Mar en versión beta

14. Nos faltó un segundo

Kai

—¡Kai!

Llega mi madre emocionada y se sienta conmigo en la barra de la cafetería

— El proyectó fascinó a todo el mundo.

Bien, valió la pena el desvelo anoche.

—Ya sabía que iba a gustar. —le digo con una sonrisa.

—Mila ha superado mis expectativas y eso que estaban altas.

—Sí, ya sé eso también.

—Mi hijo el sabelotodo. —me besa en la mejilla y luego la aprieta— mejor me voy antes de que me digas qué más sabes.

Aprovecho para revisar el email, me paso días sin abrirlo.

No esperaba este. Sudo frío. Click.

Las letras se mezclan pero hay algunas que se mantienen legibles.

“Has sido admitido en la Universidad de Miami”

¡Ahhhhh! Suena en mi cabeza pero no puedo gritar aquí. No puedo creer que me aceptaron en la UM.

Quiero decirlo, pero aún no estoy listo.

***

Mila

Tocan a la puerta de casa.

—Mila, abre que debe ser para ti —grita mamá desde su cuarto.

Llevo horas tirada en el cojín programando. No importa que sea sábado, después del incidente de ayer no puedo volver a fallar.

Corro a la puerta. Lena entra como un huracán categoría cinco.

—¿Pero qué haces en pijama a las seis de la tarde? —me mira de arriba a abajo— vamos que nos quedamos sin puestos para el desfile de botes con luces.

Han pasado tantos años que ni me acordaba de esta tradición, sábado antes de Navidad. No sé si me desconecté del pueblo o de mí, pero ya nada me resulta familiar.

—Recuerdas que volví hace nada, obvio que no me acordaba.

—Ponte esto y vamos –saca el vestido de flores violetas del closet.

Me pongo los tenis blancos y un pequeño gancho que apenas me recoge el pelo, como siempre no encontré nada más.

Lena arranca el auto a distancia, subimos y pisa el acelerador. Ni siquiera sé a dónde vamos, quién me manda a seguirle el ritmo.

—No te di tiempo a nada —se ríe mientras su mano busca en el medio del auto— toma, un poquito de rojo en la boca nunca viene mal.

Me guiña un ojo y me pasa su labial.

—Gracias —le digo entre risas— me arrastras de casa pero me das un labial, eres un amor.

Me echo apenas un poco, solo para evitar el frío. Tanto apuro que olvidé mi sudadera. Diciembre en tirantes. Genial Mila, de frita ayer a congelada hoy.

—¿Cómo estoy? —me pregunta nerviosa.

—Lista para volver loco a cualquiera —amo que dude de lo hermosa que es, no cambia.

—Nico ya debe estar ahí, llegó ayer pero no lo he visto. —se muerde las uñas.

—Ya sabía yo que este apuro no era por los botes.

—¡Los botes! —suelta una carcajada— esos los veo cada año. Pero a Nico lo veo cada vez menos.

—¿Sigue con la idea de quedarse en New York?

—Sí, tendré que mudarme allá. —y lo dice convencida.

—Pero, si te mudas, ¿van a estar juntos? —me preocupa que se ilusione para nada.

—No sé pero al menos estaré cerca.

—Lena, no sé si eso es buena idea.

—Otra como Violet.

A veces Lena se lanza al vacío por alguien y espera que el amor sea red.

Se queda en silencio.

Me asomo a la ventanilla, entramos al parking del hotel. Era de esperar, dónde si no.

Hay mucha gente en la orilla de la playa y en el muelle. Una línea perfecta de personas que ya ocupan su lugar para ver el desfile.

Lena corre hasta Nico, le tenía espacio junto a él. No encuentro espacio dónde pueda ver, es de esos momento dónde medir 1.60m no ayuda.

Se me ocurre un buen lugar.

Camino sin llamar la atención, nadie puede saber de mi sitio secreto. Al otro lado del muelle, pasando el pasillo de servicio está la boya dónde instalamos la cámara de prueba.

Vacío como imaginé.

Todo para mí.

Me siento en la arena y dejo los tenis a mi lado. Ni siquiera el murmullo de la gente en el muelle perturba la paz de este lado de la playa.

Comienzan a pasar los botes y el agua se ilumina. Las luces bailan sobre el agua como si el mar respirara recuerdos. Había olvidado lo espectacular que es. Los reflejos me ciegan y nos veo.

Samu y yo de la mano de mamá y papá, mirando por los huecos de la baranda, preguntando cómo encendían tantas luces en el mar sin electrocutarse.

El olor del mar es el mismo, pero ya no hay cuatro pares de manos entrelazadas mirando las luces. Me sale una sonrisa y una lágrima.

El viento sopla. Mi pelo se despeina y me erizo, joder Lena y su apuro. De repente hay calor en mis hombros.

Es Kai, me tapa con su sudadera.

—¿Qué haces? —me sale por impulso.

—Estás temblando.

—Estoy bien —se la devuelvo y me aseguro que la lágrima ya no está.

—Caprichosa, hace frío.

—Tú también tendrás frío.

—Estoy en casa, busco otro.

De todas formas lleva un sweater debajo no creo que se congele. A mí ya me sale escarcha.

Acepto la sudadera. Y se sienta a mi lado.

Huele a coco, a sal y a él. Es enorme y calentita.

—Gracias —murmuro.

Mis hombros arden incluso después de que la tela me cubre. Disfrutamos el desfile, no hablamos pero no es incómodo. Estamos cerca, se siente bien.

Kai rompe el silencio.

—¿Allá en Phoenix llega a nevar en Navidad?

—En Phoenix no, pero si manejas un par de horas, sí puedes ver nieve en las montañas.

—¿Y cómo es?

—Las noches son frías y se siente el clima navideño. Luces, fogatas y chocolate caliente —le digo y lo extraño— pero esto es mejor.

—¿Sí?

—Sí, extrañaba esto —y lo miro.

El sigue enfocado en el desfile, pudiera tocarme si quisiera pero no lo hace. Sus brazos abrazan sus rodillas y las luces se reflejan en su ojos cafés.

Vuelvo al frente, no quiero incomodarlo. Si estiro la mano y lo toco, algo se va a romper. Mejor miro las luces.

Termina el desfile, nos quedamos sentados. No quiero que acabe.

—¿Puedo preguntarte algo… íntimo?

—Depende.

—¿Por qué biología marina? Sé que amas el océano, pero... ¿por qué convertirlo en tu futuro?




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