Mila
No puedo dormir. Debí quedarme, tiene mucho que decir, lo sé.
El silencio en casa es tan grande que Hugo podría oír mis pensamientos desde el otro cuarto. Me hizo falta su empujón para admitir lo que siento por Kai.
Click, click, click.
El cubo choca contra la cama y me devuelve el eco de mi impaciencia.
¿Y si regreso? Él debe estar todavía en la fiesta. Sí claro, genial idea Mila, en pijama y bici a las tres de la mañana. Menudo cuadro.
Reviso Instagram. Me etiquetaron en unas cuantas fotos de la fiesta, pero nunca subo nada. Es un milagro que tenga una cuenta, como para encima darles más datos sobre mí.
Aparece una notificación.
Mi estómago se aprieta y me muerdo el labio.
Un mensaje de Kai.
“¿Estás despierta? Estoy afuera.”
Me tiro de la cama de un salto y enciendo la luz.
Mantén la calma Mila.
Le respondo.
“Salgo”
Me pongo rápido pantalones, camiseta, tenis y sudadera.
Camino de puntillas por el pasillo, tan rápido que casi ni respiro. Pero al salir por la puerta, camino despacio hacia su auto. Como si el corazón no me estuviera haciendo sabotaje. Mejor que no lo note, que se gane un poco el drama.
—¿Puedes ir conmigo a otro sitio?
—Sí.
Contesto antes de que termine de preguntar. No lo dudo ni por un segundo.
Maneja por unos diez minutos y llegamos a Sandy Point Beach.
Kai me extiende la mano, nuestros dedos se enredan. Caminamos hasta la misma piedra y nos sentamos. Las estrellas se reflejan en el agua y en sus ojos. El mar en calma filtra el sonido de su respiración agitada.
—Traía la sudadera en el auto por si olvidabas la tuya.
—Ojalá me hubieras dicho. —Me froto los brazos— La tuya es más calentita.
Se le asoma una sonrisa.
—Lamento haberte dicho que fue un error.
Sigue mirando al infinito.
—No fue un error. Fue lo más real que he sentido en mucho tiempo. Y eso me asustó.
—¿Por qué?
Toma aire, como si le costara. Voltea la cabeza hacia mí; sus ojos, intensos y tristes, me atraviesan.
—Porque cuando te fuiste hace cuatro años... me destrozó.
—Tenía 13 años, Kai. No tuve opción. —le cuento por primera vez— Mi mamá y yo literalmente huimos de mi padre en mitad de la noche.
No hablo de esto con nadie. Me cuesta. Pero él merece saber que ninguno de los dos fue culpable.
—Después que murió Samu, mi padre tomaba sin control. Las discusiones con mi madre iban a peor cada día. La vi luchar por él, por nuestra familia, pero él simplemente ya no estaba. Esa noche él pasó los límites y… la golpeó.
Siento mis mejillas húmedas.
Kai me abraza y se siente como volver a casa.
—Lo siento, —sus brazos me envuelven y se tensan— ¿Por qué no me contaste lo que estabas pasando?
Me susurra al oído sin soltarme.
—Eras mi luz en medio del caos, no quería arruinarlo.
Nos soltamos pero quedamos cerca. Me acaricia las mejillas secando las lágrimas que no quería dejar salir.
—Yo pasé dos años haciéndome las mismas preguntas cada noche: ¿Cómo pudo irse sin despedirse? ¿Qué hice mal? ¿Tan mala fue nuestra primera vez?
Intenta sonreír, pero la voz se le quiebra un poco.
—Ese día fue el mejor de mi vida y el peor.
—Para mi también, y luego mi madre no quería que llamara, mi padre podría encontrarnos. Al tiempo pude llamar a Lena pero ya no sabía cómo llamarte a ti. Después de desaparecer sin poder despedirme.
—Yo estaba herido. Era un niño idiota de 13 años que no sabía cómo procesarlo — Me acaricia las manos— Siento tanto por lo que pasaste.
—¿Y ahora...?
—Ahora rompiste todos mis planes. No me salió ignorarte, ni evitarte y menos ser amigos. Tenía miedo de admitir que nunca dejaste de importarme. —Me toca el mentón muy despacio— Me tienes loco.
Se calla por unos segundos.
—Me aterra que vuelvas a irte, pero es peor estar sin ti cuando estás aquí. Me aterra que no sientas lo mismo que yo.
Mi cuerpo arde y mis manos se mueven sin permiso hasta su cuello.
—Estaba loca por ti con trece años, estuviste en mi mente cada día en Phoenix y ahora no te voy a dejar huir.
Kai se queda sin aire.
Estamos tan cerca que siento el roce de su nariz.
Inevitable besarlo.
Nuestros labios se mezclan desesperados.
Como si volver a tocarse fuera la mayor victoria.
Sus dedos entran en mi pelo y agarran mi cuello suaves pero firmes.
Me tiene y no me quiere dejar ir.
Mi piel arde. Quisiera arrancarme la sudadera solo para sentirlo más cerca.
Disminuye el ritmo, nuestros labios ahora apenas se tocan pero no quieren soltar.
—Volví a caer contigo. —Une su frente a la mía con los ojos cerrados todavía.
—Pero esta vez es más espectacular la caída.
Sonreímos a un suspiro de distancia. Las horas se disuelven entre los besos que nos debíamos.
Sabía que lo íbamos a intentar, ahora él lo aceptó también.
***
Kai
Nos sorprendió el sol en la piedra. Abrazados, ella recostada contra mi pecho, yo con mi barbilla en su cabeza.
—Tenías razón, el amanecer aquí es hermoso. ¿Me puedo quedar con tu piedra?
—Es toda tuya, ya te adueñaste hace horas.
La sigo abrazando, encaja como si mis brazos la recordaran. Sus besos despiertan una versión de mi que no recordaba, y es mi mejor versión.
—Tengo que irme, —se aleja, solo un poco— el vuelo de Hugo sale a las 11 de la mañana.
La halo hacia mí otra vez y la aprieto.
—Unos minutos más por favor, ese avión puede esperar.
Nos quedamos un rato más. El silencio se interrumpe con los besos. Y trato de controlar el calor de mi cuerpo.
—Ahora sí vamos. —se pone de pie y me extiende la mano.
Caminamos hasta la orilla.
La halo hacia mí otra vez. No puedo evitarlo.
La abrazo por la cintura y giro con ella.
Editado: 05.12.2025