El público grita y vitorea ante los músicos que se despiden en el escenario. La tarde está anaranjada, el sol del atardecer cubre el cielo de nostalgia, con colores que se mezclan desde azul hasta dar paso a un lila. La euforia del evento apenas comienza. Las luces se apagan, en las pantallas del fondo y de los laterales aparece el nombre de la siguiente banda: Mar de Sales.
Alicia aplaude con emoción al ver el nombre, de inmediato se le acerca a su esposo, le da un beso y le sujeta el rostro entre sus manos:
—Tú puedes amor.
Rylan asiente, luce sereno, pero en realidad está conteniendo los nervios, que le forman un nudo en el estómago. La banda sube las escaleras, cada uno lleva su instrumento, menos el baterista. Como Santiago les indicó, se ubican en sus lugares, certifican que todo esté en orden, y esperan por el cantante, a que suba, mientras el público grita y aplaude con emoción y, por supuesto, expectantes.
—Listo —dice Santiago al integrante faltante—, sube y dale con todo. —Se queda abajo junto a los de producción para evaluar el sonido.
Rylan sube la pequeña escalera, levanta una mano y saluda a la multitud, camina hasta el centro del escenario. Respira profundo antes de dedicar las palabras de agradecimiento y presentación. Aunque suena normal, para él no es así, se siente extraño y despersonalizado. Las voces del público resuenan en su oído como un ruido agudo y paralizante, y las personas, que a la distancia no se distinguen con claridad, se vuelven una masa sin sentido. Rylan da dos pasos atrás, no muestra nada en su expresión, sabe controlar eso, pero no sabe controlar el resto. La música arranca con “Un expirante”, todos asintieron para comenzar y creyeron que él también. Pero al llegar su entrada, su voz no suena, Rylan no se acerca el micrófono a la boca, lo mantiene abajo junto a su pierna. Todos se miran con extrañeza y siguen tocando, preguntando qué es lo que sucede.
—¿No va a cantar? —se pregunta Santiago en voz alta—, ustedes mantengan hasta mi señal —dirige al grupo a través de los monitores—. ¿Rylan? —intenta llamarlo, pero este sigue sin reaccionar, solo da otro paso atrás—. Consígueme un micrófono —le dice con seguridad a los de producción.
El tiempo parece volar, pero en realidad solo han tocado el intro de la canción durante dos minutos, tiempo suficiente para que Santiago, de pie en las escaleras, les haga la señal para volver a comenzar. Y así lo hacen, arranca la canción, un nuevo cantante sale al escenario y el público enloquece, nadie se lo esperaba y parece algo ya planeado.
—Paciencia, sigue una y otra vez, aguarda con el tiempo solo así —canta Santiago, se acerca hasta Rylan, le da un leve empujón para hacerlo reaccionar—, podrás ver, de qué se hablaba.
Se consigue, Rylan de inmediato camina hacia atrás, hasta quedar frente a la batería, respira profundo y se une a la voz de Santiago, en el coro:
Mi corazón se quema en el vacío
cada noche, cada ocasión
Deja expuesto el ruido del silencio
que duele y me lleva sin compasión
Santiago continúa solo en las estrofas, Rylan aprovecha para procesar el trago amargo que le dejan los nervios. Acompañada en el coro, improvisando sobre la marcha.
Para la segunda canción, el productor, ahora cantante, se acerca a cada uno, dándoles las nuevas indicaciones: seguir como lo tenían estipulado. Le quita la guitarra a Manuel, para hacer la rítmica y dejar el trabajo de sonidos y muestras a su amigo.
Rylan se hace cargo de la siguiente canción: “Nada”. Santiago se dedica a improvisar líneas sueltas, como si fuera una especie de eco. Desde su lugar, tocando la guitarra, se mueve de a poco y anima al público, y sin saberlo, anima también a la banda. Ayuda a soltar los nervios a cada uno de ellos, incluyendo al cantante original.
En la tercera y última canción: “Nadie puede ver”, Rylan está lo suficientemente suelto y animado para cantar con el tono y actitud correcta. Toda la atmósfera se completa, cada pieza se integra, tienen a un público que pide por más. Al terminar, queda esa sensación de que algo falta y el cantante improvisa, retoma la canción, canta a capela:
—Cuando las emociones derriben los corazones. —Para su sorpresa, el público le sigue—: Será que puedo pedir que nuestro enfoque no se turbe —sonríe aliviado, no parece tan malo después de todo, y canta esto último lento, casi hablado—: La locura es la clave y nadie puede ver lo que se esconde detrás de mí.
Los aplausos demuestran el buen recibimiento que tuvieron, esperaban menos, mucho menos. Y una voz por los monitores les pide que toquen la cuarta canción, cuando ya estaban listos para despedirse.
Omar marca el tiempo con las baquetas, lleno de emoción y da inicio a “Soñar despierto”.
Me cuesta ver con buenos ojos
hay mucha atención a la hora de atacarme
En esta melodía en especial, Rylan puede sentir que se le comprime el corazón. Algo tan personal, tan íntimo, resulta extraño exponerlo así, delante de lo que parecen ser miles de personas. Canta con pasión, entrega todo, pues el sentimiento sale desde sus entrañas. Y el público lo vuelve a sorprender al intentar querer cantar con él, aún sin saberse la letra. Al finalizar sonríe con emoción, desde un sentimiento genuino, no solo por la adrenalina que le recorre el cuerpo, sino también por pensar que de algún modo, alguien más, entre tantas personas, comprende ese sentimiento devastador de querer encontrarte dentro de un mundo apático, que no deja nada para quienes les gusta soñar.
—Gracias —grita y hace una reverencia, los demás se unen, despidiéndose de una multitud que ha quedado encantada con su presentación.