica la hora de cerrar. El grupo sigue en la pista de baile, hay dos personas en concreto que no se mueven con el mismo entusiasmo. Hamel falla en intentar mantener el ritmo, y ver a los tres subir las escaleras le hace detenerse por completo.

—Parece que la rana ha encontrado un insecto más grande —bromea Omar, quien también deja de bailar para acercarse a Andrés—. No te preocupes por ello.

—Nah, estoy seguro que no me cambiará —responde—. Estuvimos hablando toda la noche…

—Sí, pero ella no sabía que se encontraría con sus ídolos —agrega sarcástico—. Tú tampoco sabías que se fascinaría de esa forma.

—Ay por favor —Hamel finge reír—, que dramáticos.

—Cuestión de ego amor, no lo entenderías.

—Vamos a sentarnos —propone Andrés—, estoy sediento.

Son los primeros en tomar la decisión, y es suficiente para que el resto se les una en menos de un par de minutos.

Ya en la mesa, se disponen a ordenar diferentes entradas para picar y acompañar la cerveza. Rylan sigue con la intención de mantenerse sobrio, el primer motivo es cuidar la voz. El segundo proviene de sus pensamientos, no le gusta como el alcohol le desordena las ideas, más de lo que ya siente que están.

—¿Los otros dos se fueron? —pregunta Alicia—. Bueno no los culpo, ya se está haciendo tarde y el sueño ataca —ríe avergonzada.

—No, están arriba —señala Omar—. Creo que eres la única con sueño aquí —ríe.

—Irónicamente, la más joven —Uno agrega con humor.

—En mi defensa, trabajo desde temprano y no me doy el lujo de dormir toda la mañana.

—Yo también —agrega Elena, novia de Uno—. Pero no por eso me voy a perder el fin de semana, mi horario no va a cambiar por acostarme tarde un día a la semana.

—Que suerte, el mío sí.

Vuelven las risas, sumergidos en conversaciones sin mucho sentido y propias de gente ebria. Una que otra anécdota sale a la luz, pero basta con tocar algún tema polémico para que estos cuatro amigos debatan sobre opiniones y acciones hipotéticas. Mientras que las chicas: Hamel y Elena los escuchan y observan, para bien reír con ellos o burlarse de ellos. Alicia lucha por mantener los ojos abiertos, su esposo se da cuenta y le ofrece el hombro, para que repose su cabeza.

—¿No deberíamos irnos? —Rylan le susurra.

—Es que quiero aguantar hasta que ellos se vayan…

—Imposible, se irán cuando los saquen, a las tres de la mañana. —Observa su reloj—. Son las doce.

—Ay por favor, no quiero quedar como la vieja aburrida, pero ni modo. —Recoge su bolso—. Vámonos.

—Hamel —Rylan alza la voz—. Ya nos vamos, ¿quieres que te lleve?

—No, quiero quedarme otro rato —responde dudosa.

—Avísame si necesitas que te venga a buscar. —Se despiden de los demás con una seña de manos.

—Chao cariño —les grita Omar desde la mesa—. En fin, ¿quieren otra ración de dedos de queso?

—Hamel —Elena se sienta al lado—. Mi niño me ha hablado maravillas de tu comida.

—No es para tanto, cuando estoy inspirada invento mucho, pero del resto, cocino de lo más sencillo —responde avergonzada.

—¿No te abruma vivir con cuatro hombres? Y ser tú la que tiene que limpiar cada desastre. —Se acomoda un par de rizos que le caen sobre el rostro—. Viví un tiempo con mi hermano y eso fue un verdadero horror, fui feliz cuando se mudó.

—Me pagan bien, básicamente recibo doble sueldo… a cambio de estar todo el día manteniendo el orden. Sí, puede sonar… ¿cansado?, pero siempre quise ser ama de casa. —Suspira nerviosa—. Limpiar me relaja, me gusta hacerlo.

—Ya veo. —Se forma un silencio incómodo—. Deberías invitarme un día, ya que aquel mono no lo va a hacer.

—Claro, lo pensaré —sonríe para darle paso a otro momento silencioso—. Oye, tengo una consulta. Yo pensaba que los treinta no era tan diferente, ¿sientes que ya no tienes la misma fuerza que antes?

—No, yo sigo igual que a mis veinte… —duda—. Bueno, mentira, de veinticinco —ríe, ambas saben que su verdadera edad es treinta y cuatro—. Pero, ¿Por qué lo dices? ¿Te sientes así?

—A veces…

—Es raro, por lo general se le atribuye a la alimentación, pero tú sabes bastante de eso. —Se le acerca para susurrarle—. Mi vida ha bajado como cinco kilos, no sé cómo lo has logrado pero que no lo sepa, no le gusta perder peso.

—No lo sabía —susurra también—. Pensé que todos querían perder peso…

—Ah, sí que los estás obligando a estar a dieta —ríe—, qué maravillosa idea.

—No era mi intención, a ojo intenté calcularles el peso y la altura y por ahí saqué cuentas… ¿Será que estoy siendo controladora? —Hamel revisa su celular para anotar en su cronograma los cambios, y se asusta al ver la hora: doce y cuarenta de la madrugada.

Busca el nombre de Rylan en su agenda, pero no le gusta la idea de pedirle que venga por ella. Mira alrededor, el lugar luce vacío en comparación a cuando llegaron. Le da miedo que la calle esté igual de desolada.

—¿Qué pasa? —Elena se da cuenta, sabe sobre lo que le ocurrió—. ¿Quieres que te lleve? Puedo dejar a estos solos por un momento.

—No, gracias, yo pido un taxi, no hace falta la molestia.

—Tampoco es lejos… —insiste.

En el escenario de arriba la situación es distinta. La chica se les une sonriente, aprovecha la oportunidad para colarse como compañera de ellos, hasta que Santiago le frena el sueño.

—Si nos disculpas, tenemos una reunión.

—¿Y la foto? —protesta

—Después… —sacude la mano, sin prestarle atención.

Ambos productores se muestran amables y actúan como si de una casualidad se tratara el haberse topado con el dueño y director de la discográfica Magnífica, Jeremías.

En esta área se escucha mucho menos el ruido de abajo, por lo que se presta más para las conversaciones. Así consiguen sentarse con el hombre, beben y recuerdan momentos de cuando trabajaron juntos en el pasado, en la colaboración de ambas disqueras.




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