Mar en versión beta

10. Es mejor dejar

Kai

Soy idiota. Compré demasiados dulces. El olor a azúcar me persigue desde la esquina.

Llego a casa. Jueves. Faltan veinte para las tres.

Mila debe estar por llegar.

—Mmm, ¿y ese olor a recién horneado? —mamá se ríe mirando la bolsa—. ¿Asaltaste la panadería?

Abre sin permiso y saca un flan.

—Ok, pero solo uno —le digo.

—¿Cómo que solo uno?

—Son para la merienda.

Mamá me lanza una mirada que dice "no me lo creo ni un segundo".

—¿Para la merienda, eh? —arquea una ceja—. Muy considerado de tu parte.

Le da un bocado.

—Pero ojito con poner en riesgo el proyecto por tus caprichos.

No lo haría. Este proyecto es demasiado importante.

Y Mila… no entra en esa categoría.

—Es solo comida —digo, y acomodo la bolsa por tercera vez.

Organizo los dulces en la mesa de siempre. Cada cosa tiene que verse casual, aunque nada lo es. Me siento en el sofá y abro la laptop.

Mila llega con la bici en la mano. Tiene ojeras. Al menos esta vez no por mí. Supongo que algo la está desvelando igual.

—Hola —dice con voz baja y se sienta frente a mí.

No suena molesta; solo cansada. Triste.

—Hola.

—¿Viene alguien más hoy? —pregunta mirando la mesa—. Parece un picnic.

—Solo nosotros. Es una merienda, nada más.

Quiero preguntarle si está bien, pero bajo la vista a la pantalla. Muevo el mouse sin rumbo hasta que la barra parpadea.

—¿Pastelitos de guayaba? —susurra sonriendo—. Hace siglos no como esto.

Toma uno, lo prueba, cierra los ojos. Se recuesta en la silla, como si por un segundo todo lo demás desapareciera.

—Sabía que te gustarían —murmuro.

Abre los ojos. Hay brillo en ellos.

Me sonríe.

—Ok, basta de picnic —dice, volviendo al modo trabajo—. ¿Te muestro lo que tengo hecho?

Asiento.

Se sienta a mi lado en el sofá. Está muy cerca. Abre su laptop y me enseña el diseño.

—¿Qué te parece? Simplifiqué todo, pero mantuve las nuevas opciones.

No puedo creer que haya hecho tanto en tan pocos días.

—Esto es… perfecto.

—¿Sí?

—Sí. Lograste ambas cosas.

La miro fijo. Me inclino apenas.

—Eres realmente buena en esto.

Se sonroja. Cierra la laptop rápido y vuelve a su silla.

—¿Qué creías? Soy la mejor programadora del proyecto.

Reímos los dos. Por primera vez en años, reímos juntos.

—Deberías sonreír más —me dice—. Tienes la misma sonrisa.

Dejo de sonreír. Me duele un poco hacerlo.

—Vamos a seguir, que falta mucho —digo, mirando la pantalla.

Sonreír con ella y el mar. Mis dos cosas favoritas cuando tenía trece.

Sería lindo volver. Pero ya aprendí a no hacerlo.

***

Mila

Los minutos de risa me vinieron bien, pero hoy ni la vista del mar me ayuda a concentrarme. Fue un milagro terminar el diseño a tiempo para esta reunión.

Llevamos casi una hora sin hablar.

Kai está en el sofá, piernas cruzadas, totalmente en su elemento.

Yo, no tanto.

—¿Puedo preguntarte algo… personal? —rompo el silencio.

Él duda.

—Okay. —Su tono cambia, alerta.

—Saliste con Cynthia, ¿verdad? La hermana de Violet.

—¿Quién te dijo eso? —Su mandíbula se endurece.

—Violet. Y… Cynthia también lo mencionó.

—¿Hablaste con Cynthia sobre mí?

—Más bien ella habló conmigo. Varias veces, de hecho.

Kai se pasa la mano por la frente.

—Genial. —Su voz suena cansada.

—No fue nada —le digo—. Solo dijo que tuviera cuidado contigo.

—Por supuesto que dijo eso —responde, rodando los ojos.

—¿Es verdad? ¿Que la dejaste porque no la querías?

Silencio. Se le borra la expresión.

—Sí.

—Un poco fuerte, ¿no?

—¿Y qué querías? ¿Que le mintiera?

Tiene razón. No lo había pensado así.

—Tal vez podrías haberlo sabido antes de seis meses —respondo.

—Lo intenté. Ella era genial. Todo era fácil. La pareja perfecta…

Hace una pausa.

—Pero cada vez que estaba con ella me sentía vacío. No era justo para ninguno.

Debería callarme, pero no puedo.

—¿Por qué no sentías nada?

Sus pupilas se dilatan.

—Porque no podía dejar de pensar en ti.

Nos quedamos en silencio. El aire entre los dos se espesa.

Kai baja la mirada y empieza a teclear. No sé si trabaja o finge, pero entiendo el mensaje.

No quiere seguir.

Y yo solo puedo pensar en todo lo que le hice sentir.

Y en lo que todavía siento.

***

Domingo. El olor a arroz congris llega desde la cocina. Mamá las invitó a almorzar. Lena se deja caer a mi lado en la cama, mientras Violet se sienta en mi escritorio.

El cursor parpadea frente al mismo código por minutos.

La conversación con Kai sigue ahí, repitiéndose por días.

—¿Y cómo va todo con Kai? ¿Ya se redimió? —pregunta Lena, directa.

—No tiene que redimirse. No somos nada. —No puedo seguir molesta por un par de palabras, casi me las merecía.

—Arlo dice que Kai anda prendido con el proyecto —comenta Violet.

—¿Prendido?

—Bueno, esa es su versión de “emocionado”. —Nos reímos las tres.

—Sí, está quedando bueno lo que hacemos. —admito.

—Por cierto, ¿me explicas cómo eres una genio de la programación con diecisiete años? —pregunta Violet.

—Genio no, solo me encanta y hago buen dinero.

—Demasiadas letras y números, por eso andas fundía —dice Lena, apretándome el brazo.

—¿Al final vas a estudiar Derecho? —le pregunto a Violet.

—Demasiado regañona, ¿no? —ríe, pero sus dedos giran sin parar el anillo que lleva—. Aún no lo decido.

—Violet dudando por amor —se burla Lena—. Inédito.

—No es chiste, Lena. Con Arlo todo va bien, pero la distancia… —baja la voz, y por primera vez parece frágil.

—Todos nos iremos algún día —dice Lena, mirando al techo—. En Driftwood el futuro es pescar, hacer tours o cocinar mariscos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.