Mar de Sales

Hacer arte

El sudor corre por el cuerpo, la adrenalina ayuda a ignorar todas las alertas que pueden estar encendidas. Hoy fue uno de esos días, le costó dormir, le fue imposible no divagar entre tantos pensamientos, la mayoría negativos. Quiere volver a casa y que le aseguren que todo está bien, pero ella prefirió excusarse con estar ocupada, y eso le molesta.

En medio del escenario, con el público coreando la canción, siente como la emoción se viene abajo. Un escalofrío le recorre el cuerpo y el vértigo hace de las suyas, provocando náuseas. Rylan cierra los ojos para no marearse, levanta una mano y con la otra se aferra al micrófono. Canta con fuerza y con todo su corazón hasta acabar el último coro.

Mientras escucha los aplausos se coloca en cuclillas y esconde su rostro. Necesita un momento, solo eso. Con la mano en la espalda hace un puño y extiende dos dedos, una señal para los demás que significa: «no estoy bien pero puedo seguir». Parecía chiste cuando propusieron crear señas, pero funcionan y las han estado utilizando desde entonces.

Santiago se acerca al público, dirige la dinámica sencilla de repetir un sonido. Hace tiempo, genera expectativa para la siguiente canción.

—¡No los escucho! —grita a la vez que ejecutan la intro de “Un expirante”.

Rylan usa la excusa para ir por agua. Desde atrás, en el escenario, al lado de la batería, agrega arreglos a la voz principal, mientras se menea y toma aire. Le duele la cabeza, los instrumentos se clavan en sus oídos de manera molesta. Tenía tiempo que no se sentía fuera de lugar. Cuenta hasta treinta para regularse. Hace lo posible por aislarse un momento, piensa en estar en casa junto a Alicia, y eso lo ayuda a continuar.

Se para junto a Santiago en el descanso de la canción, listo para retomar el micrófono, pero se detiene al ser sorprendido por la multitud frente a ellos, cantando el coro a todo pulmón.

Ambos cantantes se miran las caras, impactados por la energía y euforia que la gente les regala. Una experiencia en definitiva inolvidable y conmovedora. Rylan sonríe, tanto avergonzado como impresionado. Acompaña al público a cantar, quisiera regresarles el apoyo incondicional que está recibiendo, pero no puede hacer más que dar lo mejor de sí. Y regalarles un profundo “gracias” al finalizar.

Esos detalles son los que hacen que tenga un poco de lucidez, y que estar sobre el escenario no sea una idea ajena, aleja esa pregunta de: «¿qué hago aquí?». Saber que no estás solo, que hay más personas que sienten y viven lo mismo, te hace consciente de que eres parte de algo más profundo que solamente existir. Y si de alguna manera ayuda al mundo, o deja una huella que le sirva a alguien, se convierte en el mejor recuerdo, y ayuda a la sensación al hacer el recuento mental cada noche. Al terminar el día se siente mejor, solo que ahora no puede sentirse completo porque le falta lo más importante: su otra mitad.

En los últimos días ha descubierto un tema importante, que ha tenido que desarrollar durante las mañanas, cuando aún tiene la mente fresca. Es como un ritual: apenas despierta, se lava la cara y se estira, luego se sienta delante la ventana y, con el celular en mano, descarga todo lo que le da vueltas en la cabeza. En lo particular, hay un sentimiento de pertenencia que no entiende, que no logra explicar por qué lo oprime. ¿De dónde sale la necesidad de gritarle al mundo lo que es suyo, cuando no hace falta marcarlo, ni avisar, ni señalarlo? Se supone que es algo que solo a ellos, como pareja, les incumbe. Pero no puede dejar de presentir que esto abrió una grieta, difícil de ignorar y todavía más complicada de cerrar.

Suspira estresado y deja caer los hombros, clara señal de que ya no aguanta más y no seguirá intentándolo. Están desde la mañana en el estudio de grabación. Tienen el guion listo y los segmentos a grabar para el primer video musical de la canción más famosa y aclamada hasta el momento: “Perdón”.

—Lo siento —exhala de nuevo. Rylan no muestra paciencia—. No sirvo para esto, no entiendo nada y mucho menos se me da el imaginarme cosas.

—Chico, nos has hecho perder toda la mañana —la directora insiste—. Ni un solo avance.

—No te preocupes por eso, la disquera se encarga —agrega Santiago, también cansado de observar como los regañan—. Tenía que hacerse, de qué otro modo podríamos descubrir este problema.

—¿Cuál problema? —cruza los brazos, molesta.

—A ver, es nuestra primera vez —Uno trata de quitarle peso.

—Es la cosa más sencilla del mundo: caminar, fingir que cantas, que tocas, mirar a la cámara. —Levanta las manos—. Nada de otro mundo, pero tú —señala a Rylan—, ustedes, ¿creen que pueden jugar con el tiempo de los demás porque son la sensación del momento?

—Ni tanto, ayer salí a caminar y nadie me reconoció —Omar bromea, logra su objetivo de hacerla molestar.

—Dejemos esto por hoy…

—¿Dejar qué? ¿Si no tengo nada? —interrumpe la señora, alza la voz.

—Tiene razón —Manuel interviene—, creo que será mejor no trabajar juntos, ya que no congeniamos con usted.

—Cómo si ustedes me pudieran despedir…

—En realidad sí —Santiago asiente—, estás despedida.

—Esto no se queda así. —Le ordena a su equipo retirarse de inmediato.

Los seis se miran en silencio, mientras esperan a que el equipo de grabación recoja todas las luces, pantallas verdes y demás herramientas y material que trajeron.

—De verdad, si vuelvo a cantar perdón creo que voy a vomitar.

—Estos días estás más sensible que de costumbre, ¿algo que deberíamos saber? —Santiago suspira, reconoce que ha sido ambicioso presionarlos a todos con una agenda apretada.

—Pues lástima, porque en tres días volveremos a viajar para otro concierto, ¿y adivina qué? Arrancamos con “Perdón”. —Uno se estira—. ¿Ya es hora de irnos?

—Creo que tengo una idea que nos podría ayudar —propone Andrés—. Ya que por el día de hoy no tenemos nada, ¿por qué no salimos? Conozco un bar bastante decente con música en vivo, como en los viejos tiempos, ¿no?




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