Respira agitado después de una intensa sesión de ejercicio. Tanto tiempo de tener un gimnasio en casa y nunca lo había utilizado. Ahora le toca cumplir rutinas si no quiere volver a quedarse sin aliento en el escenario, también lo necesita si quiere cumplir su nueva meta: asistir a cinco eventos en una semana. La experiencia sobre el escenario fue muy distinta a como lo recordaba. La última vez que estuvo delante de tanta gente fue hace más de diez años, cuando era parte de una orquesta. En esta ocasión pudo sentir el peso abrumador, ese que de seguro fue la causa del bloqueo en Rylan, esa sensación paralizante de la que él tampoco quiso hablar. Hace mucho que no se sentía tan pequeño, sin ser nadie. Acostumbrado al prestigio y a ser reconocido, allí, sobre ese escenario, no se sintió muy diferente a los demás integrantes de la banda.
Santiago ha tenido una semana entretenida, no ha dejado ningún espacio para fantasear, ni mucho menos para hundirse en su opresiva soledad. Incluso así, sigue mirando con tristeza hacia la cocina cada mañana al salir de su habitación.
Se prepara un almuerzo sencillo, tampoco le gusta inventar en la cocina. Este es el último ensayo de la semana, para mañana tienen ese evento del que se habló la semana pasada. Trae nuevas noticias para el grupo, y nada ni nadie le puede quitar la satisfacción de poder decirse a sí mismo: «lo logré». Se endeudó con el banco, puede que pierda su casa y hasta su carro si las cosas salen mal, pero lo importante es que Mar de Sales tiene su oportunidad de brillar. Para su sorpresa, prefiere escuchar las canciones de la banda antes que otra, de algún modo encontró refugio en esas letras, y poco a poco, la idea que lucía incierta al principio, va tomando forma.
—Vaya —Manuel es el primero en llegar, como siempre—, esta semana pareces gente decente.
Santiago ha tenido varias reuniones con abogados, agentes del banco y viejos contactos que le ha tocado desempolvar, por lo que ahora viste de traje, barba arreglada y cabello fijado.
—Estuve pensando en ciertas cosas —se limpia y recoge su plato.
—Cuéntame, ¿qué clase de filosofía tienes ahora?
—Elú dijo algo muy cierto, algo como que el odio es lo que me mueve. Podría llamarse orgullo más bien…
—Aja, pero si esto va de temas amorosos y relaciones pasadas que, por motivos inentendibles, todavía no logras superar… Yo paso.
—No, no es eso… al menos no como lo pones.
—Ni modo, tampoco es que tenga otra opción —toma asiento en el taburete—, te escucho.
—Sí ella, o Hernán, quien sea, no usaran mi música para esa canción, creo que no hubiera tenido la motivación necesaria para casi hipotecar mi casa.
—¿Qué hiciste qué?
—Le conseguí —entona y corrige—… nos conseguí buenos conciertos. A un costo elevado, pero ya sabes como es este mundo, el que no tiene tiempo para la siembra que compre la cosecha ya lista.
—Tendrás los números en rojo por un buen tiempo. —Sonríe sorprendido—. Creo que por este acto de buena voluntad te puedo ofrecer una semana de tragos gratis.
—Qué buena oferta, ¿no? —Le lanza el guante de la cocina—. Púdrete.
—Le doy la razón a ella, el odio es lo que te mueve —ríe, regresándole el guante—. Pero, en serio, ¿todavía la extrañas?
—En momentos como este extraño a cualquier mujer —resopla—, pero no, creo que me considero en mi punto más centrado; estoy a esto —le muestra una pizca entre los dedos—, de conseguir brillar como una lámpara de tanto poder astral concentrado.
—Un mantra conectado con todos sus puntos cardinales —bromea.
—Todo un ser de luz —también ríe. Su mirada cae, sin querer, en el lugar donde siempre dejaba alguna golosina para ella, y suspira. Hace un mes no quería pensarla, ahora anhela tener el tiempo para recordarla.
—¿Listos para el toque de mañana, mis nenas? —saluda Omar, ruidoso y con clara emoción.
—¿Algún día me acostumbraré a esto? —cuestiona Santiago.
—No, mi vida —responde, se sirve un vaso de agua—, nunca podrás acostumbrarte a mí porque soy impredecible, siempre tengo algo nuevo.
—¿Seguro? A mí solo me das dolor de cabeza, nada nuevo.
—Se supone que estaba de buen humor —suspira Manuel—. Qué más da, ¿y los otros?
—Abajo, cuadrando las botellas para mañana.
—Por favor —Santiago se masajea la frente—, no ha comenzado el evento y ya están organizando la fiesta. —Se levanta rumbo al estudio—. Sí fueran así de diligentes para otras cosas, ¿qué no sería de nosotros?
—Estamos aprendiendo de ti, primero el alcohol y luego la acción —le grita, y ríe por lo absurdo que ha sonado.
Una vez dentro del estudio, encienden los equipos y comienzan a practicar como de costumbre. Ensayar se ha convertido en una parte esencial, tanto para aprenderse las canciones como para afinar detalles, pero en realidad, para cada uno es una especie de momento especial, aislado y separado del mundo real, donde pueden desahogarse de sus problemas. La música lo llena todo, y ejecutarla es la forma que tienen para borrar las manchas que suelen cubrir sus mentes. En estos momentos de entrega no importa nada más que tocar el instrumento a todo volumen. Es en lo único en que no discuten, y pueden estar de acuerdo en todo, la música los une de una forma especial, crea esta conexión natural, que muestra que los seres humanos fuimos hechos para vivir junto a las melodías.
—Bien —Santiago aplaude apenas terminan el ensayo—, les tengo noticias…
—Sí —Uno interrumpe, mientras recoge su instrumento—, ya sabemos, que nos larguemos de tu casa.
—Sí, pero no —lo señala—. Tenemos agenda llena.
—Bueno, con el concierto de mañana y las sesiones de grabaciones de la próxima semana, sí, tenemos la agenda llena.
—No, aún mejor. No tendrán ni tiempo para rascarse las bolas. Con lo mucho que sé que les gusta no hacer nada. —Santiago les reparte una pequeña agenda a cada uno.
—A la vieja escuela —ríe Andrés—, lápiz y papel.