MARIANA DE LA NOCHE.
Capítulo 24.
Dos horas después.
Todo era oscuridad. Mariana sentía los párpados pesados, trató de abrir los ojos y no podía. Sintió un dolor en su cuello demasiado fuerte que le impidió mover la cabeza. Empezó a parpadear varias veces hasta que por fin pudo abrir los ojos. Lo primero que vio fueron los asientos de un auto. Trató de levantarse y un gruñido de dolor se escapó de sus labios. Se sentó sosteniendo su cuello, la respiración se le cortó cuando vio a Emanuel sentado en el puesto del conductor. Miró a todos lados y estaba muy oscuro, todo era silencio, solo se escuchaban algunos grillos. La primera reacción de Mariana fue tratar de abrir la puerta, pero estaba cerrada con seguro.
—¡Al fin despiertas!
Su voz hizo que su corazón latiera más rápido. Su pulso era acelerado. Estaba aterrada aunque trataba de no demostrarlo.
—¿Me golpeaste? —preguntó.
Él la miró por el retrovisor, otra vez vio esa oscuridad en sus ojos, aparte de que los tenía rojos e hinchados.
—No me dejaste alternativa, yo solo quería hablar contigo y solucionar estos malos entendidos.
Infló las mejillas y soltó todo el aire que contenía.
»Pero tú, princesa no querías escucharme. Sabes, yo quería traerte a conocer este lugar, ¿recuerdas? Te lo mencioné, te traería a la vereda donde trabaja mi tío.
Mariana pasó saliva, él tensó la mandíbula y rechinó los dientes.
—Ahora la vas a conocer, iremos a un lugar donde podremos hablar con tranquilidad, nadie nos interrumpirá.
Después de golpearla y dejarla inconsciente, la tomó en brazos y la llevó al auto. Luego fue por las cosas de ambos, le dijo a su familia que querían pasar la noche en un hotel para tener más privacidad y que antes de regresar a Medellín la llevaría a conocer municipios cercanos, ellos no le vieron problemas. Luego encendió el auto que le pidió prestado a un amigo, emprendió su viaje hasta una de las veredas más lejanas. Quedaba como a dos horas de camino. Ahí se quedó esperando que ella despertara.
Abrió la puerta y tomó su bolso, Mariana se removió algo nerviosa.
—¿A dónde me llevas? —inquirió.
Él soltó una risita.
—¿Recuerdas la cabaña de la que te hablé?, Bien, ese será nuestro nidito de amor.
Abrió la puerta trasera, Mariana se removió quedando recargada en la otra puerta. Emmanuel la miró y musitó con adoración, una adoración sádica.
—¡No me obligues a usar la fuerza, no quiero princesita!, esto lo podemos solucionar. Solo quiero hablar.
Mariana estaba aterrada, trató de mantenerse fuerte y no llorar, no tenía más remedio que bajar del auto. Emmanuel le pasó unos tenis para que se cambiara las sandalias que traía. Le explicó que tenían que caminar mucho, ya que el lugar a donde iban estaba en la mitad de la selva. Mariana miró a todos lados y solo había oscuridad y soledad. No podía gritar, perdería su tiempo, nadie iba a escucharla.
Sus manos estaban temblando y no era por el frío. Emmanuel la tomó del brazo y empezó a caminar. En un descuido ella lo empujó y salió corriendo, terminó en el suelo ya que todo estaba muy oscuro. Empezó a gritar pidiendo ayuda, él soltó una carcajada.
—¡Puedes gritar todo lo que quieras, nadie te va a escuchar! No entiendo porque te pones así, en esa actitud, yo jamás te haría daño, yo te amo, solo quiero que hablemos.
—¿Entonces por qué me traes a este lugar tan lejano? Regresemos, quiero irme a casa —Sollozó.
Emmanuel la sujetó de los brazos ayudándola a levantar, encendió su linterna, la tomó de la mano y la arrastró obligándola a caminar.
—No, me temo que eso no se va poder, tú tienes unas ideas locas en esa cabecita; dices que no me amas y quieres terminar conmigo, y yo no me imagino la vida sin ti. Tú estás confundida, necesitas tranquilidad para pensar bien las cosas, que mejor lugar que este.
Mariana estaba horrorizada, ese no parecía el Emanuel que ella conoció. Era inútil tratar de convencerlo, él no iba a cambiar de parecer, no le quedó más remedio que seguirlo.
Lo seguía en silencio, la luna empezó a alumbrar y lo que podía ver la dejó asombrada. Todo era bosque, árboles y más árboles, ese lugar parecía hermoso, pero en otra situación diferente a la que estaba viviendo. Eran miles de cosas las que tenía en la cabeza, cada una de las palabras de su hermano retumban en su cabeza como ecos. Cada situación vivida con Emanuel, todas esas señales que ella ignoró y no quiso ver porque estaba ciega, cada cosa ahora tenía claridad y dolía.
Todo aquello que le perdonó que era imperdonable, su manera de manipularla y la manera en que ella le permitió todo. Dejó escapar dos lágrimas, solo esperaba que no fuera tarde, demasiado tarde para entender que esa manera de amar no era sana, que eso que él decía sentir por ella no se le podía llamar amor. Pensó y pensó y sí, la culpa era de Emanuel, pero también sentía que era su culpa por quedarse callada.
Un dolor le cortaba la respiración, le dolía el alma y el corazón, se sentía estúpida. Para esos dolores no hay cura. Sentía una pesadez en el estómago, se llevó la mano al pecho y sintió como retumbaba su corazón, tan fuerte que parecía que iba a romper sus costillas.
Sollozó tratando de ocultar sus lágrimas, Emmanuel se detuvo le alumbró el rostro, arqueó una ceja, se acercó y deslizó su nariz en su cabello.
—¡Shhh! No llores princesa —resolló—, ¿Por qué lloras? ¿Le temes a la oscuridad, es eso verdad?
Mariana le lanzó una mirada asesina.
—Cómo puedo temerle a la oscuridad, si desde que llegaste a mi vida me obligaste a vivir en un mundo de oscuridad total. Tú opacaste mi luz y yo de estúpida lo permití.
Le sujetó la barbilla obligándola a mirarlo.
—¡No digas tonterías, eso no es verdad!
Le besó la comisura de la boca y ella se alejó al instante.
»Lo dices porque estás molesta, pero cuando se te pase el enojo, todo volverá a ser como antes.
Editado: 04.04.2023