Mar de Sales

Práctico y sencillo

El sol está radiante y ardiente a pesar de que ya pasó el mediodía. Carolina levanta la mano por sobre su cara, desea esta misma intensidad para el día de pasado mañana, para broncearse en la playa. Y aunque use lentes de sol para evitar el resplandor puede sentir que le calienta la piel.

Eligen comer en el restaurante de arriba, en el balcón, con buena vista y al aire fresco, que circula por todas las mesas. Quedan pocos asientos para escoger bajo el techo, los demás, bajo el sol, están completamente vacíos.

—A ver cómo es el menú de este sitio —dice al sentarse.

—Pide lo más básico, una hamburguesa, en todos lados lo venden —responde Santiago, sin mucho ánimo, el malestar todavía se le nota en la cara.

—No te gusta que te llamen señora —Manuel ríe—, ¿no estabas cansada de que te llamaran doctora?

—Ay, por lo menos en el hospital no me siento vieja, es que —junta las manos—, acá en confianza, ¿me veo tan mayor?

—Bueno —Santiago hace a un lado el menú, no encontró nada bueno—. Pareces una diva, buen cuerpo, sí, pero se nota que eres madre. ¿Si entiendes?

—¡Pero mira a este! —comenta ofendida.

—Tiene un punto —agrega su esposo—, lo siento cariño, no puedes ocultarlo.

—Hola —Alicia interrumpe—, ¿me puedo unir?

—Ay sí, por favor, que estos dos me marean. —Carolina la invita a tomar asiento a su lado.

—¿Y tu esposo?

—Dormido, pero descuida —le muestra la mano abierta a Santiago, corta sus palabras antes de que responda con, la obvia, molestia que se le nota—, estará despierto cuando vayan a la inspección.

—Inspección —Manuel ríe—, ya me siento como un político.

—Iré por un par de botellas —Santiago se levanta.

El aire fresco trae esa sensación de calma y tranquilidad que se suele disfrutar en los días de vacaciones, algo que ninguno tenía planea tomarse este año, aunque sea solo por tres días.

Alicia sonríe con el celular en la mano, tira la vista hacia la entrada, cuando confirma ver a la persona que espera, mira hacia las otras mesas, se levanta para pedir una silla extra a una pareja al lado de ellos.

—¿Quién se nos une? —pregunta Carolina con curiosidad.

Hamel se asoma desde la distancia, en la entrada, y saluda a lo lejos levantando la mano, apresura sus pasos, saluda sonriente y toma asiento.

—Logré escaparme un rato —dice agitada—. ¿Qué calor hace hoy, no?

—¿Cómo que un rato? ¿No pediste una habitación?

—Están agotadas —contesta Manuel, con rapidez se levanta para ayudar a su amigo a servir las botellas.

—Parece que nos falta una copa —expresa Santiago con amargura.

—Hola —Hamel voltea, lo mira desde su asiento.

—¿Cómo que agotadas? ¿Sí esto casi nunca se llena? He venido por más de cinco años seguidos por favor —Alicia resopla con frustración.

—Es el único hotel cuatro estrellas que existe en la zona, ¿qué esperabas? —Santiago termina de servir el vino.

—Es por Vanesa, ¿verdad? Está publicando todo, ¿hasta donde nos quedamos?

—A ver, no creo que sea tan tonta, y tampoco hay que ser inteligente para saberlo…

—La feria del girasol es muy famosa —interrumpe Hamel—, también puede ser por eso… —sonríe nerviosa ante la mirada fulminante de Santiago, quien está sentado a su lado.

—¿Girasoles? —este resopla—, ¿crees que un hotel de estos se llena por gente que va a ir a ver girasoles? Qué ingenua.

—Claro, tú siempre lo sabes todo —responde con el mismo tono despectivo.

Los demás se miran las caras con extrañeza, el incómodo silencio que han dejado delata la tensión entre esos dos.

—En fin —Santiago retoma la conversación con Alicia—, como te decía, le prohibí a Vanesa publicar cualquier cosa relacionada con la banda, ahora —advierte—, no puedo hacer nada por las publicaciones que le competen a ella.

—Ni modo. —Alicia bebe, le toca aceptar el tema con resignación.

—Bueno, supongo que vamos a pedir hamburguesas —Manuel decide por todos.

El resto del almuerzo se llevó en silencio, pocas palabras se cruzaron sobre todo por Manuel, Carolina y Alicia, los otros dos se abstuvieron de las palabras, manteniendo ese silencio confidencial entre ellos.

Al despedirse, Carolina toma del brazo a su primo y junto a su esposo lo guían todo el recorrido hasta su habitación. Una vez dentro, obstruye la puerta al pararse enfrente, cruza los brazos y pregunta con determinación:

—¿Qué te traes con esa chica?

—¿Hamel? ¿Por qué?

—Creo que bastante obvio —Manuel también se cruza de brazos.

—Con ella sucede una sola cosa —se sienta en el borde de la cama—. Me la quiero comer a besos.

—¿Qué? —Carolina ríe—, pero si la tratas mal, ¿cómo se traduce eso?

—Porque me molesta, me hierve la sangre verla tranquila y calmada como si no hubiera pasado nada —termina por confesar.

—Te veo mal.

—Demasiado mal.

—Bueno, basta ya —se levanta—. Ubícame a los vagos y diles que los quiero puntuales en el sitio —sale de la habitación.

Trata de recordar cuál era el número de Rylan, cruza el pasillo, cuenta las puertas y no sabe cual de todas era. Para su suerte Alicia y Hamel vienen de llegada.

—Dile a tu esposo que vamos de salida —comenta, inexpresivo.

—Dame un momento —sonríe nerviosa—, Hamel, puedes aprovechar e irte con ellos, ¿no? —abre la puerta—, en un momento saldrá.

Se cierra la puerta, ambos se ignoran por un par de minutos mientras esperan. Pero este silencio se vuelve sofocante para Santiago, quien no recrimina nada en decir:

—Dejar una carta es de cobardes —mantiene la vista hacia el final del pasillo, ignorándola.

—Lo siento —agacha la cabeza—, lo escribí y te lo digo de todas formas, perdón. Porque yo no tengo ningún problema en disculparme…

—Por favor —sonríe sarcástico.

—Me haces daño y lo sabes, pero supongo que me lo merezco por desobedecer tus órdenes.

—No, ese no es el problema. —Se le acerca y baja la voz—. Yo no te di ninguna orden, te lo pedí… —se contiene, la expresión de tristeza le cohíbe—. No tiene caso, ¿adónde tengo que llevarte? Espero que quede de camino, estamos cortos de tiempo.




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