Desde la mesa, Santiago saca su teléfono y comienza a grabar. Observa con curiosidad cómo Hamel habla y sonríe con los músicos, lanzando algunas miradas hacia él. La canción inicia con un arreglo lento, entonces ella comienza a cantar con una voz dulce, agarrando el micrófono con ambas manos:
Esperé todo este tiempo para oír tu voz otra vez
Pero el silencio se ha vuelto mi confidente
Trato de enmendar este corazón que se rompe en soledad, fría y amarga compañía mía
Solo quería sentirme parte de tu nombre una vez más
Camino sola, cansada de extrañar lo que fuimos
Me pregunto cómo te va, tan fácil, dejar de mirar atrás
No hay señales, ni luces, queda la ausencia, es la respuesta a todas tus formas de querer
Sigo presa de este final
Es un vacío que no puedo llenar
Sonríe nerviosa, alterna su mirada entre el fondo del local y la mesa donde está su acompañante, para no sucumbir ante los nervios, continúa:
Se apagó la razón, quedó el rencor en mi voz
Tengo las heridas que nunca quisiste sanar
La tormenta que dejaste no me deja respirar
Esa propuesta irreal, cuando me dijiste: ¿podemos huir a un lugar?
Me creí la chica más especial
Cierra los ojos, procesa en su pecho la emoción de la canción, mientras fluye a través de su garganta:
Solo quería sentirme parte de tu nombre una vez más
Camino sola, cansada de extrañar lo que fuimos
Me pregunto cómo te va, tan fácil, dejar de mirar atrás
No hay señales, ni luces, queda la ausencia, es la respuesta a todas tus formas de querer
Sigo presa de este final
Es un vacío que no puedo llenar
Nunca quise perderte, pero nunca fui parte de ti
No intentaste quererme
Los aplausos la sorprenden. Regresa a su asiento, sonrojada, dando un «gracias» con cada paso.
—Listo —dice al terminar de aplaudir—. Cambiamos a Rylan por ti.
—Ojalá fuera sencillo —bebe su cóctel como si fuera agua—. Es que —sonríe—... todo es tu culpa.
—¿Mía? ¿Se puede saber que hice yo esta vez?
—Te mandan saludos.
Santiago voltea a ver a los músicos, que ya están tocando otra canción.
—Sigo sin entender.
—Te conocen, y me pidieron que cantara la canción más complicada, al menos la que me sabía. —Respira calmada—. Creen que soy tu estudiante, y que vine a mostrarles “como se hace”. Les dije que no hace falta que vengan a saludar, supuse que no te gustaría.
—Puedo sentirme halagado, llevarme el crédito de tu buena audición. Pero ahora que sembraste la duda, ¿quién te enseñó a cantar?
—¿Quién más? Rylan, de jóvenes queríamos tener una banda, ya sabes, el típico sueño adolescente.
La camarera los interrumpe, les sirve el mejor platillo que tienen, como cortesía de la casa, están honrados de tener a Santiago. Ambos agradecen y se miran las caras con extrañeza.
—¿No te incomoda? —Pregunta Hamel, bajando la voz—. Podemos irnos si quieres.
—No hace falta, por lo general es raro que me reconozcan, pero, con los músicos presentes, puedo comprenderlo.
—También fuiste tendencia, por el escándalo con Elú… creo que gracias a eso te conoce más gente.
—Igual no importa, lo que sí es incómodo, es este gesto —señala el plato—, ni siquiera preguntaron.
—Buen provecho —sonríe.
Contempla la decoración del plato: una cama de puré sedoso y dorado que se mezcla con hilos de queso fundido, adornado por láminas crujientes, de lo que parece ser tocino, más un puñado de hierbas. Y a un costado una columna de vegetales salteados.
—¿Esto se come? —señala con inseguridad la pincelada oscura al lado del puré.
—Es decoración —ríe suavemente.
—Eso supuse. —Prueba el primer bocado, cierra los ojos con dulzura, procesa cada sabor y lo degusta, acompañando con ligeros murmullos—. La calidad ha mejorado un montón.
—¿Hace cuánto fue que trabajaste aquí?
—Cuando tenía diecinueve.
—¿Once años? —se sorprende—, si no cambian la calidad en tanto tiempo… daría mucho que decir, ¿no crees?
—O quizás mi paladar cambió. —Cierra los ojos con cada bocado—. Pero sí que está delicioso.
—¿Desde que edad trabajas?
—De manera oficial, a los dieciocho. En empleos de conocidos, a medio tiempo, desde los quince.
—¿Y Rylan? ¿Igual?
—No, él se fue a vivir con su papá a los diecisiete, para comenzar con la universidad. Pero ayudaba en lo que podía, a la abuela no le gustaba ponerlo a trabajar, porque tenía que estudiar y sacar las mejores notas.
—¿Y tú?
—Bueno, sabes, la mujer siempre tiene que ayudar en la casa, y como los trabajos que nos ofrecían eran relacionados con la cocina.
—Déjame recapitular, tu mamá, la abuela de Rylan, ¿tenía preferencias en tratarlo mejor a él?
—Algo así, es que su papá nos mandaba dinero, y tenía que… eso, verse en él, que el dinero se usaba en él. Y cuando uno es niño, cuenta de todo, imagínate que Rylan, en su inocencia, le contara a su padre que lo ponían a trabajar. —Revuelve lo que le queda de puré—. Creo que esto no es un tema para hablar en…
—Sí, lo siento, contigo me olvido del entorno.
—Además, hablar del pasado no es un tema que se toque en la primera cita —finge sonreír con picardía.