Con el anfiteatro lleno, y un público expectante, la noche está lista para el espectáculo. Santiago escucha a la multitud corear y respira hondo, ruega, al igual que los demás, que tanto la gente como los integrantes de Maniac, no se tomen a mal la ausencia de uno del grupo.
—Así que, aquí tenemos a Molvan y a Craxen. —El cantante de Maniac les da la bienvenida—.Es un gusto volver a trabajar con ustedes.
—Las adulaciones para otro momento —Santiago saluda a cada uno de los cinco miembros, Manuel, desde la distancia, levanta el rostro en señal de saludo.
—Los hacía retirados en una granja criando… no sé, conejos.
—¿Conejos? ¿Por qué conejos?
—Creo que es el único animal al que podrías cuidar —ríe.
—¿Nunca has tenido un conejo? —Omar no está de acuerdo—. Esos animales son del mal, no son una simple bola de pelos.
—Sí —Uno y Andrés ríen, su amigo tenía uno y lo recuerdan con lástima, porque aunque era travieso y les sacó muchas risas, murió electrocutado al morder un cable.
—En fin, soy Marcos —se presenta—, ¿se van a quedar para la fiesta del después?
—Para eso estoy hecho —responde Omar con emoción—, por ahí teníamos que comenzar.
—No puede ser —Santiago suspira al cielo.
—Pero, ¿no les falta uno? —Marcos los cuenta, su equipo le hace señas.
—Sí, ahora lo sabrás.
—Están llenos de sorpresas, ustedes, ¿no? —ríe—, ¿no vendrá volando y caerá en el escenario?
—Esa está buena —Uno finge anotarlo.
Los de producción se acercan al grupo para indicarles el inicio del evento. Mar de Sales sube al escenario, los reciben con júbilo, gritos y aplausos. Santiago saca el micrófono del paral y se acerca al público, a modo de confesión y entona, hace como si va a hablar pero sonríe, quitándose el micrófono de la cara. «Esto es ridículo» piensa antes de volver a intentarlo.
—Buenas noches —eleva el tono y alza la mano—. No me gusta comenzar con anuncios, y creo que a nadie tampoco. Pero, prometo dar lo mejor de mí esta noche con una condición —les muestra el dedo índice, le gusta crear suspenso—. Primero que todo, mandemosle un saludo a Rylan, que nos mira desde casa, se ha enfermado a último momento y no puede estar aquí con nosotros. —Alcanza escuchar varias voces expresando desánimo—. Lo sé, lo sé, a mí tampoco me gusta el plato de segunda, pero les prometo que valdrá la pena. —Habla con seguridad, siempre con una sonrisa picada, manteniendo el control con humor.
Como lo prometió, Santiago canta dando lo mejor, trata de igualar el tono de Rylan, como puede, y de alguna forma logra que las canciones no suenen tan distintas, al menos las que el público ya conoce, en las otras tiene plena libertad. No solo hace el esfuerzo a nivel vocal, también se muestra cercano, interactúa constantemente con el público, compartiendo palabras, emociones y preguntas al aire. El público, encantado, pide más.
—Joder —dice Omar, luego de bajar del escenario, detras del mismo—, no sabía de este carisma —señala a Santiago—. Lo que sea por mantener la atención.
—Sí esto no nos salva de las críticas de mañana, nada lo hará —bromea Manuel, tiene la certeza de que todo saldrá bien.
—Por suerte todavía no somos lo suficientemente famosos para que nos quieran fulminar —Santiago se echa una botella de agua encima, justo después de saciar su sed.
—¿Y Vanesa? ¿Y Elena? —pregunta Omar, las busca pero no las encuentra—. Que raro se siente salir del escenario y no tener ninguna de las chicas esperándonos.
—Acostúmbrate, así será, por lo visto —responde Uno, levanta los hombros—. Mi chica tiene que trabajar, y no estamos precisamente cerca de la ciudad.
—Un viajecito de tres horas no es nada.
—Vanesa y yo peleamos —confiesa Andrés, sin importancia—. Ya que más da, somos los que estamos.
—Así se habla —Omar levanta las manos y menea la cadera al ritmo de la música, preparándose para la fiesta del después.
—Ese baile no pega con lo que suena —reclama Santiago y suspira al darse cuenta—. Y yo por qué…
—No eres nadie sin los tragos —justifica Andrés, los demás ríen—. Dime que no te vas a escapar otra vez y nos van a acompañar —esta vez señala a Manuel— a la fiesta.
—Somos una banda, no nos pueden dejar —pide Uno—, además que ustedes son los que tienen carro.
—¿Cuándo vamos a tener un autobús como los de Maniac? —bromea Omar—, ya me muero de las ganas de ser una superestrella.
—Por favor ¿ustedes nunca se callan? —Santiago se obstina y se aparta en busca de un lugar para disfrutar del concierto.
—Si que están hiperactivos el día de hoy —Manuel los observa con sospecha—, ¿no será que están nerviosos?
—Tomando en cuenta de que fuimos teloneros de una banda famosa —Andrés resume—, que nos invitaron a una fiesta y que… ¿mañana puede que se acabe todo?
—No se va a acabar —Manuel ríe con ternura—, qué poca fe tienen.
—Que nos sepulten por incumplir un concierto… de los primeros, de los más importantes, nada que ver.
—Disfruten mientras puedan —se aleja—, ¡recuerden eso!
Camina rápido, el reloj, colgado en la pared, la acompaña y marca siempre la misma hora. Los pies le duelen, los tacones revelan sus pasos, con un sonido que se hace progresivamente más ruidoso al tiempo que se apresura, hasta que por fin decide correr. El pasillo es infinito, nunca alcanza la puerta del final. Se ahoga en su propia respiración, acelerada. Se detiene, se desploma, se cubre la garganta mientras tose con desesperación, el aire no entra a sus pulmones. Se aprieta el cuello con las manos, y lo tuerce, en un intento de hacer que el oxígeno vuelva a entrar en su cuerpo. Pero no lo logra, cae entumecida al suelo. La puerta se aleja hasta verse borrosa. «Rylan» susurra una voz antes de cerrar los ojos, entregada a la muerte.
Alicia despierta asustada, de inmediato nota la silueta de la gata correr fuera del cuarto. Se toca el cuello, le arde. Enciende la luz, todavía no amanece. Al verse en el espejo se da cuenta del rasguño que tiene. Otra vez, Papu se ha quedado dormida sobre su cuello, y del susto, se despertó dando un salto con las garras afuera.