Mar de Sales

No volveré

«Son tal para cual», dice al lanzar el celular al sillón, dentro del estudio. «No serán hermanos de sangre pero actúan igual» piensa, estresado. El aire acondicionado está encendido, aun así puede sentir las gotas de sudor correr por su frente. Camina en círculos, entre la entrada y la puerta que da al balcón, sale a este último y espanta las palomas que han venido a reposar sobre la baranda. Respira el aire fresco bajo el sol. Hace más de un año que no se asomaba por aquí, ni siquiera cuando remodeló el estudio se atrevió a abrir esta puerta. La ciudad está igual, la plaza parece tener más vegetación, no recordaba lo agradable que era la vista desde este lado.

—Solo es cuestión de perspectiva —dice al aire.

Regresa adentro, decidido. Busca en la libreta y tacha, toca hacer una nueva lista de canciones para el concierto de mañana, adaptada para él, y rogar que el público no se moleste por la ausencia del otro cantante.

Los demás no tardan en llegar al ensayo, todos se miran las caras, extrañados de que falte Rylan, siempre llega puntual.

—No va a venir —confirma Santiago, les entrega el nuevo itinerario de mañana.

—¿La ventaja de tener dos cantantes? —se pregunta Manuel, entiende el mensaje.

—¿Cómo así? ¿Dónde está Rylan? —Uno es el primero en preguntar.

—Cuando regrese ya les contará, por ahora les aviso que me confirmó que no podrá venir ni hoy al ensayo, ni mañana al concierto.

—¿Ya es tarde para cancelar? ¿No se puede rodar en otra fecha? —Omar respira agitado—. ¿Dónde está?, ¿qué le pasó?

—Está bien —Santiago luce tranquilo, ya se le pasó la rabieta—. Vamos con lo que tenemos, si mañana nos va mal, tienen plena libertad de ir en contra de Rylan.

—¿Con la frente siempre en alto? —Uno sonríe, esa actitud le anima—. Quizás no sea tan malo…

—A ver, si es malo —responde Santiago—, pero como ya les dije, no podemos perder ninguna oportunidad.

—Con la visita de ayer, no me extraña —Andrés saca cuentas—, ¿por lo menos sabes si va a volver a la banda? —pregunta con tristeza.

—No lo sé. —Santiago suspira—. Sí sobrevivimos sin él, más le vale volver. —Todos ponen caras largas de preocupación, ninguno tiene claro qué hacer en estas circunstancias—. En fin, tocaremos “Voz interior”, “Ahí estás”, “Una tarde gris”, “Un expirante”, “Nada”, “Te escucho” y… no sé cuál más agregar.

—Cual sea —Omar chasquea los dedos—, tú puedes llegarle a ese rango, no será tan diferente.

—Pensé que “Ahí estás” no iba.

—Ni modo, otra raya más a la lista, que tanto —responde sarcástico—. Entonces, empecemos.

Hamel regresa a su habitación, luego de salir a recibir una entrega para Rylan; una pizza para cenar. La comida que su hermana logró conseguir no será suficiente para compensar un día entero sin comer.

Al cerrar la puerta, sonríe con vergüenza. Deja la caja sobre la cama.

—¿Te acuerdas de la señora Marta? Te mandó esto —le entrega una pastilla.

—¿Para dormir?

—Exacto, se acuerda perfectamente de tí —ríe—, y no te quiere vagando por los pasillos en la madrugada.

—No me gustan pero —bufa ante el pequeño espacio—... No queda de otra, me asfixiaré si paso toda la noche escuchándote roncar.

—Yo no ronco.

—¿Cómo sabes si no te escuchas?

—Porque una vez me desperté a mí misma cuando ronqué —confiesa avergonzada—, hubiera pasado de nuevo…

—¿Enserio? —ríe—, ¿cómo me pude perder eso?

—No me ensucies las sábanas —le advierte al servirle un trozo.

Comen en silencio, compartiendo miradas de dudas, por ella, que quiere preguntar todo cuanto le pasa por la mente, y por él, que no entiende por qué hace tantas caras raras.

—¿Qué? —hasta que por fin Rylan pregunta al terminar de comer.

—¿Por qué te quedaste?

—No lo sé —suspira—, por estúpido tal vez.

—Por supuesto —rodea los ojos.

Recoge todo para arreglar la cama, mientras él se lava y cepilla. Dormirán apretados, en una cama individual, pero no es la primera vez. Rylan solía hacer estas escapadas cuando vivía con su padre. Llegaba de sorpresa y le tocaba compartir cuarto con Hamel o con la abuela, siempre prefería a su hermana, por lo menos con ella podía hablar toda la madrugada.

Ahora le toca a ella entrar al baño. Luego de hacer su rutina, se detiene antes de abrir la puerta, regresa y busca su celular, pero se desanima al darse cuenta que lo dejó afuera. Quería ver esa foto antes de dormir. Suspira con desgana y abre la puerta:

—¿Mañana si te vas?

—Sí —responde acostado en la cama, mirando el techo, espera a que la pastilla haga efecto—, no me quieras tanto.

—No te estoy corriendo… —Apaga la luz, se acuesta a su lado. Las estrellas en el techo quedan iluminadas.

—¿De verdad? —ríe—, ¿dónde encontraste unas similares?

—Son las mismas —comenta con alegría—, las pegué como pude, ya no tenían cómo adherirse.

—Por favor Hamel —le hace gracia, a la vez que le parece tierno. Quisiera ser así, y quedarse en esa etapa, ver la vida como un niño lo haría—. Mañana quiero ir a esa casa, ¿todavía tendrás la llave?

—No, yo la entregué, pero creo que todavía está el truco de la ventana…

—¿Estás insinuando que me cuele en propiedad privada? —ríe bajo y lento, ya comienza a sentir el efecto.

—Es una casa vacía, aun sin inquilino nuevo, ¿podría contar como visita?

—¿Quieres venir conmigo?

—Tengo que trabajar, pero —sonríe traviesa—, me puedo escapar un rato.

—Tú nunca cambias, ¿no?

—Creo que la señora Marta lo sabe, por eso no te quiere aquí, sacas lo peor de mí.

—No, que no me culpen por tus cosas, tú eres la que no para de inventar. —Cierra los ojos—. Que descanses Hamel.

Ella no dice nada, quería seguir hablando. Es aburrido acabar un día así, se le corta la emoción, ya que estaba recordando esos días. Después de hacer bromas y recibir regaños eran castigados, encerrados en el cuarto, para ellos no era nada, porque aprovechaban la reunión forzada para planear su próxima trampa.




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