Mar en versión beta

9. Nada es igual

Mila

—¿Y dices que este restaurante está bueno? —dice mamá.

—La hermana de Violet trabaja ahí.

Estacionamos frente a “El Rincón de Pedro”. Entramos y pedimos mesa.

Nos sentamos en la terraza, al lado de una de las barandas de madera. La vista da al muelle, donde el sol se escapa por detrás de los barcos. La brisa de diciembre me eriza la piel, pero da gusto.

—Ok, —mamá abre el menú— a ver qué pedimos.

—Mmm… podría pedir la paella, pero no tengo tanta hambre.

—Sí, he notado que mis croquetas duran más últimamente.

Esconde la risa detrás del menú.

Se acerca Cynthia, casi no la reconozco tan amable. Sonríe profesional, pero sus ojos me pesan un segundo más de lo necesario

—Hola, Mila, y…

—Clara, mi madre.

Se dan la mano.

—Tú debes ser la hermana de Violet —le dice mamá—. Mila me habló de ti.

Me mira sorprendida.

—Sí la misma —le dice—. Hoy yo las voy a atender. ¿Están listas para ordenar?

Mamá pide pescado, yo ceviche. Cynthia anota sonriente y desaparece entre las mesas.

Mi madre revisa el teléfono.

—Fue novia de Kai —le murmuro.

—¿En serio? ¿Por cuánto tiempo? —le encanta el chisme.

—No sé exactamente, pero fue hace como un año.

Mi madre la examina con disimulo.

—¿Y cómo va el proyecto?

—Bien. Discutimos un poco sobre el alcance, pero al final nos pusimos de acuerdo.

—¿Y sigues molesta con él por lo que te dijo en casa de Arlo?

—Claro mamá, se pasó ese día.

Mi madre siempre busca el lado positivo de todo, pero a veces ese lado no existe.

—Si me pides mi opinión... —y obvio me la va a dar, aunque no la pida—, yo creo que él está muerto de miedo.

—¿Miedo? ¿Kai?

—Sí. Tiene miedo de volver a enamorarse de ti y que te vuelvas a ir.

—¡Qué cursi eres!

Ha visto demasiadas comedias románticas.

—Acá está el ceviche para ti y el mahi-mahi para usted —dice Cynthia mientras sirve—. Me llaman si necesitan algo más.

Como un bocado del ceviche: está buenísimo.

—Ok, olvidemos por un segundo que Kai fue un idiota el otro día —sigue con el tema—. ¿Cómo te sientes tú al lado de él otra vez?

—¿En serio me vas a hacer hablar de esto?

La adoro, pero cuando se pone en plan terapeuta me saca demasiada información.

—Hay que hablar de los sentimientos, Mila. Vamos, ábrete con mami —y se ríe.

—Ok... no sé cómo me siento. Estaba loca por verlo, pero está tan... diferente.

Extraño el Kai tierno que sabía todo de mi.

—¿Has intentado conocerlo? Tú también has cambiado. Cada día más bella, mi bebé; se volvería loco contigo de nuevo —me aprieta un cachete.

—Tienes razón, debería aceptar que ya nada es igual —le digo y me limpio con la servilleta.

—Ok, basta de terapia, mamá.

Nos reímos juntas. Terminamos de comer, pagamos la cuenta y salimos a caminar por el muelle.

—Creo que este podría ser nuestro lugar —entrelaza su brazo al mío.

—Sí, estaba bueno ese ceviche.

La brisa se vuelve un poco más fría cuando lo veo acercarse. En un segundo se puede arruinar una noche hermosa.

—Hola, Clara —saluda a mi madre.

Ella le da la mano.

—Hola, Mila —se dirige a mí.

Guardo las manos en los bolsillos de mi sudadera.

No respondo.

El retira su mano.

—Supe que regresaron hace unos días —dice con una sonrisa nerviosa—. Quise pasar a saludar, pero...

—No te preocupes, entiendo —lo interrumpe mamá—. Me alegra verte bien.

Tiene la misma voz, pero más vacía. Y las nuevas arrugas en la frente cuentan más que años.

—Llevo dos años sin beber —dice, y nos muestra una moneda de metal con el tiempo grabado.

No puedo más con esto.

—Mamá, te espero en el auto.

Doy la espalda y camino hacia el estacionamiento.

1, 2, 3, 4, 5…

Mamá sube al auto. No puedo mirarla. El silencio duele.

—Dos años sobrio... como si eso borrara algo —suelto.

—No borra nada, pero es algo —dice mamá.

Arranca el auto y pasamos un rato en silencio.

Cierro los ojos y por un segundo apenas tengo esa imagen: mis manos pequeñas en la arena construyendo un castillo con mi padre.

Pero esos momentos no son compatibles con quién es ahora Thomas.

—Lo ayudaron, ¿sabes? A entrar en rehabilitación. Lo encontraron y llamaron a la ambulancia. Ha estado en reuniones AA desde entonces.

—Qué bueno para él.

—Dice que intentó escribirte, pero no sabe si recibiste su mensaje.

—No lo abrí, no me interesa.

Quedó enterrado en las notificaciones.

—Mila, no puedes vivir con ese rencor por siempre, es tu padre.

—Su familia no le importó hace cuatro años. No le guardo rencor, simplemente no lo quiero en mi vida.

Mi madre deja de insistir.

Llegamos a casa y voy directo a mi cuarto. Abro el proyecto en la laptop. Necesito código.

Necesito algo que pueda resolver.

***

Kai

—Eh llegaste temprano —dice mi padre mientras entro por el lobby del hotel.

Asiento. Es raro que llegue antes de las 8 de la noche.

—¿Cómo te fue? —pregunta.

—Bien, como siempre.

Me siento con él.

—Ya que estamos —le comento— Quiero organizar una fiesta por navidad en la terraza. ¿Va a estar libre ese día?

Duda por unos segundos.

—Prometo que no va a pasar como en la última, lo tendré bajo control.

Me mira y retuerce los ojos.

—Vale, pero la quiero recogida al día siguiente —me señala con el dedo—. Y no quiero ni una queja de los clientes.

—Tiene mi palabra señor Mercer. —Y le tiendo la mano.

Me tira de la mano. Me estrella contra el sofá. Ya sé a quien saqué mi lado torpe.

Me quedo acostado en el sofá.

Vibra el móvil.

Mensaje del grupo de Whatsapp.

“Arlo: ¿A quién se le ocurrió la ideita del amigo secreto?”

Manu: A Lena




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