Mar de Sales

Deja que fluya

La noticia de la vuelta del baile, que había sido cancelado, se esparce por las redes. De manera sorpresiva, el evento regresa, esta vez con la presentación de un invitado especial que se lleva toda la atención: Mar de Sales.

La transmisión de los “emergentes” son los primeros en cubrir la noticia, leyendo comentarios en vivo y directo, especulan entre risas e incredulidad al no saber qué esperar. Ya que en el perfil de la banda todavía no publican nada, pero, gracias a la ranita y una publicación que hizo hace unas semanas atrás, pueden deducir que se trata de ellos.

Alicia revisa el inventario, en la tienda, atrás en la oficina. Al salir escucha la noticia, con curiosidad se acerca hasta su empleada, que mira el envivo.

«¿Qué nos va a presentar Mar de Sales? Ni idea, que yo sepa ellos no tienen canciones, ¿Otro tributo? ¿Y por qué en este evento? Por favor, ¿no te acuerdas? Si hicieron una subasta, ¿qué te hace pensar que no harán otra? Este evento, en específico, se vende como la solución a tu soltería, encuentra al amor de tu vida. En los comentarios, parece que la gente se divide en dos, ya que esperaban que la banda siguiera sus raíces y no este lado romanticón. Quien sabe, tal vez cambien la dirección del evento y se vuelva una noche de día de brujas, ¿ya qué? ¿No cae justo en esa fecha?...»

—¿De qué están hablando? —Alicia pregunta, sin todavía conectar lo que dicen.

—El evento, al que usted siempre iba, ¿se acuerda? ¿Del que se puso triste porque anunciaron su cierre? Parece que sí va a haber fiesta —sonríe nerviosa—, ¿eso significa que se tomará sus vacaciones?

—Sí —asiente un poco ausente—. Parece que soy la última en enterarse… —susurra.

Mientras que Rylan, en casa, está acostado en el sillón con la guitarra encima. Con la vista perdida en la inmensidad del techo, sus manos tocan una secuencia de acordes, piensa en varias cosas a la vez. Hay arreglos que le gustaría ofrecer para las canciones, y a la vez se mortifica por perder el tiempo en esto. Pero no quiere seguir estudiando programación, y no sabe qué hacer con su tiempo, pues nada le apetece. Se pregunta: «¿cuánto va a durar esta rutina? Ya empieza a ser cómoda». Sin saber que su respuesta está detrás de la puerta, que se abre, al llegar su esposa. La cara de molestia que carga es suficiente para que él suspire y deje el instrumento a un lado.

—No te gusta que te oculte las cosas, ¿no? —dice ella, deja caer las bolsas sobre el mesón, de mala gana.

—Se supone. —Se levanta con pesar, y se le acerca.

—Entonces, ¿por qué tú no cumples con tu parte de decírmelo? ¿Siempre será así? ¿Me tendré que enterar por terceros?

—¿De qué hablas?

—Ay Rylan, por favor, no te hagas que no estoy de humor para aguantar. —Comienza a desembolsar el mercado.

—No, de verdad no sé de qué hablas. —Le ayuda.

—A ver —busca, en su celular y encuentra la noticia—, esto, ¿qué te parece?

Se da cuenta, al ver la cara de extrañeza en su esposo, que tampoco estaba al tanto.

—¿Qué? —le quita el móvil para mirar de cerca—. ¿De dónde salió esto? —De inmediato entra al cuarto en busca de su celular, y justo lee el mensaje de Santiago, puesto en el grupo, que dice: «tenemos que hablar».

—¿Qué pasó? —Alicia luce preocupada, se le ha esfumado la molestia—. ¿Acaso esa gente se inventó eso?

—No, parece que es obra de Santiago. Tengo que salir —la besa—, al regresar te cuento, ¿si?

—Perdóname por el reclamo —también lo besa—. No quería desconfiar de ti, pero me molestó ver a esa gente hablando de cosas que se supone que yo debería saber…

—Te entiendo, a mí también me molesta.

—Pero —le detiene, jalándole la franela—, ¿si vamos a ir al evento? —sonríe coqueta—, estaba triste porque, ahora que por fin tengo con quien ir, lo habían cancelado.

—Por lo visto… —le cautiva su mirada, sabe bien que esa sería una buena oportunidad para disipar las tensiones que han tenido durante este último mes—. De seguro que sí.

—Sí —lo besa y sonríe—, qué emoción. Ya tengo nuestros trajes, y las máscaras —ríe—, lo había planeado desde el comienzo del año.

El ruido del ascensor empeora el dolor de cabeza de Santiago. Lucha, de manera interna, por no ceder al estrés y sacar su peor versión. Ahora, el que ha metido la pata es él, y reclamos y regaños es lo mínimo que se merece recibir. Pero se le suma otro malestar, detesta mirar hacia la cocina y encontrarla vacía.

Manuel se encarga de recibir a los integrantes, escucha con atención su asombro y molestias al no ser notificados. Le pidió a su amigo que primero lo hablaran con la banda, pero este no hizo caso e igual envió el primer logo que consiguió.

—Sencillo, ¿no? —expresa Andrés—. Ahora Vanesa se molestó conmigo porque no le dije nada.

Rylan suspira y toma asiento, no necesita unirse al drama. Trata de mantenerse al margen, mientras se entera de cómo ha sucedido todo, y decidir qué hacer.

—Ya, aunque hubiéramos sabido, no le podías decir, ¿si lo sabes no? —Omar no tarda en reclamarle.

—Mira —Uno se muestra alegre—, sé que este no es el modo, pero, no vayan a decir que no, hace tiempo que me urge visitar a mi familia, ¿si vamos a ir?

—Si… —Manuel responde dubitativo, le pide ayuda a su amigo con la mirada.

Santiago revira los ojos, desde el otro sillón, se acerca para decir:

—No me importa sus lloraderas —comenta con malestar—, vi una oportunidad y la tomé. Ustedes querían un evento antes del festival, ahí lo tienen, qué mejor lugar que en su pueblo de… —se contiene.

—Perfecto, lo tomo —Omar cede con tranquilidad—, pero para la próxima, una reunión, o una llamada, algo así por lo menos.

—¿Y qué vamos a hacer?

—Tocar, supongo —Uno también se sienta—. ¿Pedimos algo para comer? No me dio tiempo en casa… —le ruge el estómago.

—Bueno —Santiago carraspea—, no es tan sencillo. Tenemos una temática que abordar, así que, Rylan, te toca mostrarnos que tan romántico eres.




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