Dentro del carro, se toma un momento antes de encender el motor. Siente que le va a estallar la cabeza de tanta presión. No quería verla, no quería volver a revolver todo ese desastre al que llama pasado. «Es muy diferente» dice la voz en su mente. Pensaba que no sería distinto a como lo imaginaba, pero la realidad ha superado sus expectativas. El odio está más vivo que nunca. Presiona con fuerza sus puños sobre el volante.
—Ya me despedí de todos —su esposa entra al auto.
—Sí —se coloca el cinturón—, solo dame un momento. —Se cubre el rostro con las manos, le cuesta despejar la mente.
—¿Prefieres que yo maneje?
—Sí, será mejor. —Se baja, abre la puerta de atrás, y se tira en los asientos. Ojalá pudiera cerrar los ojos y no volverlos a abrir, desaparecer, dejar de existir, ojalá acabar con todo esto.
Alicia revisa el retrovisor antes de arrancar. Le sienta mal saber que él está así, decaído, dejándose torturar por los pensamientos. Por más que lo intente, nunca logra comprenderlo, ¿de dónde puede nacer tanto odio? ¿Tanto agobio? Su papá también se fue cuando ella tenía quince, y desde entonces no lo ha vuelto a ver. Él era su favorito, su amigo y confidente, pero no lo odia, en realidad lo extraña. Le gustaría tener esa misma oportunidad, de verlo regresar, aunque finja ser alguien diferente, le encantaría volverlo a ver.
En casa, llegan en silencio, los maullidos de bienvenida son los que rompen la tensión. Rylan atiende a la gatita, como siempre, cargándola y hundiendo su nariz entre el pelaje. Ama escuchar el ronroneo, siente que lo relaja al instante.
—Amor —Alicia le toca el brazo—, ¿estás bien?
—Tú que crees —suelta a la mascota y suspira—. Solo hagamos de cuenta que este día no existió.
—Quisiera, pero —busca en su bolso—, tengo una carta de tu mamá.
Extiende la mano, exigiendo, con completa seriedad, que le entregue el sobre. Ella muestra la intención, pero se retracta, escondiéndolo detrás de su espalda. Su cabello se mueve con movimientos bruscos al negarse.
—Alicia —le dice, la jaqueca que le está dando no le deja hablar bien—... tú…
—Tienes que leerla, no vale romperla.
—¿Planeaste esto? —La señala, conteniendo la rabia—. ¡¿La invitaste?!
—No… —traga, el miedo se apodera de ella—. Lo habría hecho, pero no fui yo —mira el suelo—. Nunca serás libre si no enfrentas esto, y tienes derecho a saber que te escribió en esta carta.
—¿Derecho?, por favor —ríe, estresado, conteniendo varias emociones a la vez—. ¿Por qué ahora? No sabes cuantas veces me ignoró —aumenta el volumen de su voz—, no sabes cuantas veces la esperé. No sabes nada de eso, ¡¿y crees que lo va a arreglar todo con una maldita carta?!
—Sí, yo creo en las segundas oportunidades…
—No hay segundas en este caso, ¡entiendelo! —Comienza a caminar, de un lado a otro—. Hubieron miles, demasiadas, ¿acaso no entiendes?
—Creo que deberías calmarte primero. —Guarda el sobre bajo su blusa.
Rylan se detiene, aprieta los puños. Le resulta ofensivo, hiriente, y nunca pidió ser comprendido, pero no puede contenerse:
—Cada día es miserable para mí, vivo por existir, porque ni siquiera quiero estar aquí. Nunca me he sentido parte de esta vida, y por algún estúpido motivo tengo que estar aquí. —Siente el nudo en su garganta—. Estoy cansado de estar en este limbo por otros, por quien sea; y ella… quien se supone que tenía que enseñarme qué hacer con esta maldita vida, simplemente se fue. Solo un estúpido hogar quería tener, solo eso, y he vagado por años sin encajar en ningún sitio, buscando ese maldito hogar y…
Sus palabras salen distorsionadas, suenan a un berrinche sin sentido. «Qué estúpido, que escena tan estúpida». «¿Cómo es posible que me altere tanto por algo que pasó hace más de diez años, por favor, que despreciable soy». Observa el rostro de ella, una cara triste que se contiene las lágrimas. Lo hace con buena intención, ella solo quiere ayudar, y él se lo agradece recriminando y haciendo daño, por qué es lo único que sabe hacer: «no sirvo para nada».
—Sabes qué —levanta las manos y las deja caer—, no me esperes esta noche que no voy a volver.
—¿A dónde vas a ir?
—No será al cementerio, no me busques.
—¡Rylan! —le grita cuando se marcha por la puerta. Desde arriba, en la escalera, lo observa girar en dirección contraria al cementerio. «Va a volver, ¿verdad?» se dice, «solo tengo que darle su espacio».
La noche es fría, oscura y solitaria. Hay zonas poco alumbradas, Hamel las observa desde la luz con pesar. No quería tomar el último tren, detesta la noche en este lugar, a diferencia de la ciudad, acá no puede contar con un taxi, por lo que solo le queda caminar. «Tú puedes, eres fuerte y valiente» se repite, a la vez que da pequeños pasos, como si caminar despacio hace el trayecto más seguro. No pretendía regresar, pidió permiso para faltar este día y el de mañana. Creyó que se quedaría con la abuela por el resto de la noche. No pudo quedarse en ningún lugar, no quiere ni pensar cómo estará el odio de su hermano por llevar semejante regalo. Apenas pudo se escapó de los chicos, ellos también se veían afectados, hicieron lo posible por no mostrar ninguna señal, pero ella los conoce demasiado bien como para darse cuenta.
Se queda congelada bajo la luz de una farola. La estación está sola, ella y tres personas llegaron en ese último tren. Mira atrás, a los bancos bajo la luz. «¿De verdad me estoy planteando quedarme a dormir aquí?». Sacude la cabeza y sigue andando. Hoy su corazón fue estrujado, hace mucho tiempo que no se sentía así, abatida, dejada a un lado. Por lo que se convence que ya la vida no le va a dar más sorpresas por el día de hoy. Camina con calma, de regreso a casa, al único lugar donde desea volver. No quiere apresurarse, teme que se quiebre más su corazón si acelera el paso, y aprovecha la soledad para soltar algunas lágrimas.
—Así que… —Manuel menea su vaso, es demasiado confuso para entenderlo a la primera—. Ya va, es que tienen el mismo apellido.