Mar de Sales

Límites

Elú llega a la casa vacacional, entra y se acomoda en la sala. Andrés le dejó un mensaje, avisando que no estarán en casa, y que llegarán en la noche. Suspira y aprovecha el momento para detallar el lugar. Los muebles son grandes, en un espacio abierto junto a la cocina y el ventanal que da al balcón. Las habitaciones parecen ocultas, es perfecto para una buena sesión de fotos, de cualquier tipo. Pasados varios minutos desiste de la idea de observar la nada. No puede pasar dos horas así, por lo que saca de su bolso un libro, tiene la costumbre de llevar su lectura actual a todos lados para momentos como este, donde debe esperar.

Sumergida por completo en el libro, se asusta al ver de reojo una figura.

—Ah, eres tú, lo siento, Rylan —se corrige avergonzada—, creí que todos habían salido.

—De seguro me dejaron dormir —responde, todavía con cara de sueño, buscando en la cocina qué comer—. ¿Y tú, por aquí?

—Tenía que venir en persona para contarles las buenas nuevas.

—No creo que sean tan buenas —bromea con pesar—, al menos déjanos volver a casa por unos días.

—Por supuesto, van a volver por lo que queda del mes, se lo merecen.

—¿Ya comiste? —Rylan la invita, luego de encontrar los restos de pizza refrigerados.

—Yo paso, pero con gusto te acompaño.

—Mientras no sean regaños lo que tienes por decirme.

—Descuida, estamos fuera de horario —sonríe, y se mueve del asiento al taburete—. Solo tengo curiosidad en… saber: ¿cómo estás?

—Bien, supongo. —Da un bocado. No es raro que ella se le acerque a hablar, lo que no es usual es que no le esté dando consejos o haciéndole notar sus fallas.

—Ya hablamos sobre esto de “no poder dormir”, no quiero volver a recitarte toda la lista a… En fin —baja el tono de voz—, lo que quiero entender es: ¿cómo llevas todo esto? ¿Qué tal Alicia?

—Sí sabes que hago mis charlas terapéuticas con Marina por video llamada, ¿no?

—Lo sé, pero te veo igual de agotado que el primer mes, ahora tiene sentido pero en ese entonces… ¿si entiendes?

—No, no entiendo.

—Nos preocupa, a todos; hacer los conciertos sin dormir, ahora quizás no se note, pero te va a pasar factura. —Suspira, decaída, ante los ojos amargos que la observan—. Quiero que charlemos como amigos, olvídate por un momento que tienes que rendirme cuentas, por favor.

—Imposible —da otro bocado, habla con la boca llena—, me caías mejor antes, cuando no te tenía encima.

—Bien —junta las manos y cierra los ojos, es momento de ponerse sensible—. Cuando comencé tenía un mundo lleno de ilusiones, gracias a Santiago, que me hablaba maravillas de mis letras. —Suspira melancólica—. Es bueno que te abstengas de leer comentarios en redes, yo no lo hice, y cada cosa que leía me empeoraba. Reviví uno a uno mis traumas de la infancia, y se podría decir que en casa sería diferente, pero tenía a Santiago allí, pidiendo que ignorara todo y siguiera… las palabras buenas se volvían falsas, y comencé a dejarme invadir por la ansiedad, así, similar a tí, no dormía, no comía porque me generaba náuseas…

—Tienes un punto… —Deja salir el aire al no encontrar las palabras—. Es cierto que las buenas palabras parecen falsas —evita mirarle la cara—, pero la ansiedad que no me deja dormir es solo eso, estar ansioso por salir del compromiso. Estoy respetando los horarios de comida —mira con dudas la pizza, justo hoy es la excepción—, estoy tomando el reposo, salgo en la mañana a agarrar mis diez minutos de sol, pero nada de eso me ayuda y no sé, ya sinceramente estoy cansado de escuchar qué hacer. —Deja la comida a un lado, se le ha revuelto el estómago.

—Debe ser agobiante, lo sé.

—Más bien dime —se cruza de brazos—, ¿cómo lograste enfrentar todo esto?

—¿A qué te refieres? —ella se muestra confundida, en realidad no tiene la menor idea.

—La depresión.

Elú siente un escalofrío ante la actitud inexpresiva de Rylan, de inmediato suspira y procesa los dolorosos recuerdos.

—¿No es algo que se desvanece, verdad? —Rylan reconoce esa mirada confusa y esquiva.

—No, eso no desaparece, porque depende por completo de cada quien.

—¿Y en tú caso? ¿Eres libre?

—¿Libre? —ríe sarcástica—, por supuesto que lo soy. Que mis recuerdos me torturen no significa que esté atada a lo que representa, mucho menos definen lo que soy.

—¿Entonces? ¿De dónde viene tu tormento?

—¿Puedo ser sincera contigo, y prometes que me vas a creer? —ambos se sostienen la mirada por medio segundo.

—Te creeré, sea lo que sea que vayas a decir.

—Pude descansar en paz desde que comencé a creer en Dios, así de sencillo —confiesa, con temor a que él se burle—. No desaparecieron mis problemas, ni mucho menos mi depresión, creo que más bien aumenta conforme más creo, porque el mundo alrededor contradice mucho a lo que esperaba encontrar.

—¿Te crees mejor persona?

—No es eso, ¿de lo poco que ves, en tu día a día, cuántos momentos te dejan los demás que te hagan pensar que la vida es bonita? Al menos con los chicos acá y encerrándote en la habitación, es algo que no te afecte mucho, pero en mí caso, vivir en una familia con odio y resentimiento, hipocresía y enfermedades que te arrebatan todo…

»Personas que no les importa para nada la vida ajena, cada quien en su mundo, en su burbuja… es deprimente ver como se dan la espalda por egoísmo y luego se preguntan: ¿qué pasó? No es el mundo en donde soñaba crecer, ¿entiendes? Donde a nadie le importa más de lo superficial, donde no sabes en qué lugar estar porque en cualquier zona encontrarás maldad. No puedo vivir en paz mientras existan esas malas noticias, y dejé de verlas porque me afectaba en gran manera, pero eso no me hizo dejar de pensar en todas las personas que sufren abusos similares y de las cuales nadie nunca sabrá. ¿Entiendes? Hay demasiado dolor y no puedo —soporta las ganas de llorar—, no puedo ser como los demás e ignorar todo.

—¿Y cómo creer en Dios te sirve para apagar todo eso y funcionar? Yo en tu lugar ya me hubiera rendido… —deja caer los hombros con desánimo.




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