Las semanas pasan y, de ensayo en ensayo, el grupo aprende y pule cada nueva canción, con todas sus posibles variaciones.
Santiago logró ampliar el estudio. Entre supervisar las reformas, papeleos, y reuniones con su abogado y la junta administrativa del condominio, para obtener la aprobación de los cambios, también logró evitar la soledad. Cualquiera que sea el motivo que lo ayude a distraerse, y no pensar, está bien para él. Hasta que llega la noche, cuando la soledad y el vacío que crecen en su pecho se intensifican, y no encuentra manera de escapar. Retomó la costumbre de apagar el aire acondicionado central, abrir las ventanas y fumarse un par de cigarrillos mientras observa la ciudad. A los pocos días comenzó también a mirar el cielo, poco estrellado, acompañado de su guitarra, un nuevo instrumento para enfrentar las largas noches. Le vino bien, para completar la canción que faltaba, resumiendo el sentimiento en unas pocas líneas:
Qué corta es la vida, para perderse entre mentiras
Para hundirse en reflexiones sin salida
Un expirante que explora la expresión del perdón
Aún sin sentirse satisfecho del todo, buscó en su computadora el video de esa noche, y volvió a mirar ese magnífico momento al que tanto quiere regresar y revivir, de estar así con ella, sumergidos entre inventos y creatividad, a parte de querer explorar otros momentos que no quería mantener bloqueados. Se le ha quedado grabado ese poema del adiós, y como una firma, añade a la canción:
Mi boca besa lo que perece
y lo acepta
Es la amarga despedida que no pudo decirle.
Desliza sus labios por sobre la piel sudada. Ella oculta su sonrisa bajo la sabana. Le encanta el buen ánimo que ha tenido su esposo esta última semana, se le nota hasta en la cama.
—¿Y bien? —pregunta jadeante y juguetona—. Dijiste que me ibas a mostrar una de esas canciones.
—Te encanta arruinar las sorpresas, ¿no? —le muerde el hombro desnudo.
—Es que… —sonríe—. ¿Cómo pretendías ocultarme semejante detalle? Y yo de inocente pensando que iban a convertir el baile de las máscaras en una secta oscura del rock —ríe.
—Exagerada, tampoco es para tanto, es más, le voy a pedir a Manuel que se abstenga de contarte cosas. —Se levanta, estirándose y en busca de la toalla.
—No —hace un puchero—, es el único amable.
—Después de una ducha, te muestro una, pero solo una.
—Que sean dos —se pone de pie por la emoción.
—Una.
—Entonces, que sean dos duchas —finge tristeza, pero le dura poco, ya que él la toma por la cintura haciéndole cosquillas—. Bien —pide que se detenga—, una sola ducha, juntos.
Afina la guitarra, le echa un par de miradas a su esposa, quien lo observa con atención desde el otro sillón. Le sonríe y dice para bromear:
—Me pondrás nervioso con tanta expectación.
—Es que, entiéndeme, hace cuanto que espero que tú, el señor cantante con una maravillosa voz —le señala—, me dedique una canción.
—Creí que sería pésimo para esto pero… —ríe, culpable—. Estuve pensando en esa confesión que me robaste.
—¿Qué te robe?
—Sí, por intensa…
—¿Intensa? ¿Te recuerdo lo que tú me dijiste? —ríe—, te quedaste perplejo y me dijiste: «bien —le imita—, sigamos así». Ganas de darte un golpe no me faltaron.
—Nada romántica, siempre azarada y llevándote todo por el medio, ¿no? —ríe, ella le lanza su moñera—. Mejor así, me encanta tu cabello suelto, ¿algunas vez te lo dije?
—No —sonríe encantada—, pero tú sigue, me encanta esta versión de ti.
—No te acostumbres —comienza a pasear sus dedos entre las cuerdas—. Que luego me pondré celoso de mí mismo.
—¿Eso es posible?
—Bien, como te decía —sigue tocando el instrumento—, estuve pensando en cómo hubiera sido esa confesión. Me habría encantado decirte esto:
Quizás no sabías que mis ojos te buscan todo el día
No sabes con cuánta intensidad espero para verte
Y aunque parezca difícil no dejaré de insistir
Quiero ganarme un espacio en tu mundo
Algún día te lo haré saber que mi sueño es solo tuyo
Ya no sé qué decir me pierdo entre las palabras
Solo sé que eres la guía en mi canción
Y te llevas mi razón cuando te veo sonreír
Sé que te gustaría escuchar que eres mi destino
qué lo sé sin dudar qué contigo a mi lado siempre quiero estar
¿Qué más puedo decirte?
Eres la melodía que me hace soñar
El susurro que quiero escuchar
Sonríe contenta, las palabras calan profundo en su, ahora, endulzado y cálido corazón. Y fogoso también, con ganas de volver a llevárselo a la cama.
—¿Y bien?
—Fantástico.
—¿Te gustó? —sonríe avergonzado—, creo que me siento más cómodo con estas letras, que con las otras…
—Sí pero —se cambia de asiento, uno a su lado—... yo no seré la única que escuche esto, ¿no?
—Técnicamente no, pero tú eres la única, la musa de la inspiración —dice nervioso, la seriedad repentina en ella le abruma.
—Es que… —Se tapa la cara con frustración—. ¿Cuántas no se van a enamorar por escucharte? Detesto esa idea.
—Amor, no otra vez, ya hablamos este tema y creo que ya es demasiado tarde para retractarme.
—No, pero yo no quiero que renuncies a esto…
—¿Entonces?
—No lo sé, solo estoy pensando demasiado.
—Sí, ven —deja la guitarra a un lado para abrazarla—. No dejemos que esos pensamientos nos arruinen el día —le besa el cuello—, que va espectacular, ¿si?
Para el viaje, poco planeado, ya que menos de dos semanas no fue suficiente, sobre todo al estar tan ocupados con los ensayos, terminaron por decidir ir en una caravana de autos. Al frente va Santiago, en su convertible, llevando a dos parejas, Andres y Vanesa, Uno y Elena. Es el auto con menos espacio, por lo que lleva poco equipaje. Atrás van las dos camionetas, llevando los instrumentos y demás equipajes, Manuel junto a su esposa, Carolina, acompañados de Omar, para que les ayude en el camino por si se separan. Alicia y Rylan van solos, lo mejor para un viaje largo. Planificaron salir temprano en la mañana, razón por la que Rylan no ha podido dormir En tren serían pocas horas, pero al viajar por la autopista el trayecto pasa a ser de unas seis horas.