Hamel juega con el cubierto, lo pasea entre los diferentes contornos de la comida. Luego de recibir la noticia, el hambre se le ha ido. Hace un mes que la idea se paseaba por su cabeza, de activar su último plan, lo que ha intentado postergar desde hace un año. Pero no quiere irse, no ahora que está cómoda y familiarizada con todo en este apartamento.
—¿Qué dices, amor? —pregunta Omar, luego de masticar—. Creo que nos harás mucha falta.
—En realidad —responde sin ganas—... me quedaré hasta fin de mes, para la paga.
—¿Y luego?
—Espero no quieras quedarte, porque para nosotros sería incómodo dejarte sola con Santiago, todavía no lo considero de la familia.
—¿De la familia? —Hamel siente la presión de tener la atención.
—Que no hay confianza.
—Pero él no va a hacerme nada… —mira con preocupación las caras asombradas de los tres.
—Ya me preguntaba por qué estás tan desanimada. —Omar deja el cubierto y se cruza de brazos—. Hamel Armoni, ¿te gusta Santiago?
—No… como puedes pensar eso si yo… bueno… —la vergüenza se le nota en el rostro.
—Ay no. —Uno también deja de comer—. Ustedes dos —señala a la chica y a Andrés—, me van a dar algo.
—Sí, cierto, estábamos hablando de Andrés, ¿por qué no seguimos con ese tema? —finge seriedad, pero nadie le cree.
—En un momento seguimos con él, pero tú. —Uno la señala—. ¿Cómo se te ocurre? Menos que menos te vas a quedar.
—Al menos para fin de mes solo faltan tres días —agrega Andrés.
—Y tú… —Ahora Uno lo señala—. ¿Por qué romper una regla básica? ¿Qué te pasa?
—Se me vinieron arriba los tragos —responde avergonzado.
—No, te he acompañado en muchas de tus curdas, y no creo que hagas ese tipo de “infantilerías” —reprocha Omar.
—Bien —suspira—, consumí algo más, pero solo un poco.
—¡No! —Hamel expresa con horror—. Me prometiste que nunca más.
—Solo fue un ratito amor, nada más —le muestra un pizca entre sus dedos—, así, pequeño.
—Y después de eso otra vez tendremos que buscarte quien sabe en donde —comenta Uno con molestia—. ¿En un bar? ¿En el basurero? ¿En una plaza?
—Son demasiados drásticos.
—No, no lo somos —Omar se une, en su rostro se nota el enfado—. Y será mejor que cumplas con las promesas, o le haré el favor a Santiago, de echarte de la banda.
—Es que no quería quedar como el aburrido del grupo por ser conservador —se defiende en medio de la frustración.
—Hombre, años perdidos, por andar como idiotas metidos en casa de Nando, ¿no te acuerdas? —Uno levanta la voz—. Me encantaría saber qué sería de nosotros si no hubiéramos estado viciosos por tanto tiempo. Porque te recuerdo lo difícil que fue volver a poner los asuntos en orden acá —se señala la cabeza—, y en la casa.
—No va a pasar nada por una vez —Andrés también alza la voz.
—Una vez —Omar ríe—, júrame que fue solo una vez, y que ayer cuando volviste a salir con ella no pasó de nuevo, ¿verdad?
—Dos veces no es una recaída.
—¿Y qué vas a decir a la tercera?
—Nada. —Aparta el plato de comida—. No necesito sus regaños.
—¿Y qué le digo a tu tía cuando me llame, llorando por no saber nada de ti?
—Y solo por encajar con una… —Uno se abstiene de completar la frase—. Te dije, que ella es más joven y va a andar saltando de fiesta en fiesta, que disfrute como quiera, pero hermano, por favor, ya nosotros pasamos nuestra etapa.
—Nosotros también nos la pasamos de fiesta en fiesta —Andrés no está de acuerdo.
—No vas a comparar nuestras charlas de ebrios con eso.
—Nosotros nos reunimos a beber y hablar, como los viejos que somos —ríe Omar—, no le hacemos daño a nadie, solo a nuestros hígados. En cambio, tú arruinaste la comodidad que teníamos aquí —levanta los brazos—, ¿acaso no te gusta tener tanto espacio? Y tú —señala a Hamel—, te vas con nosotros, un apartamento más pequeño es sencillo comparado a esta mansión.
—No hace falta, me voy al pueblo, tengo unos asuntos pendientes.
—Me encantaría ir contigo —Omar suspira nostálgico—, ojalá ir pronto, extraño los caldos de pollo de mí mamá.
—Cuando la vea le diré que la extrañas mucho —agrega con una sonrisa, también extraña estar en casa.
—A mi madre también por favor, que no le pegue a mi papá que va a quedar sin tornillos ese viejo gruñón —pide Uno, entre risa.
—Y a mi tia —dice Andrés conmovido—. Lo siento, por meter siempre la pata.
—No te preocupes —Hamel vuelve a sonreír—. Deberían convencer a Santiago que les deje ir unos días.
—Con el festival a mes y medio, lo dudo.
La noche se hace larga, Hamel no puede cerrar los ojos. En la oscuridad de su habitación se comienzan a materializar los recuerdos. Quería mentir y convencerse de que extraña la casa aquella que dejó. La realidad es diferente, acá en este lugar, tiene tesoros, se le forma un hueco en el pecho al intentar despedirse de ellos, y tres días es poco. En sus pensamientos da vueltas, evade como pueda la confesión que nunca debe salir de su boca. Se levanta, jalándose los pelos, pensando que eso le ayudaría a calmar sus nervios. Se acomoda el cabello, se coloca un camisón y sale de la habitación. Quizás mirar por la ventana, esperar el amanecer como aquel día, la ayude a calmar la sensación de tristeza que amenazan con invadirla. Pero sobre el marco de la ventana ya hay alguien, se queda congelada ante la silueta oscura. Al dar dos pasos hacia la cocina se prenden las luces. Santiago arruga la cara ante la repentina iluminación.
—Qué susto —dice Hamel con la mano en el pecho—. Pensé que no ibas a dormir aquí.
—Yo también —baja de la ventana.
—Por cierto, creo que no es momento pero necesito hablar contigo… —Agarra nerviosa el borde del camisón, jala la tela hacia abajo—. A fin de mes, yo…
—No te vayas.
—¿Cómo? —Hamel puede sentir su corazón latir en todo su cuerpo.
—Quédate —le suplica con la mirada— .Digo —duda, se plantea otra cosa ante el silencio, intenta ignorar la expresión de animalito asustado que ella tiene ahora—... mientras te consigo reemplazo.