Mariana De La Noche

Capítulo 2

MARIANA DE LA NOCHE.

Capítulo 2.

 

No encontré un lugar más tranquilo para hablar que mi apartamento, no quería otro espectáculo como el de ese día. Le ofrecí un vaso de agua y esperé  que se calmara. Me senté frente a ella, inhalé profundo.

—No puedes seguir así, esto es desgastante para ambos.

Rodó los ojos.

—Para ti es muy fácil decirlo, ¡mírate!  Estás como si nada.


Se levantó y empezó a dar vueltas por toda la sala, hasta que se quedó mirando a un punto específico; mis maletas.  

—¿Te vas de viaje? —se quedó mirándome fijamente y poco a poco su gesto se descompuso—. ¿Pensabas irte sin despedirte de mí? ¿Con quién te vas? ¡¿Tienes otra, es eso, verdad?!

Otra vez se transformó, empezó a gritar, estaba histérica. A veces sentía que no podía con eso.

—¡Responde, no te quedes callado!

Se acercó y descargó dos golpes en mi pecho, la tomé de los brazos impidiendo que me siguiera golpeando. Me dolía ver en la mujer en la que se había convertido, la desconocía. Veía que era verdad eso que decían  que uno nunca termina de conocer a las personas. Yo creí conocerla, pero me di cuenta de que me faltaba mucho para ver su verdadera personalidad.

—¡No más! —exclamé subiendo el tono—. No me iré con nadie, no tengo a nadie, estoy cansado de tus acusaciones sin razón, además nosotros no somos nada.

—Para ti no soy nada, pero tú para mí lo eres todo, ¿no entiendes?

—Lo único que entiendo es que la mujer que un día amé se convirtió en esto. Estás llena de celos, inseguridades y tantas otras cosas, no entiendes que te estás destruyendo tu misma. ¿Cuántas veces  lo intentamos? Pero nada funcionó. ¿Y sabes por qué?

Negó  con sus ojos llenos de lágrimas.

—Cuando algo se rompe no tiene arreglo. Si rompes un espejo para luego recoger cada uno de sus pedazos y unirlos, ¿crees que quedará igual que antes? No. Así trates de unir cada parte, nada será igual. Eso es lo que pasó con nuestra relación, se desgastó hasta el punto de romperse, tratamos de unirla muchas veces, pero no funcionó.

Tomé sus manos y dejé un beso en ellas.

»No te sigas haciendo esto, no te humilles de esta manera, no lo mereces. ¿Cómo puedes decir que me amas si tú no puedes amarte a ti misma? Estás pisoteando tu dignidad de mujer. No te sigas haciendo más daño, entiende que lo de nosotros se acabó, y así lo intentáramos mil veces más ya no va a funcionar. Ya lo intentamos muchas veces y nada funcionó, porque  nuestra relación se rompió hace mucho.

—Es que yo sin ti no puedo vivir.

Rodeó mi cuello con sus brazos y se pegó a mí.

—No digas eso, no puedes pensar que tu vida depende de otra persona. Lo que vivimos fue hermoso, pero ya se acabó, dejemos las cosas así y que nos queden los bonitos momentos, no me gusta verte así.

Se alejó bruscamente, se frotó sus manos entre sí, su pecho subía y bajaba rápidamente. Una tras otra se hicieron presentes sus lágrimas, otra vez dejó salir esa mujer histérica y posesiva en la que se convirtió.

—¡Mientes!  Si te importara regresarías conmigo. A ti no te importa nada, ni mi dolor, mi sufrimiento, te vale todo, te da lo mismo. Tú serás la causa de mi muerte, quedará en tu conciencia, la culpa caerá sobre ti.

Respiré profundo tratando de calmarme. Dejé que el aire me purificara e intenté recuperar la poca serenidad que me quedaba, no quería terminar en otra agotante discusión.

—¡Bárbara, te estás escuchando, por Dios! Eso no puede ser amor, tienes que valerte de chantajes para que vuelva contigo, ¿Qué tipo de amor es ese?

—Yo te amo, por eso haré cualquier cosa para que regreses conmigo, si no vuelves a mi lado prefiero morirme.

Salió azotando la puerta. Quería pensar que solo eran amenazas, no creía que ella llegara a tanto. Por más que lo pensé no entendía cuándo se convirtió en eso. Cuando la conocí era tan cariñosa, paciente, me entendía o fingía hacerlo, ya no sabía ni qué pensar.

Entré a mi habitación y me dejé caer sobre mi cama, cerré los ojos y respiré profundo, no quería pensar en nada. Me quedé dormido. Desperté por el sonido insistente de mi celular, parpadeé varias veces hasta que mi vista se aclaró. Me extrañó  mucho esa llamada, juro que hasta sentí escalofríos, era Magdalena la mamá de Bárbara. Apenas respondí escuché la voz entrecortada de la señora;

—¡Todo esto es culpa tuya! Mi-mi hija se muere!

Sentí que mi corazón se aceleró, esas palabras me helaron la sangre.

—¡¿De qué está hablando?!

—Mi hija está en la clínica y todo es tu culpa.


Me quedé en shock, cómo podía estar en la clínica si hacía unas horas estaba bien.


—¿Qué le pasó? —Murmuré.

—Se cortó las venas. Está en San Vicente de Paul.  

Colgué. Esas palabras me retumbaron  en la cabeza, jamás imaginé que ella… fuera capaz de tanto. No podía creerlo, busqué mis cosas, las llaves de mi auto y salí directo a la clínica.


Era verdad cuando dijo que yo sería la causa de su muerte y que  quedaría en mi conciencia. Aunque sabía que no tenía nada que ver con lo que pasó, no podía evitarlo, me sentía culpable.  

¿Qué pasaría por su cabeza para hacer algo así? Bárbara necesitaba ayuda, había  llegado demasiado lejos y yo me sentía perdido, no sabía qué camino tomar. Cada vez tenía más  claro que el amor solo traía problemas, bueno el amor no, las personas que no saben cómo dominar ese sentimiento. Somos nosotros  los que terminamos arruinando todo. Decidí cerrar mi corazón y no dejar que nadie entrara en él, no volvería a enamorarme nunca.

Minutos después llegué al hospital, ya imaginarán cómo me recibió mi ex suegra. Aún no entendía de qué me estaba culpando, si yo no había hecho nada. Era tan injusto.

—¿Cómo está Bárbara?

—¡Cómo  si te importara! —bufó.

—¡Mujer, por favor!

Intervino Ricardo, mi ex suegro, él era un poco más sensato.

—Aún no sabemos, está en urgencias y nadie da razón.  



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En el texto hay: dolor, desepcion, tristesa

Editado: 04.04.2023

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