Mar de Sales

Alguien más

El viaje en tren suele relajarla, pero esta vez la ansiedad le gana. Las vistas no parecen igual de hipnotizantes que las últimas veces. La expectativa y la anticipación la desconcentran. Hamel solo quiere llegar de una vez y abrazar a su mamá, luego de un año sin verla, y a falta de una semana para diciembre, se pregunta: «¿podré saltarme el trabajo por este mes? ¿Vino para quedarse por la temporada? ¿Por qué en la ciudad?». Tantas preguntas la agobian, y le hacen doler la cabeza. Se dirige a la ciudad, a visitar a su madre, quien la citó hace un par de días. «De seguro quiere caerle de sorpresa a Rylan» ríe, ya que hoy tienen un concierto en el teatro de la “Naranja Acústica”.

Hamel llama a la puerta. Se trata de una residencia vacacional, lujosa. Los nervios se intensifican. Fue algo ingenuo de su parte pensar que la señora Elisa vendría sola, sin su hija, la que se fue, la que dejó el espacio disponible donde ella entró y calzó como hija adoptiva.

Una señora rubia abre la puerta, sonríe de inmediato y la recibe de un abrazo:

—Hamel, cariño, no sabes cuanto quería verte —la inspecciona, de arriba a abajo—. Gracias por ocupar mi lugar por todo ese tiempo —sonríe avergonzada—, pero ya volví.

—Sara… —Hamel se queda sin palabras, verla hace que se le congele el cuerpo.

—Pasa —le indica el camino a la sala.

—Hamel, mi niña —la abuela se asoma, extendiéndole los brazos—. Te extrañé, vida mía.

Se prometió así misma que no iba a llorar, pero no pudo evitar dejar salir un par de lágrimas. Abraza a su madre, aunque el sentimiento de sentirse una intrusa le presiona el pecho; se debate entre quedarse o huir.

Pasan un par de horas. Las charlas de la abuela se alargan, habla con alegría de los nietos y de cómo su hija la recibió en su casa. Hamel sonríe, se alegra por ella, que pudo recuperar el tiempo perdido. Por mucho la escuchó lamentarse y llamarse mala madre, la ida de Sara, fue un golpe duro para todos. Ahora está aquí, sin muchas arrugas, es como si la edad no tuviera efecto en ella. Se mantiene sonriente, pero para Hamel, esa sonrisa es falsa, no confía para nada, y se siente mal por ello, por juzgar y desconfiar de alguien a quien no conoce, quizás sean celos, es lo que más sentido tiene para ella.

—Hamel —Sara la llama, con voz baja y dulce—, mamá tiene que tomarse una siesta, mientras, tú y yo podemos dar un paseo.

—Sí mi niña, anda, yo estoy vieja como para dar vueltas.

En el carro el silencio es incómodo. La última vez que recuerda haber visto a esta mujer fue hace años, en el orfanato, cuando se presentaba como voluntaria para enseñarle música a los niños. Fue la primera vez que vio a Rylan, un día fue para dar una pequeña presentación junto a su mamá, una práctica que se volvió regular, hasta que un día ya no regresaron. No supo más sobre esa familia hasta que la abuela regresó, mucho tiempo después, para llevarla. Y luce igual, esta mujer luce casi idéntica a aquella vez, hace diecinueve años.

—Llegamos —estaciona el carro, sonríe con emoción—. ¿Me ayudaras a entrar?

—¿Qué? —reconoce el lugar, el teatro donde está por comenzar el concierto de Mar de Sales—. No tengo como…

—Ay, cariño, sabemos que puedes… No me hagas usar mis métodos —le guiña el ojo.

—Bien —le escribe a Alicia, piensa que de seguro está adentro.

Entran escoltadas por dos hombres de seguridad. Dentro, en el pasillo interno, Hamel escoge la oportunidad para esconderse en un palco, los puestos de arriba, especiales, para entradas exclusivas. Las dos personas en el lugar la observan con asombro, quedan espacios disponibles, pero la entrada tan repentina es, cuanto menos, extraña.

—Disculpen —dice avergonzada.

—No, no pasa nada —le responde con amabilidad la chica—. ¿Es tu asiento?

—No, en realidad yo… —Hamel la reconoce—. ¿Elú? ¿Viniste a ver a Santiago?

—¿Lo conoces?

—En sí… —titubea, puede escuchar a Sara, llamándola desde afuera, detrás de la cortina—. Soy Hamel, hermana de Rylan —le extiende la mano.

—Perfecto —responde animada, a la vez que le estrecha la mano—, digo, perdón, necesito robarte un favor. —Inclina sus rodillas con ligereza, le suplica con urgencia—. ¿Me podrías ayudar a llegar detrás del escenario? Tengo que hablar con Santiago.

Nunca, en ninguna de sus fantasías podría haber previsto esto. Reprime su molestia interna, decirle que no, que no busque a ese hombre, es lo primero que se le viene a la cabeza, pero sabe muy bien que él también quiere verla. Lo tiene muy en cuenta, por eso se escribió aquella canción, y termina por comentar, sin pensar:

—Seguro, se supone que “Perdón” es por ti —sonríe con amargura.

—¿Cómo?

—Hamel —Sara abre la cortina—, ahí estás.

—Sí —responde desanimada—, aquí estoy.

Alicia recibe a su amiga con asombro, no sabía que venía, ni tampoco que estaba cerca.

—De haber sabido que estabas por acá…

—Traje compañía —la interrumpe, no muestra intenciones de querer quedarse. Pero a un lado se escucha la música, y desde ese punto puede ver a Omar en la batería, y a Manuel del otro lado, con la consola del sintetizador y el teclado.

—Alicia —Sara se le acerca—, eres más deslumbrante en persona, mucho gusto —le extiende la mano.

—Sí —sonríe nerviosa, la reconoció al instante—, el gusto es mío, no sabía que…

—Es una sorpresa, de esas que no gustan —susurra Hamel.

—Lo sé, estoy consciente de que esto es un pequeño “sabotaje” —ladea la cabeza—, pero les aseguro, que será la única vez. ¿Me lo pueden permitir?

Alicia asiente, no sabe cómo va a resultar esto, pero recuerda las charlas con la terapeuta, y este encuentro, aunque abrupto, cree que puede hacerle bien a su esposo.

—Gracias —le entrega un sobre—, que lo lea después, cuando esté en casa.

—Y —Hamel se hace un lado, señala hacia el fondo—... Elú.

—Oh, no puede ser —Alicia se le acerca, conteniendo las ganas de chillar de la emoción—. Me encantas.




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