Mar de Sales

Convicciones

Estaciona el auto y apaga el motor. Se queda en silencio, contempla los demás carros distribuidos en el estacionamiento. Se percata de que en algunas zonas no llega la luz de los postes, y hace una nota mal para recordarle luego a Manuel que debería mejorar la iluminación aquí afuera. Observa con calma la nada, la brisa que mueve las hojas, aunque no puede sentirla a través de los vidrios. El silencio abruma y oprime, ante la necesidad de apagar los recuerdos. No quiere enfrentarse a ellos, y por eso está aquí, dispuesto a ahogarlo todo en alcohol, su buen remedio para dormir el dolor, a cambio del malestar físico al día siguiente.

—¿Se te olvidó algo? —Manuel lo recibe.

—¿Acaso no era obvio que iba a terminar aquí?

—Pensé que preferirías dormir temprano para olvidarlo. —Le sirve un trago.

—No, lo menos que quiero hacer es quedarme en ese apartamento.

—¿Por qué? —ríe incrédulo—. Es tu casa. —Se pone serio al ver la preocupación en el rostro de su amigo.

—No sé qué me pasa —de un trago se bebe todo—. Tuve un sueño raro y no le presté mucha atención pero ahora lo recuerdo. En el sueño estaba con Hamel, y ella me llamaba y yo le respondía, me sentía bien con eso, pero a la tercera vez de llamarme escuché fue a Elú y me encontré con esos ojos azules. Y sentí que la volvía a engañar.

—Eso sí —Manuel le sirve otro trago, y suspira, con expresión de terror—. Estás mal.

—Pero eso lo soñé hace un par de noches, y precisamente hoy la veo y… sentí ese impulso por… no sé qué es lo que quería lograr, en realidad.

—A veces provoca hacer el ridículo.

—Sí, a mí siempre me provoca, ¿por qué no? —bebe todo, de nuevo.

—Pero esto no explica la aversión a tu casa.

—Ah, eso… —Le hace una seña para que no llene su vaso—. No pensé mucho cuando decidí sacar a los vagos de mi casa, me olvidé de Hamel.

—¿Qué tiene que ver ella?

—Que no tiene sentido que se quede conmigo, y no quiero que se vaya. —Suspira y sonríe por lo tonto que se siente—. Si desaparezco por un tiempo, ¿no podrá renunciar, verdad?

—Y si no renuncia, no se va, interesante plan… pero, no tiene por que irse si quiere seguir trabajando contigo.

—No se va a quedar, ella aceptó estar ahí por ellos. Además que a ninguno le va a agradar que se quede sola conmigo.

—Bueno, lástima, vuelves a tu soledad de siempre, pensé que lo extrañabas.

—No, no lo extraño; por lo menos esta vez tengo algo que hacer, los días pasarán rápido —comenta pensativo.

—Una pregunta: estás así por volver a tu amarga soledad, porque Hamel se irá… ¿o por el rechazo de Elú?

—Estaba pensando que debería visitar a mis padres —decide ignorar—. Hace meses que no los veo y… —asiente convencido—. Doña Mimi me va a ayudar, ella siempre es la solución —se levanta.

—¿Todavía existe esa gata? ¿Por cuántos años viven?

Manuel mueve la cabeza en negación ante la despedida apresurada de Santiago. Recoge el vaso mientras piensa: «este ha perdido la poca cordura que le quedaba». Y sabe que lo mejor para la banda es que Hamel no se quede más en ese apartamento, porque a medida que esos dos pasen más días juntos, será peor. Conoce a su amigo, reconoce que si todavía no es capaz de admitir lo que siente, es por la duda y el recuerdo, que no lo dejan pensar con claridad. Pero también está consciente de que, un corazón así, tampoco está listo para amar. Solo ruega porque Santiago sea inteligente para darse cuenta, y que no tenga que ser él quien se lo diga.

Cae la noche. Alicia está lista para dormir, se lanza en la cama a revisar su móvil mientras espera a su esposo. Rylan entra al cuarto en toalla, abre la puerta del armario y comenta, mientras se cambia:

—Así que fuiste a quejarte con Santiago y Manuel, sin decirme nada.

—Es que no quería molestarte con esas cosas —responde con la mirada perdida en su celular.

—A mí no me molesta nada de eso —desliza la mano sobre las piernas sedosas y expuestas de ella—. Sabes bien que yo —le besa la piel—, quiero saber todo de ti.

—Bueno, si insistes, ¿qué tal esto? —le muestra la pantalla.

—No es como… —duda—, ¿demasiado pronunciado?

—¿Pronunciado? —ríe—, ¿qué?, ¿mi escote?

—¿Qué quieres lograr con esa foto?

—Es una nueva línea sensual, estoy pensando en ser la modelo —apaga la pantalla.

—¿Sensual?, ¿modelo? —Rylan se sienta, ella nota el cambio de actitud—. Hablamos esto hace un tiempo, si no recuerdo mal: dijiste que no te gustaba esa gente que hace de todo por llamar la atención, además, de que detestas ser la cara de la línea, ¿qué pasó con lo de estar detrás de cámara y que sean otros los rostros?

—No te gusta.

—Quiero saber: ¿cuál es el objetivo?

—¿De qué?

—De hacer esto, ¿por qué tienes que ser tú la modelo cuando antes no querías? ¿Por qué de repente el cambio, si querías algo más…?, casual, sencillo, que sirva para el uso diario.

—Porque las ventas no mejoran, si quiero tener éxito me tengo que montar en la nueva ola.

—Básicamente, que el sexo vende.

—No seas drástico. —Se arropa y le da la espalda—. Tengo que reinventarme.

—No, no hace falta. —Le acaricia la espalda—. ¿Dónde quedaron esas palabras? “Sigue tus sueños sin importar que”. ¿Tú no fuiste la que me dijo que no me dejara influenciar por los demás? Si alguien como tú, que se esforzó en todo lo que veía en sus sueños, está decayendo por los movimientos de las masas, ¿qué queda para mí?

—Eres exagerado.

—No amor, este diseño es lo contrario a los bocetos que me mostrastes.

—¿Hace cuanto fue eso? —Se gira—. Es una nueva dirección, ¿si me entiendes?

—Seré sincero, me molesta que seas objeto de provocación.

—Lamentablemente, si quiero surgir tengo que brillar por mí y no por lo que hago. —Vuelve a darle la espalda—. Ojalá el talento fuera suficiente, pero no, hoy en día tienes que hacer malabares para llamar la atención.

—¿Vas a dormir así? Parece que no me necesitas esta noche.




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