Mar de Sales

Nadie puede ver

Son las once de la mañana, y comienza el movimiento en el apartamento, empezado por Hamel, que sale de su cuarto con el ánimo y energía a medias. Revuelve los cajones de la cocina, busca de un lado a otro lo que va a usar, pero su cabeza está tan perdida que se le olvida dónde ha guardado cada cosa. Se detiene un momento a observar el lugar, ahora vacío, donde amanecía cada día un dulce nuevo. Sonríe y suspira, mientras se dice internamente a sí misma: «no pude dormir por culpa tuya». Antes de salir de su habitación decidió pasar una hora en la bañera, llena de agua tibia, para relajarse. Siente que su cerebro no funciona bien cuando duerme poco. Y todavía tiene las puntas de los dedos como pasas de estar tanto tiempo en el agua.

—Parece que alguien no durmió. —Santiago se le acerca, deja en el mesón un paquete de galletas con chispas de chocolate.

—¿Cómo sabes que no dormí? —No puede evitar sonreír al tomar las galletas—. ¿Tienes un montón de dulces guardados en tu cuarto?

—Primero, no, los compro cada día por la tarde… —La observa, de arriba a abajo, sin disimular—. Segundo, desde mi baño se escucha todo del tuyo… y pude escuchar la música que tenias puesta.

—No lo sabía…

—Yo tampoco pude dormir.

Hamel se sonroja al darse cuenta de lo cerca que está de él.

—Y estuve pensando en ti. —Agrega Santiago, a quien parece no importarle la proximidad.

—¿En mí? —Abraza las galletas, conmovida.

—Sí, es que, hay una canción que dejamos incompleta y necesito un solo verso más…

—¡Ah! —Hamel deja el paquete en el mesón y se aleja—. Con que era eso, bueno, como podrás ver —saca un recipiente de plástico y lo golpea contra el mesón—, estoy ocupada trabajando, qué lástima no poder ayudarte. —Se coloca el delantal.

—Demasiado descarado, ¿verdad? —intenta ocultar la risa, trata de no hacerla molestar más—. Estaré en el estudio… tengo muchas ideas dando vueltas en la cabeza.

—Que bien por ti. —Se contiene de golpear la sartén contra la vitrocerámica—. Parece que dormir poco te sienta de maravilla.

—Cuando la inspiración ronda alegremente por la casa —sonríe ante la expresión amarga de ella—, es sencillo dejarse llevar.

Suspira por el agotamiento. Él entra al estudio y, apenas cierra la puerta, ella deja caer sus hombros. Las ideas se multiplican y crecen como raíces en su cabeza. «Sabe que me gusta» le dice esa vocecilla que la inquieta. «¿He sido tan obvia?». Saca los trozos de carne para descongelar, y mientras agarra los vegetales para picar, otra vez escucha la voz: «le gusta verme la cara de boba enamorada». Cierra el refrigerador de un golpe.

—¿Hamel? —le pregunta Andrés, quien se asoma en la cocina—. ¿Dónde está Santiago?

—Acaba de entrar al estudio.

—Bien —hace una seña hacia el pasillo, entonces la ve: Vanesa entra de puntillas al ascensor—. No le digas nada, por favor —el chico le sonríe nervioso.

—Pero él se va a enterar porque tiene —la pareja la deja hablando sola—... cámaras.

Dentro del estudio, Santiago no escucha ningún sonido que venga de afuera. Tiene los auriculares puestos, a máximo volumen, para sentir cada acorde en la guitarra eléctrica. La canción está casi completa, tiene cada instrumento, los arreglos. Todo casi listo, si no fuera por el detalle de que tiene poca letra, y sabe que al menos con tres frases extra, quedaría perfecta. No puede abusar en repetir el coro tantas veces, aunque sea intencional.

Intenta tararear algunas palabras aleatorias que rimen, pero no encuentra algo que cobre sentido. Incluso trata de recordar esa noche, y nada, su mente sigue en blanco. Pero un sonido nuevo se apodera, abarca todo el espacio en su mente. Comienza a desarrollar la idea, la conversación aún fresca de la noche anterior le inspira. Esa experiencia oscura y traumática de Hamel, el cómo desemboca en la rabia, la impotencia, la vulnerabilidad ante la maldad; se complementa a la perfección con la letra de Rylan. Da como resultado el detalle que faltaba para presentarle a los demás la nueva canción.

Los punteos en la guitarra salen naturales, convencido de lo que tiene comienza a cantar:

En lo profundo de mi ser, sepultado donde quiera que esté, desconozco cuándo luchar, me quita las ganas de soñar… —se detiene.

Anota en su libreta, la segunda guitarra también le exige su lugar. Y así va, cada instrumento llega, dibuja las notas en el pentagrama, con la intención de comenzar a montar la canción mañana mismo. «Un título…» se queda atento al espacio en blanco. «Nadie puede ver», escribe con decisión.

Para el festival, tiene en lista dos canciones, Nada, la que ya han practicado hasta la saciedad, y la que escribió con Hamel, que todavía no ha mostrado por el verso que le falta, ni nombre tiene. Pero esta otra se ha ganado el tercer puesto, ya que solo tienen oportunidad de mostrar tres, cuatro si el público lo pide, en cuyo caso aún no sabe que presentar.

En el texto que ha dejado Rylan hay suficientes palabras para sacar otra, y lo sabe. Todavía no se ha puesto a hacerlo, pero ya tiene la idea. Los versos se organizan con claridad cuando se tienen los sentimientos ya plasmados, el ritmo es lo de menos cuando sabes de qué va el tema. Aun así se le hace difícil saber cual es el coro protagonista entre esas palabras. Relee una y otra vez en voz alta para saber qué musicalidad lleva el sentimiento:

—Incapaz de vivir en este mundo… —se queda pensativo por un par de minutos—. Incapaz de vivir, tiene significado cuando es de otro pero... —tararea. De inmediato se acerca al teclado para sacar los acordes—. Un extraño sentir por ser nadie —canta y anota—. Quiero encontrar una respuesta, anhelo, que alguien también entienda.

Las horas pasan, apenas se da cuenta de que el día ha terminado. Ni hambre ha sentido en todo este rato que lleva encerrado. Pero el cansancio si lo comienza a sentir en los ojos, luego en todo el cuerpo, como si hubiera pasado un interruptor. Hace mucho tiempo que no se emocionaba lo suficiente para olvidarse del mundo y sumergirse en la composición.




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