El día es soleado, no es para nada apetecible andar con el techo del convertible al descubierto. Santiago, con una mano, mueve con inquietud los dedos sobre el volante, mientras lleva la otra a su frente. Pensar en la lista de tareas que tiene por delante no lo dejan nada contento, al final, en la noche, sabe que va a acabar de una de dos maneras: o muy ebrio, o muy molesto. Manuel, sentado a su lado, en el asiento de copiloto, revuelve los papeles que trae consigo.
—No hay manera de armarle una revuelta a Hernán, solo nos queda abogar porque sea buena gente.
—¿Qué bueno va a ser ese imbécil? —Agarra el volante con fuerza, detesta el tráfico—. Apostar por su benevolencia es lo mismo que tirarnos a un barranco.
—A ver, podría pedirle a Caro que hable con Elú, ya sabes, la clásica de persuadir por medio de las mujeres —sonríe para ocultar su cansancio—. Pero siendo sinceros, no creo que tengamos oportunidad alguna. —Guarda las carpetas en la guantera.
—Por supuesto, con Elú, como no lo pensé.
—Mira, eso debería ser un asunto superado, ¿no? Además, para evitarnos inconvenientes será mejor que yo entre a solas.
—¿Y qué? ¿Te espero en el estacionamiento? No recuerdo que me contrataran como tu conductor.
—¿En serio le quieres ver la cara? —pregunta con sarcasmo, es obvia la respuesta en la cara de frustración de su amigo.
Llegan ante un edificio alto, similar a donde se encuentran para los ensayos. Santiago de inmediato endereza los hombros, todavía detrás del volante, puede que sea un acto reflejo de los recuerdos que ahora rondan por su mente. Suben por la rampa que lleva al segundo piso, donde está el estacionamiento. Manuel se baja, pide suerte para caerle bien a su antiguo jefe. Mientras que Santiago se queda dentro del auto. Baja los vidrios a la mitad, y se echa hacia atrás sobre el asiento, observa con atención a su compañero entrar por aquellas puertas que en su tiempo cruzaba a diario. De inmediato recuerda su última conversación con Hernán, se toca la cara, en el lugar donde recibió el puñetazo ese día. Pero ver la cara de Elú, entregada a la tristeza un segundo antes de la rabia, es la peor imagen que le regresa.
—¿Por qué le dije un mes después? —susurra, se reclama como si pudiera cambiar algo—. ¿Como fui capaz de aguantar tanto?
Se mira por el retrovisor, reformula la pregunta: «¿O será ahora?, que esperar por un mes, para hacer tal daño, me parece de cobardes». Vuelve a mirar la entrada y, como si de un deseo se tratara, suspira, deja caer sus hombros con solo volverla a ver.
Sin pensarlo dos veces sale del auto y camina hacia ella.
—Lú. —Se le acerca sonriente—. Yo…
—Ago, ¿qué haces aquí? —La mujer revisa sus llaves, levanta la cara al buscar su carro.
—Asuntos con… —señala hacia la puerta—. Nada importante en realidad.
—Que bien —le sonríe con amabilidad—, que tengas un fantástico día. —Camina hasta su vehículo, pero Santiago le interrumpe antes de que entre.
—Deberíamos aprovechar para hablar.
—Está bien —se cruza de brazos—, ¿qué quieres hablar?
—No puedo continuar sin tu perdón —se le acerca, deja un paso de distancia—. Por favor, no me odies.
—Yo no te odio —suspira—, es imposible hacerlo. Pero —le muestra la palma de la mano—, eso no quiere decir que confíe en ti, ni mucho menos borra de mi memoria lo que hiciste.
—Es que… —da un rápido vistazo alrededor—. Te pedí perdón muchas veces, y no me gusta que estemos así, después de tanto y que te conozco desde hace años. Eres más importante de lo que crees.
—Lo sé —asiente—, pero no hace falta seguir hablándonos, ¿sabes? —Junta sus manos y las abre en diferentes direcciones, empujando a Santiago hacia un lado—. Cada quien tomó su camino.
—Sí, no te estoy pidiendo regresar.
—¿Entonces?
—No te puedes quedar con él.
—¿Ah, no? —ríe con molestia—. ¿Y como por qué?
—Sencillo —se le vuelve a acercar—, te está usando para molestarme.
—Claro, como no lo pensé —finge estar aliviada—. Ya decía yo, que una mujer así —se presiona el pecho con las manos—, no puede estar con ese hombre. Tan amable, considerado, que me regala de todo, que quiere verme cada día al terminar el trabajo. ¿Cómo no pude darme cuenta que todo era un espectáculo para Santiago? —alza la voz—. Por favor, madura de una vez, no todo en este mundo es una conspiración contra ti.
—Exagerada. —Exhala—. ¿No que no podías odiarme?
—No te odio —baja el tono—. Odio lo que eres —le golpea el brazo—, lo frustrante que eres.
—Siempre —sonríe.
—Santiago por favor —se altera, mira a los lados—. Cualquiera pensaría que ando coqueteando contigo.
—De verdad, termina con él. ¿Acaso crees que se va a quedar contigo por amor?
—Estuve con uno por amor, adivina cómo terminó. —Sonríe ante la repentina seriedad en él—. ¿Sabías que estamos planeando nuestra boda? Y antes de que agregues algo más, por favor, piensa en mí. —Suspira para poder seguir—: No me quiero quedar sola, y resulta que esas viejas tenían razón, los únicos que no te abandonan son los hijos. —Se muerde los labios, indecisa de sus palabras—. Ya en este punto no me importa con quien sea, tenías razón… tú también.
—No, Lú, por favor no…
—¿No qué? Dentro de cuatro años cumplo cuarenta. Ya no quiero esperar más, ¿si me entiendes?
—Pero ese tipo es un idiota, y lo siento, tengo la certeza de que te ha mentido en…
—¿En qué? ¿Ponerme los cuernos? Él estuvo ahí, ¿lo entiendes? —en sus ojos se nota el dolor—. En medio de todo el daño que dejaste, él me ayudó.
—¡¿Por qué crees que lo hizo?!
—Quería darte las gracias —se limpia los ojos con cuidado para no arruinar el maquillaje—. Aparecer en redes, calmó drásticamente los comentarios. Y pensé que habías, no sé, tenía esta ilusión de pensar que cambiaste, que de todo este proceso salió algo bueno, pero ahora veo que solo lo hiciste para quedar como el héroe.