Mar de Sales

La fiesta de las máscaras

El sitio se ve diferente de noche y lleno de gente. Los músicos esperan en la entrada de la cocina, son constantemente confundidos con el resto del personal, ya que mantienen sus máscaras puestas y el mismo uniforme. Desde hace rato están atentos, en silencio, viendo como entra más gente al salón.

—Qué ansiedad —dice Uno, no soporta la espera.

—Sí, está máscara me sofoca —agrega Rylan, comienza a sentir el sudor que le agobia.

—Bueno, yo les podría proponer matar el tiempo haciendo música de ambiente —Santiago se sacude la camisa, por estar apoyado en la pared siente que agarró polvo—. Que dicen, ¿se animan?

—Eso, vamos calentando —Omar sube las escaleras al escenario.

—¿La organización no se molestará por esto? —pregunta Manuel, busca con la mirada a la encargada.

—Yo soy el encargado —Santiago sonríe—, ¿o se te olvida quien pagó este evento?

Cada quien se posiciona en su lugar, menos Rylan, que todavía no pinta nada en el escenario. Santiago toma el puesto de la primera guitarra, ya que a Uno se le hace más sencilla tener la rítmica en esta ocasión, solo por este evento. Deciden empezar con un bucle sencillo instrumental de la primera canción a tocar: “¿Qué puedo decirte?” La gente de inmediato presta atención, los músicos continúan sin saber que muchos han venido interesados en escuchar a la banda.

Se mantienen así por diez minutos, no lo sienten muy diferente a un ensayo de improvisación, mientras consigan ignorar al público y logren aislarse con el anonimato que les confiere la máscara. Además, aunque no se puedan apreciar los detalles desde cierta distancia, la gente también lleva máscaras, una escena curiosa e intrigante de observar desde ambos lados.

Al momento de comenzar Rylan hace una seña desde la escalera del escenario, detrás del telón. Estos dan una última vuelta para comenzar con la canción desde arriba, obligando al cantante a entrar en el escenario junto a la primera estrofa:

Quizás no sabías que mis ojos

te buscan todo el día

No sabes con cuánta intensidad espero para verte

El público se sorprende, aplaude de emoción, algunos van reconociendo a la característica voz entre notas bajas y altas.

—Buenas noches —grita Rylan al acabar la primera canción, sonríe nervioso y el público ríe, como si se tratara de un chiste—, aquí estamos —se le ha olvidado todo lo ensayado—. Después de tanto tiempo.

Santiago se le acerca y le susurra antes de comenzar:

—Canta en la tónica y deja de variar —se le escucha amable, pero ambos saben que se contiene. Se aleja, a su puesto, toca la guitarra, ejecuta la introducción de “Tal vez”.

Tal vez caminando sin fin

navegando en abril

Tal vez te vuelva a ver y podamos ser

Nadie nos dijo que nosotros lo elegimos

Camina por el escenario, deja fluir la emoción que trasmiten las personas al intentar bailar y cantar la canción. Sin querer, vuelve a subir el tono de las notas en el coro. El guitarrista echa el cuello atrás y finge que nada está pasando, entre todos los errores que están ocurriendo en el momento, ese es el que más se nota, y comienza a cuestionarse si dos semanas en realidad fue poco tiempo para improvisar todo esto.

Rylan vuelve a sentir el silencio como un revoltijo en el estómago. Hay demasiada gente y esto no es nada similar al bar.

—Hay veces —dice, se quita la máscara, no la soporta. Las luces dispuestas hacia él lo hacen sudar demasiado—. Estoy sorprendido de esta noche —ríe nervioso, tiene la mente en blanco, para su sorpresa el público ríe con él—, gracias, de verdad, creo que no esperaba tanto.

Se voltea y les hace una seña a los demás para continuar con “Una tarde gris”, y así comienzan, posponiendo la que tenía que ser la siguiente canción.

Te veo mirar triste al cielo

no dejes que ese suspiro te desanime

Sin que te des cuenta busco tu mano

aunque me encuentres distraído

Sé que estás ahí conmigo

confía en mí

Conmigo, conmigo

Hace señas con la mano libre junto al público, con la otra sujeta el micrófono, se le da mejor la interacción mientras canta.

De nuevo los instrumentos llegan al siguiente salto de canción, y Santiago arranca sin aviso, no va a esperar para comenzar con la siguiente. Está molesto por el desastre que va de evento hasta ahora, así que no pretende parar por silencios incómodos y obliga a todos a seguir con “Perdón”.

Quería verte volar

dispuesto a renacer pero solo me quede y sin motivo calle

Es la desdicha que vivo sin importar cómo lo diga

porque las penas no van conmigo

Rylan canta, aunque agobiado, igual no se le nota, controla bien los gestos en su cara, pero ahora entiende por qué debía mantener la máscara.

Perdón amor, el canto de la vida pudo más que yo —estira la mano fuera del escenario, al encontrar a Alicia en el fondo, le resulta sencillo dedicarle la canción a ella—. Tu voz resuena, el eco en mi recuerdo que nunca frena, intenté escribirte mil poemas, pero en mi manos todo se quema —le sonríe a medias, desde la distancia, aunque no pueda verla bien, este gesto es suficiente para desenvolverse mejor.

Otra vez el silencio se apodera del escenario, y el suspiro del cantante se escucha. Las gotas de sudor en su rostro son la muestra del agotamiento, por lo menos en su traje no se notan las manchas del sudor. Sin palabras que decir se queda en silencio, observa el micrófono en su mano, hace su mejor esfuerzo en recordar los diálogos de presentación para la siguiente canción.




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