Hamel guarda su celular, las palabras todavía se repiten: «aquí estarías con nosotros», sobre todo por cierta persona. Se sorprendió al verlo subir al escenario, si siempre le dijo que él no sería parte de eso. Cuando cantó: «mi boca besa lo que perece y lo acepta», la despedida que todavía le duele, ha quedado inmortalizada en una canción, una que fue escrita por ella. Suspira y sonríe para ocultar la amargura, tiene que reconocerlo, que Santiago sabe herir, sabe bien cómo hacer daño, pero no sabe pedir perdón. Toma una ducha rápida, y regresa recompuesta a la cocina para ayudar en la preparación de la cena para el personal, los niños ya están comiendo.
Se ha adaptado rápido, haber crecido aquí lo hace sentir cercano. El lugar ha cambiado poco, los años han pasado y nunca ha alcanzado el presupuesto para invertir en la estructura, áreas en desuso por estar demasiado expuestas a la humedad. La mitad del sitio parece una casa embrujada, pero a Hamel le resulta curioso y fascinante pasear por las tardes, justo antes del anochecer, por esos lados. Se siente bien entre las ruinas. No entendía esa metáfora de su hermano, pero ahora que las mira con detenimiento, a la maleza apoderándose del concreto, y como todo pierde su forma original, encuentra otra manera de apreciar lo bonito de la naturaleza. Allí, en ese caos, hay otra especie de arte, uno incomprendido, nada atractivo. Y en medio de ese desorden, se siente bien, liberada, sumado al sentimiento de que alguna vez ese fue su hogar. De ese lado quedaba su cuarto, el que antes usaban para las niñas. Ahora no hay tantos niños que cuidar, antes era común que viajaran a este pueblo olvidado y abandonaran, de forma desalmada, a niños, frente a esta escuela vieja. Así es como llegó ella, hace al menos veintiséis años atrás, la encontraron llorando en la entrada. Una pequeña que aparentaba tener cinco años, nadie sabe con exactitud qué edad tenía, ni cuando es su verdadero día de cumpleaños.
—Hamel, querida —le llama una anciana que se asoma por la puerta—, te buscan.
—¿Sí? —se quita el delantal y se lava el sudor de la cara.
Se pregunta quién será, aunque puede deducir sobre alguien, ya que es su día especial. Sonríe al pensar en la abuela, su madre adoptiva, hace un año que no la ve. No pudo felicitarla en persona el año pasado, le emociona pensar que este año si. Ya se le hacía raro que no le escribiera, todo apunta, en su cabeza, que estaba esperando darle esta sorpresa. Entra a su cuarto y, con prisa, se cambia la ropa sucia que carga, se echa un poco de perfume. Se revisa delante del espejo, cosa de que no tenga harina en la cara o en el pelo.
Camina por el pasillo hasta la oficina, nerviosa, sale, al patio trasero, para encontrar en el viejo parque a quien la espera. La sonrisa se le borra al instante, su corazón late deprisa. Ahí está él. Observa el parque abandonado, bajo la escasa y débil luz que proveen las farolas, a las cuales les queda grande un espacio tan amplio. La noche es fría.
—¿Santiago? ¿Qué haces aquí? —pregunta confundida, de todas las personas que pensaba que podrían ser, este no estaba ni de cerca en la lista.
—No sabía que regalarte —se le acerca—, no creo que cualquier regalo te convencería. —Le acomoda un mechón de cabello detrás de la oreja, también se encuentra nervioso—. Así que pensé que lo mejor sería hacer una donación, para restaurar un poco este lugar.
—Gracias —baja la mirada—, pero sabes que se aceptan donaciones en línea, no tenías que venir hasta acá.
—Lo siento mucho, Hamel —suaviza el tono de voz. Aunque no hay nadie alrededor que pueda escucharlo, igual quiere mantener esto entre los dos—. Perdóname. —Pasea su dedo por la barbilla de ella, pero Hamel se aparta—. Feliz cumpleaños.
—No es mi cumpleaños, este no es el día en que nací, solo es el día en que me dejaron aquí.
—Bueno, tienes la suerte de escoger el día que más te guste, ¿nunca te gustó una fecha? Yo siempre quise cumplir en agosto, no sé por qué, me gustan esos días.
—¿En serio? —sonríe—, eso sería algo propio de mí, que me guste una fecha, pero no tengo preferencia por ningún mes en particular, solo sé con certeza que odio algunos en específico.
—¿Por ejemplo?
—Diciembre.
—Ah —ríe bajito—, es comprensible, es atareado, comercial, atravesado, pero yo cumplo en diciembre, puedes escoger la misma fecha, un dos por uno, ¿qué te parece?
Sonríe complacida, le gusta sentirlo así, tranquilo y relajado, con buen humor. Pero sabe que quiere algo, siempre tiene una doble intención, y también está consciente de lo hiriente que será si le dice que no.
—¿Y lo celebramos cómo? —pregunta, intentando dar en el punto—. ¿Yo por aquí y tú por allá?
—No si vienes conmigo…
—¿Otra vez? —se cruza de brazos.
—Hamel, lo siento, te extraño, de verdad. —Toma aire, se le da fatal inspirar lástima, aunque no lo parezca—. Mira, sé que metí la pata y me arrepiento de como te traté. Estuve pensando que te olvidaría, pero hoy, cuando canté esa canción en el escenario, créeme que poco me importaron muchas cosas, y solo tú estabas ahí… por eso estoy aquí, porque necesitaba verte, escucharte.
—Igual que a ella —interrumpe, con los ojos brillosos—. Ayer ni siquiera sabías que estarías aquí, hoy estás, ¿y mañana a quién vas a querer? Me empezaste a querer mientras la extrañabas a ella, a ella la engañaste mientras la querías. —Se le salen las lágrimas, pero su rostro se mantiene serio—. Eres volátil, y yo detesto eso…
—Soy bastante firme en lo que hago y decido…
—Sí, en tu carrera, en la música, pero en lo sentimental eres un desastre. Y yo no puedo confiar en esta versión de ti.
—Pero —ríe, molesto—, no entiendo. ¿Prefieres estar sola?, ¿o quieres que te mienta? Porque estoy intentando ser muy sincero contigo.
—No importa lo que digas, nada de eso va a cambiar lo que has hecho.
—Hamel —respira profundo, da un vistazo al cielo para mantener la paciencia—. Empecemos de nuevo, dijiste que querías hacer magia, como yo. Te enseñaré, puedes trabajar con nosotros, con la banda, sin ellos. Como quieras, pero si vienes conmigo, y construimos esto —se señala a ambos—, nuestras carreras… tendrías una mejor vida que este lugar.