Mar Estelar

Mar estelar

**Capítulo 1**

Una oscuridad abrumadora me envolvía, pero solo por un instante. La luz de estrellas distantes rasgó la negrura justo debajo de mí, revelando un barco majestuoso. Era tres veces más grande y cuatro veces más rápido que el mejor buque de guerra de la marina: mi nave, el Destello Negro. ¿Cómo lo sabía? La mejor flota me tenía cercado.

—Ríndete, Liang Grey —exclamó el Almirante más poderoso, con una mirada penetrante.

—¿Y si me niego? —repliqué con una sonrisa desafiante.

—Estás rodeado, no solo por mí, sino por la flota de Luz Brillante y cinco almirantes más. La rendición es tu única salida.

Era cierto, cientos de barcos me rodeaban. No era un pirata, sino un aventurero, el más poderoso de Gea, aunque sin orgullo. Sus metas siempre habían sido las corrientes, no la leyenda.

Todos conocían las corrientes como senderos hacia las estrellas, y eso era lo que anhelaba: mundos incontables. Pero los poderosos le temían. Si no podían doblegarlo, intentarían destruirlo.

Liang ya había descubierto una corriente, se adentró en ella y presenció maravillas. Aún así, quería más. Era la naturaleza humana, y él lo comprendía. Observó a su tripulación, sus ojos reflejaban la decisión de morir en batalla. Su mirada se posó en Cllhoe, su vicecapitana; ella asintió y una amplia sonrisa adornó su rostro.

Se volteó, clavando su mirada en William y declaró: "Hay otra opción". De pronto, su voz retumbó: "¡Al combate!". Su grito, amplificado por el mana, resonó en el mar helado; su tripulación respondió al llamado y la batalla se desató.

El mar tembló; olas gigantescas de más de cien metros se alzaron por su mandato, pues él dominaba las aguas. Esa era la razón de su temible reputación.

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*Secretos del plano #1**
**Descendientes de sol y mar**  
Se sabe que todos en este universo tienen acceso al mana, sin embargo, hay una excepción: los descendientes del dios sol están malditos por el mar; no pueden usar mana, condenados a pasar sus miserables vidas como seres comunes. Aunque hay una excepción: si la voluntad es lo suficientemente fuerte podrán romper esta restricción, pero de los muchos que hay, solo un pequeño porcentaje lo ha logrado. Aun así, tienen otra maldición: jamás podrán romper sus límites; otros pueden hacerlo con determinación, pero para un descendiente del sol es imposible. Por otro lado, los descendientes del mar tienen una gran facilidad para usar el mana y son muy talentosos.

Tres días más tarde, en el Mar del Norte, en una isla artificial vasca dentro de la zona pobre de la ciudad, una pequeña cabaña albergaba una cama desvencijada donde un joven abrió los ojos de golpe, incorporándose. Cambió sus harapos por ropa limpia y se contempló en un espejo diminuto.

Con un toque de narcisismo, exclamó: "Cada día más guapo". Y no estaba equivocado. Con cabello negro, ojos rojos y un cuerpo atlético, su rostro era de una belleza excepcional.

Morgan abandonó su cabaña y corrió por los callejones hasta llegar al mercado del lado este. Se movía con sigilo para no ser reconocido, sustrayendo monedas con destreza sin ser detectado.

Insatisfecho, tomó un periódico y leyó la portada. Sus ojos se abrieron de par en par: Liang el Terrible había muerto. La marina, tras una gran batalla, había acabado con Liang Grey, el pirata o aventurero más formidable.

Dirigiéndose al muelle, Morgan reflexionó. Había creído que Liang era invencible, pero ahora estaba muerto. Quizás estaba equivocado. "El más fuerte debe prevalecer, incluso rodeado de millones de iguales", pensó. "Este hombre era un fraude".

—¿Qué pensamiento tan absurdo, no? —una voz detrás de él lo sobresaltó.

Sorprendido, Morgan se giró. Un hombre delgado, que parecía que el viento podría llevárselo, vestido de negro y con ojos azules, lo observaba con desprecio.

—¿Quién eres? —preguntó Morgan, en guardia.

—Soy amigo de tu padre, me llamo Yan.

—No tengo padre —respondió con desdén—. Y más te vale no molestarme.

—¿No tienes curiosidad? ¿No te intriga conocer tus orígenes?

Morgan se detuvo y preguntó: ¿Quién es mi padre?

Con una sonrisa, Yan reveló: "Liang el Terrible".

Morgan miró el periódico incrédulo. ¿Cómo era posible?

Fijó su mirada en Yan, lleno de ira, indignación y tristeza.

—¿Por qué? —articuló con voz contenida.

—Así lo quiso él. No deseaba involucrarte hasta que se estableciera entre las estrellas.

—Entonces, ¿a qué has venido? —replicó Morgan, recuperando su sonrisa.

—Eres su hijo. Llevas su sangre y, por lo que veo, también su deseo de explorar el mundo y el universo. Tu padre tiene un barco, el Destello Negro...

Era único, en su clase pero tras su muerte, desapareció como un suspiro en el viento.

—¿Qué se supone que haga? —preguntó Morgan con un destello de osadía en sus ojos.

—No espero que hagas nada —respondió Yan, con una calma que contrastaba con la sorpresa de Morgan.

—Te ofrezco dos caminos —continuó Yan, ignorando la interrupción—. Uno, oro suficiente para vivir en la opulencia de un rey. Dos, un barco y la llave del Destello Negro. Si logras encontrar la nave, será tuya y con ella, las estrellas estarán a tu alcance. ¿Qué eliges?

Morgan se volvió hacia el mar, luego alzó la vista al cielo, sus pensamientos tan claros como el día: "Anhelo la fuerza, las riquezas, la vastedad del cosmos".

—¡Dame esa llave, hombre palo! —exclamó con un júbilo que no pudo contener. Había tomado su decisión.

—¿Hombre palo? Tengo más de un siglo de vida. Un poco de respeto no estaría de más —replicó Yan, aunque Morgan ya había dejado de prestar atención.

Al día siguiente, el sonido de las olas rompiendo contra el muelle era inconfundible. Morgan se embarcó en una pequeña canoa, lanzando una mirada a Yan, quien claramente no lo acompañaría.

—Tienes razón, tengo asuntos pendientes. Emprende tu viaje solo, pero ten cuidado; el mundo no es indulgente.



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En el texto hay: magia dioses mundos

Editado: 25.04.2024

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